ELECCIONES EEUU

La Gran Estafa

«Trump desata la euforia de Wall Street». Entre este titular (diario El Paí­s, 3 de diciembre de 2016, 25 dí­as después de las elecciones) y toda la información que se nos ofreció durante la precampaña y la campaña electoral (durante casi ¡dos años!) hay una completa y absoluta incongruencia. ¿Recapitulación en el corazón del Sistema financiero americano? ¿O todo no ha sido más que una cruel y monumental estafa al público?

Durante dos años se nos hizo creer (ante todo, al electorado de EEUU, pero de rebote y, dada la repercusión mundial de unas elecciones en la cabeza del Imperio, a casi todo el planeta) que Wall Street se oponía radicalmente a la elección de Donald Trump y daba su respaldo a Hillary Clinton. El corazón del Sistema financiero americano, la sangre que riega toda la economía de la primera potencia mundial, no quería a un advenedizo, a un outsider, a un «antisistema» en la Casa Blanca. Aunque Trump fuese un multimillonario (lo que ya resultaba bastante contradictorio con la idea de que fuera un «verdadero» antisistema), el hecho de que llegara a la carrera presidencial por un camino nada ortodoxo (contradiciendo y desafiando a su partido, al partido republicano), las extravagancias de su campaña electoral (impropias hasta ahora de un candidato presidencial), sus ataques desaforados a latinos, mujeres, negros o musulmanes, su búsqueda intencionada del voto de los desheredados, los golpeados y dañados por la crisis: los parados, los desahuciados por los bancos, las clases medias que han perdido hasta un 50% de su poder adquisitivo…, su imagen de hombre grotesco, desmedido y sin autocontrol, «capaz de hacer cualquier cosa», todo parecía justificar que Wall Street le diera la espalda a ese personaje tan aparentemente ajeno a su mundo y a sus intereses.

Por el contrario, Hillary Clinton parecía a priori la candidata perfecta o, al menos, la más apetecible. Vinculada durante 8 años a la presidencia de Obama, y presumiblemente continuista de la política de aquel, Clinton podía sin duda beneficiarse del crédito de las políticas que habían permitido sacar a Wall Street del marasmo en que se sumió tras la crisis de las subprime, que colocaron a todo el Sistema financiero americano al borde del colapso. Obama y Clinton avalaron los préstamos de cientos de miles de millones de dólares dados a bancos, aseguradoras, etc. para evitar la quiebra, y han estado durante casi toda su presidencia inyectando billones de dólares para estimular la economía americana. Por tanto, nada parecía más «natural» que Wall Street respaldara la figura continuista y segura de Hillary y rechazara la llegada de un advenedizo como Trump a la Casa Blanca.

Haciendo acopio de la información que circuló durante la campaña electoral, he entresacado estos párrafos de algunos de los miles de artículos que se escribieron durante meses y que avalan lo anterior:

«Que Hillary Clinton es una candidata de Wall Street no lo duda nadie, y sus propios simpatizantes lo reconocen. No en vano, tres de las cinco entidades individuales que más donaciones han aportado a Clinton han sido bancos de Wall Street. Y no cualquier banco: Goldman Sachs, Citibank y JP Morgan». (eldiario.es)

«Wall Street está cómoda con el statu quo. Clinton es la que representa la opción más estable para los mercados frente a la incertidumbre que genera Trump. Los estrategas de los bancos de inversión advierten que si gana Donald Trump, podría producirse de inmediato un desplome de entre el 10% y el 15%.» (elpais.es)

«Wall Street confía en la victoria de Hillary Clinton» (El País, 8 de noviembre)

Titulares como estos se podrían recolectar por miles. Y prácticamente en todos los medios de comunicación, de cualquier color, significación o país se dieron por indiscutiblemente ciertas esas conclusiones. Si Wall Street tenía un candidato (y Wall Street siempre tiene un candidato) ese era, sin ninguna duda, Clinton.

Y no se trataba solamente de una «preferencia». Junto al respaldo inequívoco a Hillary Clinton, siempre se deslizaba una advertencia sobre los riesgos que conllevaría una imprevista (y al parecer indeseable) victoria de Trump. Si se producía ese hecho, el desplome de los valores bursátiles se daba por descontado.

Sin embargo, cuando aún no se ha cumplido un mes de la victoria de Trump en las urnas, nos encontramos con titulares verdaderamente asombrosos: «Trump desata la euforia de Wall Street». Y con una realidad verdaderamente inesperada: desde la elección de Trump, Wall Street vive una verdadera carrera alcista. En el caso de los bancos, por ejemplo, el incremento en noviembre fue del 13%. Los cuatro principales ímdices de la bolsa neoyorquina (Dow Jones, el S&P 500, el Nasdaq y el Russell 2000) alcanzaron a finales de mes máximos históricos. Los inversores llegaron a sacar a toda prisa y con una intensidad notable el dinero de la renta fija para meterlo en la variable, ante las expectativas de crecimiento de los beneficios. Entre tanto, el dólar se apreciaba respecto a la cesta de divisas hasta el máximo de 14 años. Y se podrían seguir enumerando indicadores que hablan, uno tras otro, de la excepcionalmente positiva recepción de Wall Street a la victoria de Trump.

La pregunta obvia que suscita esta absoluta contradicción entre lo que se dijo durante dos años y lo que ocurre hoy, es: ¿Wall Street ha cambiado súbitamente de caballo en cuestión de días? ¿Ha ocurrido algo inesperado y desconocido que ha hecho que la Bolsa neoyorquina cambie de opinión radicalmente en 24 horas? ¿O es que, tal vez, Wall Street ha jugado, una vez más, al juego diabólico de «apostar para perder» y de «perder para ganar»?

A día de hoy no faltan ya quienes dan explicaciones «técnicas» para justificar «la euforia» inesperada de la bolsa tras la elección de Trump (olvidando rápidamente sus anteriores previsiones catastróficas). Dicen que las semanas previas a las elecciones dominó la tensión, porque se esperaba un recuento de votos muy reñido, pero que ese elemento de riesgo se disipó antes de la apertura el mercado el 8 de noviembre. En ese momento entraron en juegos dos elementos. Por un lado, se constató que las condiciones económicas de EEUU mejoran y eso llevará al alza de tipos de interés. El consumo (como refleja el dato de crecimiento del tercer trimestre) ganó fuerza y la confianza está en máximos de ocho años. Eso, en principio, se traduce en mejores resultados para las empresas. Y a la mejor coyuntura se le suma, por otro lado, la promesa de estímulos fiscales, el gasto en infraestructuras y el recorte de la regulación con Donald Trump, lo que reduce costes y mejora el margen de beneficio. También influyó, dicen, los nombres que Trump ha comenzado a barajar para poner al frente de su equipo económico, en el que se barajan varios nombres ligados a altas responsabilidades en los principales bancos de Wall Street: Goldman Sachs, Citibank o JP Morgan.

En definitiva: para los analistas, la «victoria de Trump» no supuso en ningún momento «el riesgo» que se había pronosticado y sobre el que tanto se había alertado. El «riesgo» en todo caso era que no hubiese un vencedor claro y que la pugna entre los dos candidatos continuase más allá del 8 de noviembre, abriendo así un periodo de incertidumbre. Pero una vez que se constató que había un claro vencedor, el riesgo se esfumó.

O lo que es lo mismo, realmente para Wall Street el candidato Trump no era, ni de lejos, ese «coco» que ellos mismos habían colaborado en crear. No ha hecho falta que Trump se desdiga de nada ni corteje servilmente a Don Dinero, para que Wall Street le dé una espectacular bienvenida. Desde el primer día de la elección, los índices bursátiles y el dólar comenzaron a subir.

¿Entonces para qué el paripé de que Wall Street no lo quería, o incluso lo temía? Porque colocándose frente a Trump, Wall Street contribuía decisivamente a alimentar la idea (esencial en la campaña del multimillonario) de que él era un hombre al que el sistema y el establishment no querían, alguien a quien las élites no podían tolerar, alguien que realmente podía representar y encarnar los anhelos y las esperanzas de los más desfavorecidos. ¿Qué hubiera sido de la campaña electoral de Trump si Wall Street -símbolo mayúsculo de las Élites, del Dinero y del Sistema- hubiera declarado públicamentem desde el primer día, que quería a Trump de Presidente? ¿Cuántos electores de ese amplio sector de blancos que han perdido su casa, su empleo, o su dinero hubieran seguido a Trump si Wall Street lo hubiera señalado como su hombre? ¿Cómo Trump habría podido cultivar su aura de hombre enfrentado a las élites y capaz de luchar contra el Sistema, cargando con la cruz de «candidato de Wall Street»? ¿Cuántos sindicatos de trabajadores blancos le hubieran respaldado si hubieran sabido lo que ahora ya empiezan a saber? Hace unos días, un poderoso sindicato que apoyó a Trump, al conocer los nombres que este baraja para el área económica de su gobierno (todos ellos conocidos banqueros de Wall Street), ya manifestó su rechazo al nuevo Presidente.

Con una mano, Wall Street alimentó el sueño de Hillary Clinton, pero con la otra ayudó decisivamente a crear las condiciones que permitieron la victoria de Trump. Wall Street ha engañado a todo el mundo a la manera que tan bien sabe hacer: como un jugador de casino, que juega a perder para ganar. Ha manejado las elecciones a su antojo, convirtiéndolas en una gigantesca estafa. Y una vez que la estafa ha cuajado, exhíbe sin ningún pudor los beneficios de su juego. Con Trump de presidente, Wall Street sueña de nuevo con acabar con las regulaciones y restricciones que se le han impuesto en los últimos años, después de que llevaran al sistema financiero americano (y mundial) al borde del colapso.

EEUU: Un sistema electoral perverso

Casi un mes después de las elecciones, los resultados electorales de Estados Unidos siguen produciendo estupefacción. Clinton arrasó en votos populares (el voto en papeletas, no el electoral, que es el concluyente). Clinton obtuvo 65.250.336 votos y Trump, 62.686.062. Nunca alguien había perdido las presidenciales de EEUU con tanta superioridad: más de dos millones y medio de votos de diferencia. Pese a que el presidente electo se convirtió en el candidato republicano con más apoyos de la historia, su derrota en las urnas fue clara. Solo el perverso sistema electoral americano (que facilita al que gana en un estado quedarse con todos los compromisarios del mismo) ha dado la victoria a Trump. Para hacerse una idea de lo que ese sistema representaría si se aplicara en España, si tomamos las últimas eleciones el PP habría arrasado con casi 250 escaños y en el Parlamento español solo habría representados cuatro partidos.

¿Habrá un recuento general?

En Indiana, Donald Trump ganó por apenas 10.000 votos. En Wisconsin, por 22.000. En Pensilvania, por 46.000. Estos tres estados eligen más de 50 compromisarios. Si un recuento electoral cambiara los resultados en dos de ellos, Trump dejaría de ser Presidente. La candidata verde a las elecciones ha pedido un recuento en los tres. Y en menos de 24 horas reunió los 3 millones de dólares necesarios para respaldar su demanda. Por el momento, el recuento se va a hacer en Indiana y Wisconsin. En Indiana, con el apoyo del Partido Demócrata. Trump ha llamado a los demócratas a aceptar el resultado (es decir, su victoria) y, a cambio, ha retirado su amenaza de llevar a Hillary Clinton a los tribunales. ¿Se atreverán los demócratas a desafiar a los poderes que han impuesto a Trump o harán lo que hicieron cuando allanaron el camino a la fraudulenta elección de George Bush?

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