4-6-2017
En Madrid
Donald Trump decide retirar a Estados Unidos del acuerdo de París para la reducción del cambio climático. Los países principales de la Unión Europea se enfadan, y España opta por un discreto segundo plano. Francia, Alemania e Italia emitieron el jueves un comunicado conjunto que no llevaba firma española. Una nota dura. Severa. Angela Merkel, François Macron y Paolo Gentiloni recordaban a Trump que el acuerdo de París no es renegociable. Mariano Rajoy prefirió mantenerse al margen. Dejó que Italia tomase la delantera, en detrimento de la estrategia que pretende consolidar España como principal referente del Sur de Europa en la fase de reestructuración del proyecto comunitario. La diplomacia italiana es saltarina. Las buenas ocasiones las caza al vuelo. Hacía meses que no lograban aparecer en primera línea. No levantaban cabeza desde el fiasco de Matteo Renzi en el referéndum constitucional del pasado mes de diciembre. Horas después de que Macron Bonaparte colgase en YouTube un vídeo con ansias de liderazgo mundial, que ya acumula millones de visitas –Make the planet great again–, el primer ministro español emitía un triste tuit de compromiso europeísta. Los huesos de Stendhal se removían en el cementerio de Montmatre de París, recordando sus sombrías notas sobre el país que, en 1808, le parecía africano. “España siempre irá con retraso. Tardará doscientos años en arrancar una constitución, que le costará ríos de sangre”.
Con lo que tiene en casa, Rajoy no quiere indisponerse con los norteamericanos. Su intuición conservadora le dice que podría ser peligroso. Pocos elogios a Trump, pero ningún gesto contra Trump. Esta es la consigna de la derecha española. Prudencia, prudencia, prudencia. Y si la ocasión se tercia, intentar ejercer de puente entre Washington y Bruselas. Alérgico a los gestos teatrales y perfectamente consciente de su papel secundario en el panorama internacional, Rajoy no quiere notoriedad. Quiere comprar seguridad. Con los que ahora mandan en Washington hay que ir con cuidado. Se lo ha olido.
La economía española crece más que la media europea, sin que la mejora llegue a todos. Hace falta más tiempo, y la brutal fractura generacional será muy difícil de reparar. Las tensiones sociales aumentan cuando las cosas empiezan a mejorar, y mucha gente comprueba que se ha quedado irremisiblemente atrás. La ira de los jóvenes puede ser la soga de Rajoy, que no consigue salir del marco narrativo de la corrupción. Quería embridar a los fiscales anticorrupción y ha fracasado estrepitosamente en el primer intento. La fea caída del fiscal Manuel Moix ha recorrido todo el pabellón auditivo de la sociedad española. El ministro de Justicia, Rafael Catalá, ha quedado calcinado, pero no puede cesar, puesto que ahora viene la moción de censura de Podemos, que no será una anécdota (13 y 14 de junio).
La aprobación de los presupuestos garantiza dos años de mínima estabilidad, pero no infla las velas. Los de Ciudadanos leen las encuestas –el PP, por debajo de los resultados del 26 de junio del 2016– y ya se están lanzando contra Cristina Cifuentes en la Comunidad de Madrid. Pedro Sánchez se toma tiempo. Antes de regresar al baile táctico deberá cerrar bien el congreso del PSOE (17 y 18 de junio).A Rajoy le queda Catalunya, la válvula de seguridad que nunca falla. Cree que puede frenar el referéndum. Quiere mostrar firmeza. No esperará a septiembre.
En Barcelona
Obra en poder de la dirección del PDECat un informe demoscópico en el que se estima que una parte importante de la sociedad catalana ha pasado a formar parte del guión de la película Matrix. Los 2,3 millones de ciudadanos que participaron en la informal consulta soberanista del 9 de noviembre del 2014 se hallan divididos entre aquellos que han tomado la píldora azul (que conduce a un mundo ficticio) y los que han ingerido la pastilla roja (que permite mantenerse en la realidad). El citado informe sostiene que al menos un millón de votantes soberanistas están convencidos de que Catalunya será independiente a finales de año. Otro millón trescientas mil personas, entre las que figuran numerosos simpatizantes de los comunes, que se adhirieron al 9-N como signo de protesta social, sin ser secesionistas, creen que la partida va para largo y que no es probable una Catalunya independiente a corto plazo. ¿Quiénes se han tomado la pastilla azul y quiénes la roja? Los convencidos de la independencia inminente se inflaman sobremanera si se les sugiere que viven en un mundo de fantasía. No tardarán ni cinco minutos en acusar de agente españolista a quienes les ofrezcan la píldora roja para retornar a la realidad. La duda frena, dicen. La duda es unionista. Sólo con una gran carga de ilusión se puede romper el statu quo. Por el contrario, quienes se han ido convenciendo de que no es posible una independencia exprés les ofende toda insinuación de traición. Catalunya-Matrix. Unos se han tomado la pastilla roja y otros la azul. A finales de año saldremos de dudas.
Un bloque soberanista partido por la mitad, en lo que se refiere a la percepción de la realidad. Es difícil fabricar política en ese paisaje psicosocial. Puesto que no hay acción sin ilusión, los adventistas se han transformado en un vigilante batallón dispuesto a impedir cualquier tipo de freno o retroceso. Soportarían muy mal llegar a la fiesta de final de año y comprobar que hace cinco años tomaron la pastilla azul con una copa de cava. No están dispuestos a retroceder. El primero de los dirigentes que frene saldrá volando por la ventana, como muy bien sabe Oriol Junqueras.
Ese millón de convencidos en la pronta independencia será el motor de las movilizaciones que se aproximan. Es un contingente social importante, que se reparte entre Esquerra Republicana, el PDECat y la CUP, con creciente predominio de los republicanos, puesto que la antigua CDC se halla bajo mínimos electorales. El partido que desde hace unos meses dirige Marta Pascal cuenta con la fidelidad de los votantes más maduros. Ahuyentados por las radiaciones del cráter Pujol, del cráter Palau de la Música, y ahora las del cráter Gordó, los jóvenes han migrado a ERC, que hoy obtendría un resultado contundente en unas elecciones catalanas. La llave de esas elecciones, sin embargo, obra en poder del presidente Carles Puigdemont, el dirigente catalán más convencido de la posibilidad de una independencia inminente. Equivocado o no, Puigdemont es hoy el menos barroco de todo el elenco.
¿Pastilla roja o pastilla azul? Los comunes, partido de frontera, están convencidos de haber ingerido la píldora roja, como corresponde a su ideario. La presión de los adventistas sobre el grupo de Ada Colau y Xavier Domènech es tan fuerte que le está otorgando a Catalunya en Comú una centralidad sin precedentes. Entretanto, el PSC despierta, estimulado por la sorprendente victoria de Sánchez en el PSOE. No pierdan de vista a Miquel Iceta.