López Vázquez es una guía para tantos buenos y geniales artistas que tiene nuestro cine, como un corsé liberador que podría bien aplicarse para corregir alguna que otra escoliosis.
El asado 2 de noviembre el cine español y el país entero despidió a José Luis López Vázquez. Como no podía ser de otra forma los homenajes se suceden, las reposiciones, los especiales, y los artículos. Al contemplar la catarata no puede dejar de pensarse que el mejor testimonio de su trayectoria, de lo que significa López Vázquez para el cine español, son sus propias películas o sus apariciones en televisión. Por lo demás, parece que el genial personaje de Antonio Resines en “Los ladrones van a la oficina” – el barman mudo – hubiera poseído a la plana mayor de los medios; con más de seis décadas de carrera artística puede hablarse de todo para no hablar de nada. Hasta su vida personal cobra fuerza y no precisamente en el circo rosa, sino en algunas crónicas ilustradas.José Luis López Vázquez representa, sin duda, la espina dorsal del cine español. Una basta cantera de actores bregados en la posguerra, cansados de patearse teatros, de torear la censura e intimar con lo políticamente incorrecto para, tiempo después, seguir golpeando pilares con cada trabajo y descubriendo las vergüenzas del poder.Un hilo de continuidad entrelaza a actores como Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez, J. L. López Vázquez y tantos otros, en esta tradición gestada en la producción sin descanso resurgiendo del polvo de la posguerra. Una ingente cantidad de películas cada año, entre las que se pueden encontrar genialidades que se han convertido en referentes de nuestra historia cinematográfica, y también la avalancha del destape, las suecas y el bingo. En todas ellas se formó lo mejor de nuestro cine.Con Berlanga, López Vazquez nadó en las aguas de la censura y participó en un movimiento de anticipación a las libertades democráticas. En películas como “Mi querida señorita” interpreta a una mujer que se somete a un cambio de sexo recomendada por su confesor. Dicho ahora, puede aburrir, dicho en 1971…Pese a sufrir el encasillamiento en el género cómico, no deja de ser éste una formalidad cuando se asiste a películas como “El pisito”, en el que el lenguaje cómico ya no ennegrece, corroe. Un actor capaz de convertirse en “la anti-estrella” que más brilló, serio y sentido, enemigo de las alharacas, desentrañaba la tragedia como solo puede hacerse desde el cine español… a carcajadas. Como él mismo decía: “es que aquí la carcajada es muy negra”.Más tarde entró con Berlanga en la transición y participó del lenguaje de la democracia, ese que no censura sino que calla a golpe de monopolio, “shares”, y talón.Si con “La escopeta nacional” interpretaba al hijo onanista de un marqués en un episodio esperpéntico que retrataba la decrépita y corrupta clase alta franquista y los nuevos ricos que buscaban arrimarse esperando el cambio, en la serie “Los ladrones van a la oficina” se integra en una genial coral de actores de primera línea – Fernando Fernán Gómez, Antonio Resines, Agustín Gonzalez, Anabel Alonso… -, un grupo de ladrones y timadores que desde su centro de operaciones – un bar de barrio – se ganan la simpatía del espectador abriendo la brecha entre ellos y los verdaderos “mafiosos”. No hay que olvidar que la serie fue líder de audiencia entre 1993 y 1996, los años de la “guerra de dossieres” del PSOE de Felipe González.Tenía el don del actor de conectar con cada uno de los espectadores. No actuaba a años luz, sino en el salón de casa o a pie del escenario. Quizás por ese carácter suyo, tan propio que se apoderaba de cada personaje. O quizás porque esa era su escuela, la que se formó en las mismas penurias que todos los demás, digo, que el resto de españoles; provocaba la carcajada sobre cosas que no le hacían ni pizca de gracia, y conmovía con la emoción más allá de su interpretación. Cristalizaba el sentido del conjunto de la trama aún en un papel terciario.Fue Premio Nacional de Teatro en 2002, varios del Círculo de Escritores Cinematográficos – CEC – por “091, Policía al habla”, “Peppermint Frappé” o “Mi querida señorita”; el Sant Jordi al mejor actor por “Plácido”, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, el Goya de Honor en 2004 o el Premio Nacional a “Toda una Vida”, de la Unión de Actores…López Vázquez es, sin duda, parte de la espina dorsal de nuestro cine. En unos tiempos en los que el debate en torno a la situación del cine es constante y las fórmulas de éxito se confunden con los guiones que conmueven, volver a ver “La cabina” es un ejercicio de sana demolición a través de las emociones. ¿A quién no se le sigue arrugando el estómago ante un López Vázquez descoyuntado golpeando los cristales de la cabina o derrotado ante la visión de los cadáveres apilados?. A parte de la crítica al franquismo, la genial versión de Mercero del hombre moderno de Kafka encierra verdades universales dentro de una cabina, que López Vázquez encierra en un frasquito de esencias. Vale para entonces, y vale para hoy.López Vázquez es una guía para tantos buenos y geniales artistas que tiene nuestro cine, como un corsé liberador que podría bien aplicarse para corregir alguna que otra escoliosis.Un sincero homenaje.