SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La ‘amiga’ de Merkel acapara ya todo el poder

Cospedal ha vuelto a comparecer los lunes en la sede del PP. Lo hizo el pasado lunes con un nuevo e imperdonable error que hubo de corregir a instancias de los periodistas: afirmó que el Rey es “aforado”, cuando es notorio y elemental que la Constitución establece su inviolabilidad y, por lo tanto, don Juan Carlos es inimputable. Por supuesto, la secretaria general del PP incurrió en un mero lapsus, que carecería de importancia si en algo más de mes y medio no se hubiera desplomado su capacidad dialéctica y su habilidad política al calificar la remuneración de Luis Bárcenas como de “simulación” y de “pago en diferido”. A partir de aquel día -25 de febrero pasado- y con los antecedentes (“que cada palo aguante su vela”) del caso, la presidenta de Castilla-La Mancha dejaba de cotizar en el Ibex 35 de la política española y pasaba al mercado continuo.

Porque el manejo de la crisis del extesorero del PP la ha rebasado y confundido. A estas alturas no hay auditoría externa después de haberla prometido (ni una sola gran auditora ha aceptado el encargo por motivos varios), las acciones legales contra Bárcenas se han quedado en una demanda meramente civil de protección a los derechos al honor, la intimidad y la imagen que ni ella (la interpuso en Toledo por su cuenta) ni Rajoy han suscrito. Y de las declaraciones juradas de los miembros del partido, nada se sabe. Cospedal va demasiado deprisa, acelerada, y tiene que asumir dos responsabilidades de manera simultánea que no le permiten centrarse ni en una ni en otra: la secretaría del partido y la presidencia de Castilla-La Mancha. El que mucho abarca, poco aprieta.

Mujer de temperamento vivo, e impulsiva, la secretaria general del PP se ha quedado aislada. En Génova, Javier Arenas -representante de esos que deberían aguantar la vela del pasado del partido según la versión de la albaceteña- le profesa una inquina manifiesta y sus dos más estrechos colaboradores no llegan a cubrir todos los huecos: ni Carlos Floriano ni Esteban González Pons pasan por sus mejores momentos. Pero su flanco más débil está en el corazón de la Moncloa: su gran rival, Soraya Sáenz de Santamaría, ha ganado el pulso entre las dos mujeres que formaban con Rajoy el triángulo del poder. La vicepresidenta única del Gobierno, ministra de la Presidencia, portavoz del Gobierno, responsable política del CNI y del funcionariado, no se ha empleado ni un ápice en achicar el agua que anegaba las instalaciones de Génova.

Todos los viernes, la jefa de la promoción ‘gloriosa’ de abogados del Estado (la de 1996) ha despejado balones en forma de preguntas porque desde la Moncloa no se habla del partido, sólo del Gobierno. Y aún de este sólo desde el punto de vista técnico y apenas con aditamentos políticos y, muchísimo menos, ideológicos. La vicepresidenta -que ha colocado a sus compañeros de promoción en puestos claves (subsecretarías, secretarías generales técnicas, RTVE, servicio jurídico del Estado) y que recibe la fidelidad estricta del núcleo duro de los secretarios de Estado (Lasalle, Ayllón, los hermanos Nadal, entre otros muchos), ha congelado el perfil político del Gobierno, se ha distanciado de cualquier embrollo en el partido y es la única personalidad política que, además de extremar la selección de sus apariciones mediáticas, se ha librado de críticas acervas, muy a diferencia de casi todos sus compañeros de Gabinete. Compañeros, sí, pero también subordinados, porque los ministros despachan con ella y sólo ocasionalmente con el presidente, que tiene depositada toda su confianza en esta juvenil abogado del Estado. Los ministros la consideran “la oficial” de Rajoy. Sin discusión.

Mientras Cospedal -y el propio presidente del Gobierno- chapotean en los problemas y polémicas, ella se encarga de transformar lo político en contabilidad y de reconducir los debates a las normas. Con números y leyes, la vicepresidenta cree resolverlo todo. Se engaña, pero su itinerario establecido, de momento, le funciona porque con un par de mandobles parlamentarios a su tocaya socialista en las sesiones de control parlamentario, cubre el expediente. Ella, lógico, aspira a más. Y lo está logrando. El pasado 5 de marzo visitó Berlín y departió ampliamente con Angela Merkel, que, al decir de determinadas terminales, quedó encantada, casi seducida, por nuestra Soraya Sáenz de Santamaría.

Y a partir de entonces ‘la amiga’ de Merkel es la vicepresidenta, quien desde Moncloa, manejando los índices de temas del Consejo de Ministros, los despachos con los titulares de los departamentos y con la información puntual que recibe de sus compañeros de ‘la Gloriosa’, localizados en posiciones estratégicas, y de sus fieles secretarios de Estado (además de los tres o cuatro ministros que le colocó a Rajoy), se ha adueñado del poder, mientras el de su oponente y rival, Cospedal, se cuartea no sólo en la calle Génova, sino también en Toledo, donde las encuestas comienzan a detectar -cuando no hace aún dos años de lograr en Castilla-La Mancha la mayoría absoluta- que el éxito de 22 de mayo de 2011 no volverá a repetirse.

A más a más, al de Pontevedra ni se le ocurre ahora un cambio de Gobierno que equilibre el poder de Soraya: moverá ficha en Semana Santa de 2014 para enviar a Arias Cañete a Bruselas -y, a poder ser, colocarle de comisario defenestrando a Almunia– y remitir a Jaime Mayor al ostracismo. Sin él y con Esperanza Aguirre dedicándose a cazar talentos y recibir honoris causa, ancha es Castilla de la mano de la laboriosa, técnica, hábil, ideológicamente borrosa, Soraya Sáenz de Santamaría, la ‘amiga’ de Merkel que ha dado los jaques mates que necesitaba para convertir el triunvirato en una bicefalia: ella y Rajoy. ¿Por ese orden? Que cada cual se responda a esta crucial interrogante como mejor le parezca.

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