SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La equivocación albertiana

“Me equivoqué. Lo lamento”. Unas palabras de Rajoy que ayer le salvaron de momento pero que acaso le condenen en el futuro inmediato. Porque no hay error sin punición. Si existe el efecto mariposa, ¿alguien cree que una equivocación en cualquier ámbito de la vida puede dejar de tener consecuencias? Si el presidente del Gobierno lo creyera, volvería a confundirse como cuando confió en el “tesorero infiel” (Rubalcaba dixit), Luis Bárcenas, a quien el jefe del Gobierno mencionó en su discurso hasta dieciséis veces, reparando así el modo anónimo con el que se ha venido refiriendo al personaje: “tal”. Porque Luis Bárcenas, hasta ayer, era para Rajoy, simplemente, “tal”.

Hubo en la entonación del mea culpa del presidente una rítmica oratoria casi poética: “me confundí”, “me engañó”, “no le encubrí”, un tracto de disculpa que suena al gran poema castellano de la equivocación, del error, y del desconcierto. Lo escribió Rafael Alberti bajo el título La paloma: “Se equivocó la paloma / se equivocaba / por ir al norte fue al sur / creyó que el trigo era agua / se equivocaba / creyó que el mar era el cielo / que la noche la mañana / se equivocaba / que las estrellas rocío / se equivocaba / que la calor, la nevada / se equivocaba / que tu falda era tu blusa / que tu corazón, su casa / se equivocaba (Ella se durmió en la orilla / tú, en la cumbre de una rama)”.

Todas las equivocaciones posibles están resumidas en este soneto, y en todas ellas ha incurrido Rajoy. El error del presidente ha sido de brújula, de tiempos, de calibre y de consecuencias. Es un error plenamente albertiano, absoluto, radical, rotundo. Y reconocer que fue engañado cumple con el consejo de Cicerón según el cual es de hombres errar pero “de locos” persistir en el error, aunque las rectificaciones, sugería Keynes, no son graves siempre que sean prontas. Y en el caso de Rajoy no lo han sido.

Aun con todo y con eso, el presidente del Gobierno salió de la reserva que ya marcaba el depósito de su combustible de credibilidad política. Porque, más que por argumentos, por tono y arrojo parlamentario, infundió esperanzas energéticas en su decepcionado electorado y, sobre todo, en el entramado orgánico del Partido Popular que reclamaba a gritos quedos una percha en la que colgar lo que ocurra cuando se sepa toda la verdad de Bárcenas et alii.

De Rubalcaba, errado aún más que la paloma de Alberti al no haber interpuesto la moción de censura, corramos un tupido velo. Los destrozos del pleno parlamentario de ayer son cuantiosos y entre ellos se cuenta al secretario general del PSOE, que fue a por lana y salió trasquilado.

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