Literatura

Herta Müller: el Nobel del dolor

Confieso que cuando leí­, por primera vez, que se habí­a concedido el premio Nobel de Literatura a una escritora de lengua alemana, al año siguiente de que lo obtuviera un escritor de lengua francesa, me asaltó la inevitable sospecha que rige mi pensamiento con esta cuestión de los «premios literarios» (acerca de los cuales, gracias a Dios, comienza a haber un cierto debate en este paí­s): la sospecha de que la Academia sueca se hubiese visto obligada a compensar rápidamente el peralte ofrecido a la lengua francesa con el premio a Le Clézio con un estí­mulo y un reconocimiento similares a la lengua alemana (en ambos casos, además con un relativo desprecio a la consideración de la verdadera calidad e innovación literaria). Pero, aunque sin duda algo hay de verdad en ello, no deja de parecerme un acierto ahora que se haya aprovechado el 20 aniversario de la caí­da del muro de Berlí­n (un gozne verdadero de la historia) para dar relieve a la escritura casi «milagrosa» de Herta Müller, una escritura «salvada» de los «campos de concentración» que fueron los paí­ses del Este, y conciencia viva y doliente de aquel tenebroso universo totalitario.

Herta Müller nació en Rumanía en 1953, en el seno de una familia erteneciente a una minoría rumana de origen germano que habitaba el país desde los tiempos del imperio austro-húngaro. Los avatares de la historia del siglo XX iban a marcar su vida de una forma apabullante. Su padre, un campesino de origen alemán e ideología ultraconservadora, se vio arrastrado por el entusiasmo nazi de la década de los años 40, y como ha revelado la propia Herta se afilió y colaboró con las Waffen-SS. Su madre, también de origen alemán, fue deportada después de la guerra a un campo de trabajo de Ucrania: jamás en toda su vida abrió la boca para contar a nadie lo que había vivido allí. Por si esto fuera poco, desde que en 1970 marchó a estudiar a la cercana Universidad de Timisoara y comenzó a relacionarse con círculos literarios, Herta se vio acosada por la policía secreta del régimen de Ceaucescu, y no dejaría de estarlo hasta que en 1987 la República Federal alemana “comprara” su libertad y su exilio por 8.000 marcos (unos 4.000 euros). Pese a la persecución y el acoso (para forzarle a convertirse en “informadora”, es decir, en delatora) Herta logró publicar dos pequeños volúmenes de relatos cortos y salvaguardar a través de la literatura una existencia devastada por el miedo, las humillaciones y una persistente voluntad no ya sólo de control y dominio sino de completa aniquilación. Cuando en 1987 salió al fin para un exilio definitivo, supo al fin que su mejor amiga desde la infancia la había estado vigilando durante años e informando a la policía sistemáticamente de lo que hacía desde que se levantaba hasta que se acostaba, qué hacía, que leía, con quién se veía…: “Al menos, una de las preguntas más dolorosas ha sido respondida”, escribió Müller.Todo este pasado no ha dejado indemne a Müller, que no duda en describirse a sí misma como una persona “destruida”. Pero, a la vez, con una voluntad de hierro. Una voluntad que le ha permitido, en los últimos años, poner en pie una obra importante, una veintena de libros (novelas, relatos, ensayos, poesía), de fuerte coloración autobiográfica, en la que Müller desgrana, con un estilo duro, lúcido y mordaz, la realidad que le ha tocado vivir. “El tema de mi escritura –suele decir- no lo he elegido yo, se me echó encima” o, más amargamente, “no he tenido libertad ni siquiera para elegir” sobre qué escribir.Antes de que llegue el inevitable aluvión de traducciones y publicaciones de su obra, el lector español ya puede disfrutar de un pequeño aperitivo: editorial Siruela tiene en todas las liberarías dos de sus libros fundamentales, el tomo de relatos breves “En tierras bajas” (1990), con el que se dio a conocer al público alemán tras su exilio, y la novela corta “El hombre es un gran faisán en el mundo”. Ambos libros están ambientados en pequeñas comunidades rurales rumano-alemanas, es decir, su hábitat natural. Y en ambos libros se hace patente ya la literatura contenida, asfixiante y onírica de Herta Müller.

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