Editorial Internacional

Irán: a un año de la revolución del velo, el régimen de los ayatolás sigue herido de muerte

El poder de los ayatolás no va a colapsar, ni se va a disolver. Pero está herido de muerte, porque la inmensa mayoría del pueblo iraní solo quiere que desaparezca.

Se cumple ahora un año de la muerte bajo custodia policial de la joven Mahsa Amini, detenida y torturada por la ‘Policía de la Moral’ por el «delito» de llevar mal puesto el hiyab. Se cumple ahora un año de una “revolución del velo” que no tiene vuelta atrás.

Como si hubiera hecho saltar la espita de una olla a presión, este crimen de Estado hizo brotar una enorme energía revolucionaria, una incontenible ola de ira y cólera popular, con cientos de miles de iraníes -especialmente mujeres y jóvenes, pero con una amplia representación de la sociedad del país- protagonizando marchas y manifestaciones en 138 ciudades, en las 31 provincias de Irán al grito de «Mujer, Vida, Libertad».

Pero al contrario de otros estallidos de protestas ocurridos anteriormente en un país donde las manifestaciones están a la orden del día, en las revueltas del velo ha ocurrido un salto cualitativo. Lo que se pide no es tal o cual reivindicación económica, ni siquiera una reforma democrática que suavice las ultraopresivas y teocráticas leyes del país. Lo que la mayoría de la sociedad iraní ha pasado es a exigir el mismo fin del régimen.

La revolución del velo es una impugnación integral del tenebroso y corrupto régimen teocrático con el que una auténtica burguesía burocrática disfrazada de ropajes religiosos -los clérigos chíies y los militares de los Guardianes de la Revolución Islámica- lleva 44 años dominando al pueblo iraní. Una casta ultracorrupta que no sólo oprime a las clases populares con su interpretación medieval del Corán, sino que controla de manera directa de forma asfixiante las distintas ramas de la industria, el comercio y las actividades económicas, controlando un enorme capital de más de 100.000 millones de dólares.

Mientras que en uno de los países más ricos del planeta, poseedor de enormes reservas de hidrocarburos, un 80% de la población (70 millones) vive bajo el umbral de la pobreza, y un tercio (29 millones) bajo la miseria extrema, mientras crece el desempleo y la inflación, esta privilegiada casta teocrática -unos 250.000 millonarios- domina el país con el Islam en la boca, usando el miedo y el terror como herramienta de control.

A lo largo de este año el régimen de los ayatolás ha intentado, mediante una brutal represión, mantener a raya las protestas. Pero ha sido inútil.

En las manifestaciones, los Guardianes de la Revolución y sus milicias falangistas (los Basiy, «reclutas») han asesinado con fuego real a más de 600 iraníes, incluyendo 71 menores. Más de 700 manifestantes han recibido disparos en los genitales o en los ojos. Han detenido, encarcelado y torturado a decenas de miles, cebándose con activistas, abogados, profesores, estudiantes, sindicalistas y artistas, así como con los familiares de las víctimas de las protestas, a los que ha prohibido celebrar recordatorios o llorar a sus muertos. Los Tribunales han condenado a muerte a 697 personas por un amplio catálogo de delitos-pecados redactado por la Inquisición Islámica.

Pero nada de todo eso ha amedrantado a un pueblo que ha decidido poner fin a esta putrefacta casta.

Se han instalado cámaras de vigilancia para reprimir «los pecados contra la moral», especialmente de las jóvenes. Se han enviado mensajes de texto a un millón de mujeres por conducir sin el velo; a unas 4.000 les retiraron los permisos y a cerca de 2.000 les confiscaron sus coches.

Pero el 90% de las mujeres en Irán llevan -deliberadamente- mal colocado el hiyab, y un 20% en capitales como Teherán sigue saliendo a la calle con su cabello libre, al descubierto.

A pesar del terror, de las ejecuciones judiciales y extrajudiciales de las camisas pardas teocráticas, decenas de miles de mujeres y hombres, de obreros, campesinos, estudiantes y pensionistas siguen saliendo a las calles todos los meses para luchar por la democracia y la libertad, para exigir el fin de un régimen totalitario que ha durado más de cuatro décadas.

El poder de los ayatolás no va a colapsar de la noche a la mañana, ni se va a disolver pacíficamente. Va a oponer una furiosa y sangrienta resistencia. Pero está herido de muerte, porque la inmensa mayoría del pueblo iraní, -y muy especialmente las mujeres y los jóvenes, junto a amplios sectores del pueblo trabajador- solo quieren que desaparezca.

Este régimen está tocado de muerte, en un estado de descomposición irreversible. No tiene vuelta atrás. Los de arriba no pueden seguir dominando, ni los de abajo no aceptan seguir dominados como hasta ahora.

Tardará más o menos, pero es sólo cuestión de tiempo que la fuerza organizada y revolucionaria del pueblo iraní mande a sus opresores al vertedero de la Historia.

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