50 aniversario de su muerte

Huracán Picasso

Picasso es un huracán que se activa cada vez que alguien contempla su obra. Basado en la salvaje fuerza de una mirada que devoró la realidad e inundó todas las vanguardias.

Dos momentos, dos obras que, en el inabarcable océano creativo de Picasso, ejemplifican la demoledora fuerza de su obra, que nos sigue golpeando cinco décadas después de la muerte de su autor.

1916. Europa está sacudida por el horror de la Primera Guerra Mundial. En el Salón d´Antin de París se expone por primera vez “Las señoritas de Avignon”. El huracán Picasso sacudió todo el arte pasado y futuro.

El cubismo irrumpe para provocar el desprecio de las élites culturales, sociales y políticas.

Por el tema elegido. Picasso eleva a la categoría de modelos del gran arte a un grupo de prostitutas del barcelonés carrer d´Avinyó.

Por una mirada que contempla la realidad de una forma radicalmente nueva. Liberándose de los corsés del arte y la sensibilidad burguesas dominantes.

Buscando inspiración en el arte africano, continente saqueado y vilipendiado por las grandes potencias europeas, o en la escultura íbera, representando a una vanguardia que, en el momento donde la moderna sociedad burguesa muestra los horrores que entraña, se alimenta de un arte primitivo relegado injustamente al olvido.

El cubismo sigue con furia el lema de que sin destrucción no hay construcción. Para poder ver lo que la realidad esconde, primero hay que destruir las falsas postales donde el decadente naturalismo burgués había encerrado a la pintura.

Un cuadro cubista es arrojar una piedra sobre un lujoso escaparate, para luego recoger los trozos y volverlos a juntar, de una manera que nunca se había intentado.

Esquematizando la realidad en figuras geométricas situadas todas en el mismo plano, abandonando la noción de perspectiva, clave en la pintura desde el Renacimiento. Sorprendentemente, esas figuras planas adquieren una fascinante complejidad. Podemos verlas en diferentes planos simultáneamente, de perfil y de frente en una misma imagen. Expresando, frente a una mirada única, los múltiples ángulos desde donde puede verse la realidad.

1937. Pabellón español de la Exposición Internacional de París. Por primera vez los ojos del mundo contemplan el Gernica. El mismo impacto se reproduce cada vez que, en la sala del Museo Reina Sofía, un nuevo grupo se sitúa frente a la obra de Picasso.

Su paleta en blanco y negro, con una fascinante gama de grises, sin atisbo de color, le confieren una descomunal fuerza visual.

Las imágenes desencajadas que se acumulan y atropellan, con animales sufrientes y cuerpos mutilados, nos hacen revivir el caos y el terror de quienes sufrieron el bombardeo de Gernica.

El genio de Picasso nos habla de Gernica, denunciando con rabia incontenible la barbarie de uno de los primeros bombardeos a ciudades, realizado solo para sembrar el terror. Pero le confiere una altura universal. Está Gernica, pero también Mariúpol o Bucha, Vietnam o Palestina, Afganistán o Corea. Están todas las agresiones imperialistas, todas las invasiones, todos los pueblos que las sufren y luchan contra ellas.

Cada figura del cuadro adquiere una altura totémica, que golpea sustratos muy profundos del alma de todas las culturas, de todas las generaciones.

El toro y el caballo, expresión de vida, supurando dolor y contemplando atónitos el terror. La madre que con el pecho fuera llora a su hijo muerto entre sus brazos, uniendo de manera brutal vida plena y muerte total, representando a todas las madres que en Guernica o en Ucrania se desintegran en un dolor que no puede medirse.

Una mirada voraz

Un collage del fotógrafo norteamericano Arnold Newman explica mejor que muchos tratados el poder de la obra de Picasso. En él contemplamos un fondo negro con una apertura en el centro que alberga el ojo del pintor malagueño. Toda nuestra atención se dirige hacia la mirada de Picasso, que proyecta una potencia más allá de cualquier límite.

Aquí está encerrada la altura de Picasso. En la fuerza de una mirada capaz de comerse el mundo, de entrar como un bisturí en todo lo que pintaba.

Picasso es una descomunal fuerza de la naturaleza trasladada al arte. Con una creatividad inimaginable, capaz de producir 33.000 obras. Y en cada una de ellas, hasta en las más menores, está la mirada que cambió para siempre el arte.

El “Año Picasso”, decretado para conmemorar el 50 aniversario de su muerte, nos ofrecerá casi cincuenta exposiciones, 16 de ellas en España.

Se abordarán los múltiples ángulos de Picasso. Los más oscuros, como la relación destructiva con algunas de las mujeres con que compartió su vida, y los más brillantes, expresados en una obra cuyo impacto revolucionario sigue vigente.

El huracán Picasso no aceptará ningún límite, y quiere abarcarlo todo. Cultivará todos los géneros plásticos, desde la pintura a la escultura o la cerámica, desde el dibujo y el grabado a la escenografía teatral… Y en todos ellos tendrá un impacto revolucionario.

En 1912, con “Naturaleza muerta con silla de rejilla”, Picasso inaugura con el collage una nueva técnica artística. Recortes de diarios o revistas, junto a otros elementos “anti pictóricos”, se convirtieron en nuevas herramientas para el pintor.

Con “Guitarra”, construida con cartón, cordel y alambre, se inicia una transformación revolucionaria de la escultura, liberándola de conceptos clásicos como el volumen y sustituyendo modelado y talla por todo tipo de técnicas constructivas.

Picasso recorre todas las vanguardias. Será la cumbre del cubismo, pero también contribuirá al despegue del surrealismo. Cuando Breton publica el “Manifiesto Surrealista” señala a Picasso como artista de referencia del movimiento.

Hablar de Picasso es hacerlo de una de las mayores cumbres que ha dado el arte universal en sus decenas de miles de años de existencia.

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