Ha muerto Francisco Ibáñez, y varias generaciones de lectores nos hemos quedado huérfanos. Ha sido una figura imprescindible del cómic y el tebeo, pero también, frente a demasiados prejuicios que intentan negarlo, un referente de la cultura durante las últimas décadas.
En Ibáñez se entrecruzan dos vectores que muchas veces están peleados.
Es el autor de cómic más leído y publicado. Con unas apabullantes cifras, desde las 50.000 páginas dibujadas a los 100 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo por Mortadelo y Filemón.
Y al mismo tiempo, desde la aparentemente anodina diversión del tebeo, hizo cultura con mayúsculas. Lo demuestra las tres veces en que su nombre -algo impensable en un humorista- figuró entre los candidatos a recibir el Premio Princesa de Asturias.
De la mano y la mente de Ibáñez han surgido una larga lista de personajes míticos: desde Mortadelo y Filemón a Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio, desde 13 Rue del Percebe al botones Sacarino o Rompetechos.
Y, sobre todo, alcanzó un estilo personal, un sello reconocible al instante. Desde el primer segundo que vemos una de sus viñetas sabemos que es de Ibáñez.
Se trata de un humor directo, que desde la primera viñeta nos engancha y sacude.
En Ibáñez hay una libertad donde el orden se subvierte, y lo que no está permitido puede suceder
Con un ritmo endiablado, donde la sucesión de gags no nos deja respiro, nos coge de las solapas y nos zarandea.
Viñetas que componen una historia, pero que cada una de ellas es una obra en sí misma, con detalles en segundo plano, totalmente al margen de lo que se nos cuenta pero que son hilarantes, y que nos hacen buscar en cada esquina para encontrarlos.
La obra de Ibáñez se forja en la posguerra, en aquellos años 50 donde empieza a publicar. En un momento donde los tebeos, a través de un humor muchas veces brutal y macabro, podían decir cosas que no eran permitidas en otros ámbitos.
Y está poseída por un humor que bebe a partes iguales del surrealismo y el absurdo, con situaciones que vuelven del revés la lógica y el sentido común, y del tremendismo o la novela picaresca, siempre presentes en la gran cultura española.
Por eso las viñetas de Ibáñez respiran una libertad que nos engancha, donde el orden se subvierte, y lo que no está permitido puede suceder.
Abordando, sobre todo en las últimas décadas, temas sociales candentes, como el paro (en “Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo”), la precariedad laboral (en “Sueldecitos más bien bajitos”) o los ataques contra las pensiones públicas (en “Jubilación a los 90”, su última obra).
“No creo que sea una cuestión de talento. Es sobre todo trabajo”
(Extractos de la tertulia con Francisco Ibáñez en el Ateneo Barcelona XXI, celebrada en octubre de 2002)
Tu cómic ha resistido al tiempo, ha convivido con Franco, con Felipe González… ¿Cómo se vivió la censura franquista?
La censura franquista era tremenda, incluso con cosas que no tenían la más mínima importancia. Con aquella censura sabías que no podías tocar determinados temas, como el tema político, aquello era impensable tratarlo. El tema erótico ni soñarlo. Se metían con el tema de la violencia. Aquella última viñeta donde un personaje persigue a otro con un garrotito, nos decían que esa violencia hiere la tierna sensibilidad de un niño. Paralelamente se permitían esos tebeos de hazañas bélicas donde se masacraban, se mataban, se pisoteaba a 50.000 japoneses, aquello no tenía importancia.
¿Cómo es el trabajo de un comiquero?
Si vamos a valorar una historia, el 70% es para el guion y el 30% es para el dibujo. Hay autores que hacen verdaderas maravillas, trabajan historietas al óleo, cada viñeta podría recortarse y colgarse en el Museo del Prado, pero ocurre que esa historia no está arropada por un guion que atraiga al lector.
Si valoramos una historia, el 70% es para el guion y el 30% para el dibujo
Muchos tebeos han desaparecido. ¿No crees que el que Mortadelo y Filemón se mantenga tiene que ver con el espíritu catastrófico que tienen y ese sentido del humor tan propio?
Tomaba el ejemplo de los niños que iban al circo. El momento que les hacía gracia era cuando el payaso se pegaba el batacazo. Es solo eso, aquel clown traspasado a las páginas.
A mí un género que siempre me ha gustado muchísimo, que se le ha llamado el celuloide rancio, son aquellas peliculitas del principio del cine, del Gordo y el Flaco, posteriormente de Abbot y Costello, Martin y Jerry Lewis. Qué gracia tenían, que todo les salía al revés.
Cuando una persona lo hace todo magistralmente decimos “joder que asco de tío”, cuando alguien falla en algo nos reímos un poquito.
¿Cuál es tu personaje favorito?
Por haberse publicado en todo el mundo debería ser Mortadelo y Filemón, pero no es así. El personaje que yo siempre he querido más es ese chiquitín Rompetechos. Tenía una gran ventaja respecto a los demás. Así como el resto de mis personajes van por parejas, los gags de la historieta de este personajito se basan en la miopía, tenía la ventaja de que era uno solo y encima pequeñajo, o sea que aquello en una página cundía.