Bicentenario de la independencia americana (y 3)

La ganzúa de la futura conquista

En 1922, el escritor y ensayista argentino José Ingenieros, resume en una sola frase, durante un discurso de homenaje a Vasconcelos, la cara oculta de los procesos de independencia americanos: «parecí­a la llave de nuestra pasada independencia y resultó la ganzúa de nuestra futura conquista».

Si en las anteriores entregas hemos tratado de forma exhaustiva el roceso de independencia de México, dada su singularidad de ser el único territorio en el que desde el principio intervienen abiertamente dos potencias extranjeras (Inglaterra y EEUU) disputándose su control, el resto de procesos de independencia de Iberoamérica van a tener, por el contrario, un mismo y único hilo conductor: la omnipresencia de Inglaterra urdiendo las tramas necesarias para propiciar la ruptura entre la metrópoli española y sus colonias americanas, y de éstas entre si. En todo el proceso de la independencia americana de España van a existir dos fases claramente delimitadas: de 1810 a 1815 y de 1816 a 1824. La primera corresponderá a las primeras revueltas, centradas principalmente en Caracas y Buenos Aires (capitales de los dos nuevos virreinatos creados por los Borbones en el siglo XVIII), que se extenderán por toda la geografía latinoamericana hasta que en1814, una vez reinstaurado Fernando VII como monarca absoluto, el envío de tropas de la península restablezca el viejo orden colonial. Aunque será por poco tiempo.A partir de 1816, las fuerzas independentistas se reorganizan y dan inicio a una nueva fase bélica que concluirá con la independencia de todas las colonias españolas en América, a excepción de Cuba y Puerto Rico, tras las victorias de Simón Bolívar en Junín y de Sucre en Ayacucho, ambas en territorio del virreinato del Perú.En ambas etapas, sin embargo, jugarán un papel clave los intereses de la corona británica, dirigidos directamente por lord Castlereagh, quien rigió los destinos de la política exterior inglesa desde 1812 hasta 1822. Hasta tal punto es así, que los diferentes objetivos, medios e intensidad de las guerras de independencia americanas en cada una de las dos etapas vendrán determinados en última instancia por la distinta política británica de alianzas, sustancialmente distinta en la primera de ellas, en la que todo está supeditado a la formación de un amplio frente antinapoleónico, y la segunda, en la que Gran Bretaña se lanza decididamente a por la hegemonía marítima y comercial mundial. La llave de nuestra pasada independencia A las más lúcidas mentes de América les llevó casi un siglo comprender cómo detrás del apoyo inglés a la separación de la Península estaba el objetivo de que los nuevos Estados independientes se convirtieran inmediatamente en territorios económicamente neocoloniales y políticamente semicoloniales de las grandes potencias. Londres, por el contrario, lo tuvo claro desde el principio.En 1823, cuando toda la América española es un hervidero de insurrecciones que el menguante poder de la metrópoli –desgarrada a su vez interiormente por la disputa entre Londres y París por hacerse con su control– es ya incapaz de contener, el primer ministro inglés, George Canning, hace un primer balance de su política exterior respecto a Iberoamérica: “Decidí que si Francia tuviese a España, no debía ser España con las Indias. Desperté al Nuevo Mundo a su existencia para restablecer el equilibrio en el Viejo. La cosa está hecha, el clavo está puesto. Hispanoamérica es libre, y si nosotros no manejamos mal nuestros asuntos, es inglesa”. No se trata, en absoluto, de ninguna declaración retórica o autocomplaciente.Miremos a donde miremos, detrás de cada uno de los líderes, organizaciones y movimientos independentistas encontramos la mano británica alentando y apoyando la fractura. La historia de Iberoamérica durante todo el siglo XIX es la de las maniobras y la intervención de las potencias imperialistas por asegurarse el control del continente.La independencia de España, al ser tutelada por las potencias más fuertes llevó al inmediato establecimiento de unos lazos de dependencia todavía más fuertes que los que existían con la antigua metrópoli, la multiplicación del saqueo sistemático y mucho más exhaustivo de sus principales fuentes de riqueza puso las bases del atraso económico y la debilidad endémica de los nuevos Estados.Al comenzar el siglo XIX, las grandes capitales de Iberoamérica eran más ricas y adelantadas que la mayoría de sus homólogas españolas. Muchas de sus universidades competían con las europeas en su alto nivel educativo y científico. En el momento de la independencia, la población criolla (alrededor del 20% de los habitantes) de las grandes áreas desarrolladas de Hispanoamérica disfrutaba del nivel de vida más alto de todo el continente, al que sólo se podían comparar las grandes ciudades desarrolladas de la costa este de EEUU.Pero la fractura de Iberoamérica propiciada por Inglaterra no sólo se dirigía a la ruptura con España. Alimentando las mezquinas ambiciones de cada oligarquía criolla local, Londres desmembró toda América en cuantos más trozos pequeños pudo, enfrentándolos entre sí para que no tuvieran capacidad ni fuerza para oponerse a sus manejos. El modelo más acabado de este experimento imperialista lo constituye Centroamérica.Todos los intentos de México por crear una gran confederación que abarcara desde la actual California hasta Panamá, fueron echados abajo por las intrigas de la diplomacia y el espionaje británico. Centroamérica estalló en 5 cinco diminutos Estados, tan débiles económica, demográfica, territorial y políticamente, que bastaba poco más que la presencia de un fuerte consulado (primero británico, posteriormente norteamericano) en la capital de cada uno de ellos para manejar sus asuntos. El Nuevo Mundo sucumbe a un mundo nuevo La independencia americana es indisociable del nuevo período que se ha abierto en el mundo tras la expansión de la revolución burguesa y la ascensión de las nuevas potencias capitalistas.La nueva burguesía en el poder en Inglaterra, Francia, EEUU u Holanda precisaba de la expansión mundial de las relaciones capitalistas y la conquista de nuevos mercados.Las riquezas de Iberoamérica van a concitar inmediatamente su atención, antes incluso que Asia o África. Inglaterra apuesta activamente por fragmentar y tutelar los pedazos.Desde Londres se despliega una incesante actividad de zapa, en los terrenos militar, político y diplomático, apoyando a los movimientos secesionistas, que fraguan sus planes en el Reino Unido. Aprovechando el vacío de poder creado por la invasión napoleónica, Inglaterra lanza una ofensiva militar. La Armada inglesa ocupa Buenos Aires y Montevideo. Al mismo tiempo, Miranda llega en un barco inglés a Venezuela para encabezar la insurrección.El intento fracasa por la resistencia de la población, la debilidad de los sublevados y la respuesta militar española, pero desde Londres se redoblarán los esfuerzos y las intrigas. El Foreign Office despacha habitualmente con enviados de los movimientos independentistas. Éstos van a recibir la promesa de la colaboración británica. En Inglaterra se practican levas públicas para enviar ejércitos a América: Bolívar avanzará a través de los Andes con el apoyo económico y naval de Londres y con soldados ingleses e irlandeses veteranos de las guerras contra Napoleón; San Martín ocupará Chile con la ayuda de la armada de lord Coochrane.Cuando el proceso está ya acelerado y la incapacidad española para defender sus territorios manifiesta, Londres declara el proceso irreversible reconociendo, junto con EEUU, a todos los nuevos países, y enviado una legión de cónsules que establecen acuerdos bilaterales con cada uno de ellos. Dependencia colonial La verdadera obsesión inglesa ante América era asegurarse el control de los enormes mercados que se estaban conformando. El libre comercio pasa a ser la reivindicación principal de Londres. El aumento de su influencia va parejo con la firma de tratados que dan enormes facilidades al comercio del Reino Unido: reducciones arancelarias, libre navegación, trato de nación más favorecida, rechazo de ofertas comerciales de otros rivales. Unido a esto, la eliminación de la trata de esclavos, vigente todavía en las grandes plantaciones, aportaría mano de obra para los nuevos capitales y extendería las relaciones de trabajo asalariado.La valoración de uno de los funcionarios españoles en América es clara: “concedido a los ingleses el comercio con estas Américas, es muy de temer que en unos pocos años veamos rotos los vínculos que nos unen con la península española”.Respondiendo a las exigencia británicas por su apoyo, una de las primeras medidas de los nuevos Estados va a ser la eliminación de cualquier tipo de barreras comerciales. A partir de entonces, los capitales ingleses invadirán el continente. Los ferrocarriles son instalados por compañías venidas desde Londres, se instalan bancos, grandes establecimientos mayoristas, fundan minas y haciendas azucareras, algodoneras o ganaderas, los empréstitos destinados a devolver los créditos rebañan las arcas de los nuevos Estados. Los lazos de dependencia coloniales e imperialistas se van a adueñar de las economías americanas, impidiendo el desarrollo independiente, y saqueando la mayor parte de los recursos, que vuelan hacia la metrópoli. De la unidad a la fragmentación Mientras las antiguas colonias británicas conformaron un solo y temible bloque en el norte, en el sur se emprendía una partición sistemática en unidades cada vez más pequeñas. La respuesta está en boca de un diplomático de la época: “el día que se constituyan los Estados Unidos de América del Sur, Europa se encontrará frente a otra gran potencia en el nuevo mundo, con la cual habrá de contar en cincuenta años o algo más. Mientras tanto, ¿el papel de los Estados europeos es el de dejar cumplir tranquilamente esta obra?” La respuesta fue concluyente.Todos los procesos independentistas empiezan con algún proyecto de unidad: la Gran Colombia, las Provincias Unidas del Río de la Plata, la Confederación Centroamericana y todos fracasaron. El gobierno inglés, y a su lado los de EEUU y Francia, hicieron explícita, más allá de los canales diplomáticos, su rotunda oposición a cualquier tipo de agrupación.Para ello utilizaron todas sus armas: reconocieron individualmente a las unidades más pequeñas, procediendo a firmar acuerdos comerciales por separado, creando intereses opuestos en las diferentes oligarquías. Potenciaron las aspiraciones de cada uno de los caudillos militares, que se enzarzarán en interminables guerras civiles que dan como resultado la más absoluta fragmentación. Cuando esto no era posible recurrieron a la intervención directa, propiciando la creación de Uruguay para evitar el surgimiento de Argentina como potencia. O apoyando a Chile contra Perú y Colombia.

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