Selección de prensa internacional

La deuda siembra el pánico

Aunque la entrevistadora se quede corta, no deja de ser muy interesante la entrevista que el diario argentino Página 12 publica en su edición de hoy al economista argentino -uno de los pocos que se atreven a definirse a sí­ mismo como marxista- Rolando Astarita. Su principal valor reside en restablecer verdades evidentes desparecidas tras la profusión de análisis, visiones, comentarios e interpretaciones sobre la crisis que no resisten el más mí­nimo contacto con la realidad. Pero que sirven bien, sin embargo, a su propósito de ocultarla, vedarla o enredarla.

La crisis, como todas las que ha conocido el caitalismo desde sus orígenes, es una crisis de superproducción de capitales y mercancías. Nada que ver por tanto con codicias ni manejos especulativos, aunque ambas cosas existan y en ocasiones puedan actuar como desencadenantes, no como causas. Descenso en la tasa de ganancia como efecto de este proceso de superproducción, de esta “plétora de capital” como decía Marx. En esta pareja de contrarios, inherente al modo en que se produce en el capitalismo, reside todo el problema de la crisis. El crédito, en este sentido, no es más que una palanca para la acumulación del capital. De la misma forma que el capital ficticio –especulativo– puede jugar un papel desencadenante, pero no explica las raíces estructurales de la crisis. Quedarse en ello en quedarse en la superficie del asunto. Querer sortear las crisis por medio de una mayor regulación de los sistemas financieros es como querer ponerle puertas al campo. Las leyes de la acumulación del capital son las que son, y actuarán en condiciones de mayor o menor regulación. Pues, en última instancia –y como afirma el economista argentino en su última respuesta– los reguladores son “las grandes potencias, los grandes banqueros y el capital internacionalizado”. Cualquier regulación que ellos hagan, por tanto, “va a responder a esos intereses”. Relacionado también con la crisis, reproducimos a continuación dos artículos publicados simultáneamente en dos lugares muy distintos, Taiwán y EEUU, pero que de fondo plantean el mismo problema: el creciente temor al gigantesco endeudamiento al que están recurriendo las grandes potencias para reactivar la economía y buscar una salida lo más rápida posible a la crisis. El Wall Street Journal advierte que el aviso de la agencia de calificación Standard & Poor’s que está estudiando rebajar la calificación de la deuda británica, provocó ayer un desplome en los bonos británicos y “desató temores globales sobre las consecuencias del endeudamiento masivo”. Tanto EEUU como Gran Bretaña han recurrido a este endeudamiento exterior masivo como medio de financiar a sus propias economías. Confiando en que los préstamos que están otorgando generarán el suficiente crecimiento como para que un volumen tan enorme de deuda se reduzca proporcionalmente al crecimiento de la economía que esperan. Pero el riesgo que empiezan a detectar los mercados es que ese crecimiento sea durante un largo período extremadamente débil, lo que dejaría a ambas economías todavía con numerosas dificultades, a las que se sumaría el estar ahora sumidas en montañas de deuda. Desde otra perspectiva, y poniendo el foco específicamente en EEUU, el United Daily News de Taiwán, se pregunta si las medidas de Obama, aliviando los problemas de hoy de la economía norteamericana no está preparando el desastre de mañana. Con un aumento exorbitante de los gastos públicos y un descenso en la recaudación de impuestos, la Sección de Presupuesto del Congreso prevé que el déficit acumulado por el Estado norteamericano de 2010 a 2019 será de 9,3 billones de dólares, mientras que la deuda federal para 2019 representará el 82% del PIB, el doble del mayor récord de endeudamiento público que haya tenido jamás en la historia EEUU, ni siquiera en tiempos de guerra. ¿Y si la salida de la crisis, como es previsible, supone un nuevo reajuste a la baja de la declinante economía norteamericana? ¿Qué pasará entonces con ese gigantesco déficit acumulado? Para el periódico taiwanés, un escenario así sería sólo el preludio de una nueva crisis financiera de magnitud desconocida. Argentina. Página 12 UNA PLÉTORA DE CAPITAL Natalia Aruguete Desde diversas posturas económicas, sobre todo progresistas y heterodoxas, se afirma que estamos en una época de hegemonía del sector financiero sobre el productivo y en una hipertrofia del capital especulativo, que dejó al descubierto el estancamiento de la economía mundial en los últimos treinta años. En diálogo con Cash, el investigador marxista Rolando Astarita señaló, en cambio, que, en realidad, en el último cuarto de siglo hubo una expansión mundial del capitalismo, que la brecha entre ricos y pobres no impidió el crecimiento de los mercados y que la crisis no se dio sólo por un mal funcionamiento del mercado financiero, sino de la economía en su conjunto. “Lo del capital ficticio hay que ponerlo en proporción, no debe hacernos perder el análisis estructural”, explicó. ¿Cree que la crisis financiera marca la caída de “la dictadura de las finanzas”? –No veo que haya una dictadura de las finanzas, sino un dominio del capital en general, acentuado de manera muy profunda a partir de los años ’80. En el último cuarto de siglo, el disciplinamiento del capital sobre las clases trabajadoras operó a través de mecanismos directos pero también del mercado, con políticas monetarias duras, aperturas comerciales, flexibilización laboral. Pero no veo distinción de sectores dentro del capital. Sin embargo, el crédito y las deudas crecieron en todo el mundo. ¿Esto pudo haber afectado el desarrollo de la economía real? –Nunca hubo desarrollo del capitalismo sin desarrollo del crédito y de una monetización de la economía. Desde la perspectiva de Marx, el crédito es una palanca de la acumulación del capital. Esto también se ve en la fase que va de 1890 a 1929. En China, junto con la expansión capitalista crecieron sus índices monetarios y la participación de los mercados financieros. Pero el crédito también potencia las posibilidades de especulación, sobreacumulación y crac. Marx trabajaba con tendencias y contra-tendencias. Hoy, en cambio, se toma un solo aspecto de la realidad. Algunos sostienen que el crecimiento del crédito prueba el estancamiento del sistema capitalista. –La idea de que el sistema capitalista está estancado desde hace 25 años no resiste el análisis de la realidad. En los últimos 30 años, la economía capitalista tuvo tasas de expansión superiores al 3 por ciento a nivel mundial. Aunque fueron desiguales: Japón está estancada desde 1992 y Europa tuvo un crecimiento débil. Hubo una expansión geográfica del sistema capitalista, que entró en China, en el Este de Europa y en Rusia, y una profundización de las relaciones capitalistas. El aumento de la productividad en la economía de Estados Unidos desde 1995 fue mayor al 3 por ciento anual. El crédito actúa como una potenciación de tendencias del sistema y muchas veces permite que un ciclo económico se expanda más allá de sus posibilidades. En 2001, Estados Unidos sufrió una recesión suave. La economía creció 0,8 por ciento y el crédito lubricó los mecanismos económicos. Pero la recuperación de 2002 fue débil, con poca generación de puestos de trabajo y recuperación débil de la inversión. ¿Hacia qué sectores se dirigió el crédito en ese contexto? –Hacia la construcción residencial y al consumo en general; no a las empresas. Desde el 2000, las empresas de Estados Unidos y del G-7 disminuyeron su dependencia del sistema financiero. Hubo un exceso de ahorro y las empresas achicaron sus deudas con los bancos. Incluso, usaron parte de esa liquidez para recomprar sus acciones. No hubo una gran expansión de la inversión productiva, pero tampoco una dependencia del capital productivo con respecto al capital financiero. Las ratios de dependencia volvieron a promedios de los ’70. No se puede decir que haya sido una crisis a lo Hyman Minsky, un autor keynesiano que planteaba que las crisis se producen porque las empresas caen en un sobreendeudamiento y pagan deuda con deuda hasta que la situación explota. Pero sí hubo una “financiarización de los consumidores”, con la que se amortiguó la crisis de 2001. –Y además ayudó a la recuperación de 2002. Eso es cierto, lo equivocado es pensar que eso actuó solo. En 2001, la sobreabundancia de capital líquido y la débil inversión se dieron porque la tasa de rentabilidad del capital se venía debilitando desde 1996/97. Ese es el fondo del problema. Se produjo lo que Marx llamaba “una plétora de capital”: abundante capital líquido, tasas de interés muy bajas (motorizados por la Reserva Federal y por la entrada de capitales que buscaban refugio en Estados Unidos) y una sobreoferta del crédito. Esos capitales líquidos terminaron en el sector de la construcción, donde encontraron un campo de expansión relativamente rápido. Y terminó explotando. También se plantea que, desde los años setenta, el mundo asiste a una crisis de sobreproducción combinada con una crisis de subproducción. –Hay dos tipos de explicaciones de las crisis. Una, que el problema de las crisis se dio por las finanzas. Otra, que en Argentina se repite bastante, dice que se debe a una importante desigualdad en los ingresos, lo que produjo una crisis de consumo por falta de demanda. Creo que esto tampoco explica lo que sucedió. En el último cuarto de siglo, hubo un proceso de “proletarización”, enormes masas de la población se incorporaron al ejército de asalariados. Los casos más resonantes son China y la India. Esto supone una ampliación de los mercados, aun cuando haya una brecha creciente en los ingresos. Según The Economist, en Estados Unidos, el 0,1 por ciento de la población gana 77 veces más que el 90 por ciento. En los ’70 esa diferencia era de 1 a 20. También en China crece la desigualdad. Pero no es cierto que si crece la desigualdad no crecen los mercados. En este crecimiento de la economía capitalista, ¿cómo se compone el producto bruto en el mundo? –En el caso de Estados Unidos, desde la recuperación de 2001 se generaron fenómenos de sobre-acumulación de capital y caída de la tasa de rentabilidad. Ese es el telón de fondo de la crisis. Sobre esto actuó el factor financiero, pero también el crecimiento desproporcionado en la construcción residencial entre 2001 y 2007. Su participación en el Producto pasó de 4,2 a más del 6,0 por ciento. Esto genera tensiones, porque un sector está creciendo a tasas muy superiores al resto, en un contexto en que la inversión se mantiene débil. Esto potenció el sistema del crédito y se dio una sobre-expansión del sector en relación con las necesidades de la economía. Tomando sólo el sector financiero, ¿el crecimiento de su participación en el PIB de Estados Unidos supuso un cambio o una continuidad respecto de etapas anteriores? –No me parece que la tasa de crecimiento se haya acelerado desde 1979/80. Entre 1895 y 1929, la tasa de crecimiento de ese sector en Estados Unidos fue superior a los últimos veinte años. Con la crisis del ’30 bajó su participación en la economía y recuperó terreno desde la década del ’50, con un crecimiento relativamente constante desde 1960. No hubo un quiebre importante en los ’80, aunque sí aumentaron mucho las tasas de interés: entre 1979 y 1985, el peso de los intereses en las balanzas empresarias subió considerablemente. Esto expresa parte de la tesis de la financiarización, pero no se convirtió en algo permanente. ¿Por qué? –Se pronosticó que se produciría una punción permanente del sector financiero sobre la ganancia empresarial mediante la tasa de interés. Y que esto debilitaría al sector productivo y llevaría al estancamiento. Pero insisto en que el peso de los intereses sobre el sector productivo tendió a bajar. Según datos del Official Bureau of Economic Analysis de Estados Unidos, entre 2006 y principios de 2007, ese peso estaba a niveles de 1970, que era una época keynesiana. Pienso que ésta es una crisis muy grave, muy profunda, pero estamos lejos de una crisis como la del ’30. ¿Entonces cree que no hay un predominio del capital ficticio por sobre el productivo, en detrimento del crecimiento de la economía real? –Hay que preguntarse hasta qué punto esto es novedoso. Cuando en el sistema capitalista hubo expansión del capital, en la Bolsa de Valores hubo sobrevalorizaciones. Tradicionalmente, un promedio de esta ratio estaría en 10 años de beneficios sobre precios. En momentos de euforia bursátil, alcanzó 20 o 30 años. Esto ayuda a la inestabilidad del sistema capitalista, ya que provoca inflación de ganancias que desaparecen de la noche a la mañana, pero éstas no crecen al margen del trabajo productivo. ¿Cree que la crisis actual refleja este mecanismo? –Aquí han estallado activos financieros ligados al crédito, que se había sobrevalorizado. El estallido refleja que la economía estaba funcionando mal. Lo del capital ficticio hay que ponerlo en proporción, no debe hacernos perder el análisis estructural. Al extraer la plusvalía y realizarla en los mercados, puede haber inflaciones que terminan reventando. Pero, si bien agravan la inestabilidad, no explican en sí mismas las crisis. ¿Se puede establecer alguna relación entre el exceso de ahorro y la tendencia a la financiarización de la economía? –Este exceso de ahorro se debió a la debilidad de la inversión productiva. En determinado momento, hubo sectores que han sobreacumulado. Los neoclásicos lo interpretaron como una decisión de los hogares cuando, en realidad, fue por debilidad de la inversión. Un ejemplo es la caída de la inversión en Asia –con excepción de China– después de la crisis de 1997/98. Esta masa de capital líquido presiona sobre el sector financiero al buscar su valorización. Pero hay que destacar la relación de causalidad. El crecimiento de este sector es consecuencia de la acumulación del capital, no opera por fuera del conjunto de los problemas de esa acumulación. La interpretación de los neo-keynesianos –que hoy son el mainstream– es la del acelerador financiero. Es decir, el uso de los activos financieros como colaterales en préstamos hace que, en determinado momento, se produzca un shock que se potencia a través del mecanismo financiero. ¿Y usted qué opina sobre ese diagnóstico? –Tiene aspectos de la realidad importantes, pero no analiza a qué se debe el shock, de dónde viene. Es el propio sistema de la competencia capitalista el que obliga a un banco a competir con otros para ofrecer más rentabilidades. Si no los ligamos a los problemas de fondo, no entendemos por qué esas especulaciones pueden estallar en una brutal crisis financiera, que no siempre afecta a la economía. Por ejemplo, el crac de Wall Street de 1987 no derivó en una crisis global y fue la segunda gran caída de la Bolsa de Estados Unidos. En la cumbre del G-20 se propuso una mayor regulación de los mercados como forma de apuntalar la situación económica, ¿cree que ésa sería una solución? –En el G-20 la regulación de los mercados se planteó como gran cuestión para después de la crisis. Hoy la discusión es hasta qué grado hay que tener intervención estatal y si se van a aplicar o no medidas proteccionistas. Todo el mundo pide que no haya medidas proteccionistas pero, en el fondo, muchos las aplican. Sobre esto quisiera hacer dos reflexiones. Los mercados financieros y capitalistas presionan por eludir las regulaciones. Las regulaciones de Basilea establecieron que los bancos debían tener cierta ratio de capital en relación a su cartera de activos. Pero éstos diseñaron “Sociedades de Propósitos Especiales” (especie de fideicomiso) para armar sus operaciones por fuera de balance y, luego, comprar los papeles que emitían esas entidades. ¿Y la segunda reflexión? –Lenin decía que estaban bien las consignas pero hay que pensar quién las aplica. En el G-20, se planteó que el FMI debe retomar poder para regular. Ese organismo está gobernado por las grandes potencias, los grandes banqueros y el capital internacionalizado. Va a responder a esos intereses. Es un control de los altos mandos del capital para evitar desequilibrios. No hay controles en abstracto. PÁGINA 12. 17-5-2009 EEUU. The Wall Street Journal TEMORES SOBRE LA DEUDA DE VARIOS PAÍSES El Reino Unido corre el riesgo de perder su codiciada calificación de crédito triple A. La dura advertencia de parte de la firma de evaluación de crédito Standard & Poor’s provocó un desplome en los bonos británicos y desató temores globales sobre las consecuencias del endeudamiento masivo que Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países desarrollados han acumulado en sus esfuerzos por capear la crisis. S&P cambió su perspectiva para la calificación de crédito del Reino Unido a negativa, lo que quiere decir que una rebaja en su calificación, aunque no es inminente, podría ocurrir en los próximos dos años. La advertencia, la primera vez que la calificación se ve bajo amenaza desde que la firma se la otorgara al Reino Unido en 1978, representa un nuevo revés para el primer ministro Gordon Brown en momentos en que empieza a prepararse para las elecciones generales que se celebrarán en junio de 2010. El anuncio de S&P tuvo repercusiones del otro lado del Atlántico. Los inversionistas en un principio se libraron de bonos británicos y la libra, prefiriendo la relativa seguridad de los bonos del Tesoro de Estados Unidos. Sin embargo, en pocas horas, los temores sobre una posible embestida contra nuevos bonos estadounidenses y sobre la propia calificación triple A de EEUU derrumbaron los bonos del Tesoro. El rendimiento del bono de referencia a 10 años, el cual se mueve en dirección opuesta a su precio, subió a 3,355%, el nivel más alto en seis meses. El dólar descendió a su nivel más bajo contra el euro en cuatro meses y medio. El euro subió 1%, a US$1,3905. La divisa estadounidense terminó la jornada en el nivel más bajo respecto a la libra en seis meses. La libra subió 0,37%, a US$1,5856 (…) Los problemas de Gran Bretaña son una muestra de cómo los intentos por revivir economías alicaídas y salvar a bancos inestables están produciendo efectos negativos sobre las finanzas de gobiernos en todo el mundo. En los últimos meses, tanto Irlanda como España perdieron sus calificaciones triple A. Los analistas afirman que esto también podría augurar advertencias similares a otros países que están elevando su endeudamiento a niveles que no se veían desde la Segunda Guerra Mundial. S&P prevé que la relación deuda/PIB del gobierno de EE.UU. aumente de 44% el año pasado a 77% para 2013; la de Japón, de 110% a 120%, y la de Italia, de 102% a 116%. S&P considera que la proporción en Francia y Alemania crecerá más lentamente, a 69% y 72% del PIB para 2013, respectivamente. El salto en las ventas de bonos gubernamentales de EEUU y el Reino Unido el jueves resalta los riesgos que los dos países enfrentan en sus esfuerzos por revitalizar sus economías. Ambos gobiernos esperan que todos los préstamos que están otorgando generarán tanto crecimiento que la deuda se contraerá como una porción de la economía. El riesgo es que el crecimiento sea débil, lo que dejaría a esas economías aún en dificultades, pero sumidas en montañas de deuda. Ese es el argumento presentado por otros países, como Alemania, que han optado por un camino más conservador con la esperanza que sus economías repunten sin que necesiten elevar demasiado su deuda. Los temores de que gastos descontrolados dispararían la inflación son una de las razones clave por las que Alemania y Francia se han resistido a incrementar sus paquetes de estímulo y probablemente rechazarán cualquier sugerencia para que lo hagan en el futuro próximo. La reacción negativa al anuncio de S&P sobre el Reino Unido era aparente ayer en los mercados de los seguros contra cesación de pagos de deudas soberanas. El seguro sobre la deuda del Reino Unido, ahora en 72.000 dólares para cada 10 millones asegurados, excede el de países con calificación más baja como Portugal y Bélgica. El mismo seguro en EEUU, ahora está en 37.500 dólares; el de Alemania, en 34.500, y el de Francia, en 36.500. La advertencia de S&P llevó a algunos analistas a preocuparse de que EEUU podría ser el próximo, aunque el estatus del dólar como moneda de reserva le da a EEUU mucha más capacidad de soportar una carga pesada de deuda. "El ritmo del deterioro en las finanzas es el factor principal en este caso", dijo Huw Worthington de Barclays Capital. "Reino Unido y EE.UU. han caído mucho y rápido, mientras los declives en países como Alemania y Francia son más mesurados". Las acciones de EEUU cayeron por tercer día consecutivo, con el Promedio Industrial Dow Jones perdiendo 129,91 puntos, presionado también por nuevos datos desalentadores del desempleo. Las acciones británicas también se hundieron, con el índice de referencia FTSE 100 perdiendo 2,7%, a 4.345,47 puntos luego de que S&P anunciara su nueva perspectiva para el país. Asimismo, los bonos del gobierno británico cayeron, elevando los costos de la deuda soberana. La agencia indicó que reevaluará la calificación de Gran Bretaña luego de las elecciones. "Esto es como ponerle una pistola en la cabeza al próximo gobierno para que ordene las finanzas públicas", afirmó Russell Silberston, director de tasas de interés globales de Investec Asset Management en Londres. S&P afirmó que es probable que la deuda pública británica casi se duplique y alcance el 97% de la actividad económica anual para 2013, un nivel que, si se sostiene, sería inconsistente con una calificación de triple A y supera con holgura la proyección del gobierno de una relación deuda/PIB de 79% para 2013-2014. THE WALL STREET JOURNAL. 22-5-2009 Taiwán. United Daily News ¿DEJARÁ OBAMA UN DESASTRE AL FUTURO? (…) ¿Hasta qué magnitud deberá llegar la deuda avalada por el presidente estadounidense para corresponder al estándar de “irresponsabilidad”? El presupuesto de 2010 dado a conocer días atrás es precisamente un caso con que podemos indagar la acción a gusto y la apuesta económica. Obama estima que el déficit acumulado de 2010 a 2019 ascenderá a unos 7,1 billones de dólares. La deuda federal para 2019 representará más del 70% del PIB, que es muy superior al 41% registrado el año pasado y el más alto récord desde 1950. La Sección de Presupuesto del Congreso se muestra más pesimista: El déficit acumulado de 2010 a 2019 será de 9,3 billones de dólares en tanto que la deuda federal para 2019 representará el 82% del PIB. Estas cifras están probablemente subestimadas. El proyecto sanitario y médico de Obama gastará posiblemente 1,2 billones de dólares en los próximos diez años, en tanto que el presupuesto gubernamental es solamente de 635.000 millones de dólares. Aunque el presupuesto de defensa ha sido disminuido, será inevitable un déficit enorme. Las salidas federales de 2008 a 2019 se incrementarán en 75%, en tanto que los gastos de defensa sólo aumentarán en 17% (…) A menos que se reduzcan las amenazas provenientes de ultramar, es probable que también los gastos militares aumenten simultáneamente con el déficit. Con excepción de los republicanos, estas alarmantes cifras no han llamado gran atención. Esto tiene tal vez algo que ver con las habilidades de Obama de hacer desvanecer las críticas severas. La crisis económica llama la atención a todos, lo que es suficiente para convertirse en un pretexto justo para el enorme déficit del futuro. Son pocas las personas que se dan cuenta del ilimitado incremento del enorme déficit. Una de las razones por las cuales Obama goza de una gran popularidad reside en que él se ha comprometido a reducir los impuestos y ampliar los gastos federales. Con excepción de las familias cuyos ingresos anuales alcanzan 250.000 dólares, el 95% de las “familias trabajadoras” podrán beneficiarse de la reducción de impuestos. Obama está dispuesto a duplicar los gastos de investigación básica para los “departamentos importantes” y construir al mismo tiempo una red ferroviaria de alta velocidad que necesitará continuos subsidios federales. Se propone pedir préstamos para enfrentar esto. Este tipo de deudas adicionales es, en el fondo, un medio de evasión. Obama no quiere ofender a los norteamericanos haciéndoles escoger entre la reducción de los gastos federales y el aumento de los impuestos, de modo que al aumentar los gastos sin incrementar los impuestos, crecerán grandemente el déficit y la deuda gubernamental. Aparte de las expresiones orales, Obama no ha tomado hasta la fecha medidas concretas para reducir los gastos (…) Expresó que se propone controlar el costo de la atención médica, pero en realidad aboga por ampliarlo. Aunque a partir de 1961 el presupuesto federal no arrojó déficit sólo en cinco años, la tasa que representa la deuda gubernamental en el PIB siempre se ha mantenido por debajo del 50%, lo que equivale a que una familia con ingreso anual de 100.000 dólares soporte una deuda de 50.000 dólares. El impacto económico en estas circunstancias es bastante moderado. En cambio, el presupuesto con enorme déficit de Obama quebrantará esta situación y constituirá una mayor amenaza. En la situación más ideal, el aumento progresivo del costo de la deuda hará más pesada la presión sobre el incremento de impuestos, la reducción de los gastos o la creación de más alto déficit. A criterio de la Sección de Presupuesto del Congreso, se duplicará la tasa de interés de la deuda federal de 2008 a 2019 para ascender al 16%. El enorme déficit presupuestario afectará al crecimiento económico debido a que las inversiones privadas sean dejadas de lado. En el peor de los casos, el brusco aumento de la deuda será probablemente la causa de una futura crisis financiera. El presupuesto de Obama será suficiente para aplazar la aparición de un desastre mayor. El beneficio momentáneo será suficiente para encubrir los dolores en el futuro. La actual crisis demuestra que una política indiscreta producirá efectos contrarios. UNITED DAILY NEWS. 20-5-2009

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