¿Hacia una escalada militar en Siria y Afganistán?

El Pentágono intensifica su actividad en Oriente Medio y Asia Central

Washington intensifica su actividad en Siria -incluyendo el derribo de aviones y drones de Damasco, con el consiguiente aumento de la tensión con Moscú- y podría preparar un notable refuerzo de su presencia en Afganistán. Esto es lo que se desprende de las acciones del Pentágono y de las declaraciones de sus militares en las últimas semanas. ¿Estamos ante una escalada bélica de EEUU en escenarios en los que parecía estar disminuyendo su presencia directa?

En Siria, la actividad militar norteamericana no para de subir escalones, tensando la situación en Oriente Medio. Bajo la pantalla de una implacable ofensiva contra el ISIS, las fuerzas aéreas de EEUU han derribado varios aparatos de la aviación siria, incluyendo no sólo un par de drones del régimen sirio -que según el Pentágono amenazaban posiciones de la coalición internacional liderada por Washington- sino el abatimiento por parte de un caza F-18 de un avión Su-22 de las Fuerzas Aéreas sirias, la primera vez desde el conflicto en Kosovo (1999) que un caza estadounidense abate a un aparato de otro país.

El derribo del Su-22 ha enfurecido a Damasco -que ya recibió de EEUU un bombardeo con misiles sobre un aeródromo militar el pasado mes de abril en represalia a un ataque químico contra civiles del que se acusaba a Al Assad- pero sobretodo a Rusia: a partir de ahora Moscú tratará a los aviones de la coalición dirigida por EEUU que sean detectados al oeste del río Eufrates como blancos aéreos. También varios drones norteamericanos han sido derribados por los misiles sirios, como un RQ-4 Global Hawk que fue cazado in fraganti mientras observaba los sistemas antiaéreos rusos situados en la base de Tartus. Es el cruce de amenazas más tenso desde que en 2015, un miembro de la OTAN (Turquía) derribara un Su-24 ruso en la frontera siria, lo que provocó un grave conflicto diplomático internacional.

Este recrudecimiento de la intervención militar en Siria se produce casi simultáneamente de la gira de Donald Trump por Arabia Saudí e Israel, en las que se ha podido vislumbrar el proyecto norteamericano de armar una «OTAN de Oriente Medio» juunto a sus aliados más firmes, con el objetivo de recuperar la iniciativa en la zona y volviendo a colocar en el blanco a Irán, potencia regional con la que Obama rebajó la tensión en los últimos años de su mandato. La administración Trump, decidida a que «EEUU vuelva a ganar guerras» no parece estar dispuesta a que los reveses de la guerra de Siria -un incendio prendido por EEUU al financiar y armar a las distintas ramas de la oposición a Al Assad, incluyendo a las extremistas, que luego derivarían en ISIS- acaben mermando la capacidad de intervención hegemonista en una zona tan vital geoestratégicamente como Oriente Medio. Aunque Washington ya no aspira a derribar a Al Assad y el régimen de Damasco -respaldado por Moscú y Teherán- está ganando la guerra, los EEUU de Trump no van a dejar que Rusia e Irán se conviertan en los nuevos árbitros de la región.

Afganistan: una guerra que Washington no se puede permitir perder.

Afganistán es -tras 15 años de destrucción y combates sin fin- la guerra más larga de EEUU. Pero lentamente, Washington la está perdiendo. Lo dijo el propio secretario de Defensa -y buen conocedor del terreno como antiguo teniente general en Afganistán- James Mattis ante el Senado “En 2016 los talibanes tuvieron un buen año y lo están intentando otra vez. Ahora mismo, no estamos ganando y el enemigo está creciendo”. Las fuerzas gubernamentales sólo controlan el 57% del territorio, porcentaje que disminuye sin cesar, mientras que los talibanes gbiernan de facto sobre 8,4 millones de personas.

Afganistán no tiene una ubicación cualquiera: está en el centro de Eurasia, en la espalda de China, en el vientre del área de influencia rusa de las repúblicas ex-soviéticas, al norte de dos potencias nucleares como India y Pakistán, y en la nuca de una potencia regional emergente como Irán. EEUU no puede permitirse que Afganistán se le deslice de los dedos.

Por eso, Trump ha dado marcha atrás a sus intenciones sobre Afganistán. “Es tiempo de salir de Afganistán. No favorece nuestro interés nacional”, tuiteó en 2012. El despliegue actual -unos 8.900 efectivos, mucho menor que los 100.000 soldados que llegó a tener Obama- cuesta 23.000 millones de dólares al año, y el principal asesor de Trump, Stephen Bannon siempre ha defendido el repliegue. Pero las razones de Estado -defendidas por el general Mattis y por el consejero de Seguridad Nacional, el exteniente general Herbert R. McMaster- han acabado imponiéndose.

No habrá retirada, sino lo contrario. Trump ha dado al Pentágono plenos poderes para determinar la cuantía y naturaleza del contingente en la zona, lo que supondrá el envío de 3.000 a 5.000 soldados, que se sumarían a los que hay sobre el terreno (un aumento de entre el 33% y un 56%). A ellos se sumarán también los de otros países de la OTAN -unos 13.000 efectivos- a los que EEUU está exhortando para que refuercen su presencia -o, como España, vuelvan a poner tropas- sobre el terreno afgano.

Pero no basta con el envío de tropas. El Pentágono necesita que el ejército afgano a las órdenes de Washington deje de perder terreno, algo que -tras 15 años y 70.000 millones de dólares invertidos en su entrenamiento y armamento- no han conseguido. Por eso Mattis exige que las unidades afganas incorporen asesores estadounidenses «incrustados», con capacidad para «llamar a la caballería»: pidiendo apoyo a las fuerzas estadounidenses o para bombardeos a la USAF.

Estas medidas, que significan una mayor intensificación de los esfuerzos norteamericanos por no retroceder en Asia Central, son -así lo ha admitido Mattis- «una solución de coyuntura». Si 100.000 soldados no bastaron para ganar la guerra, el envío de unos cuantos miles no dará un vuelco, aunque servirá para estabilizar los frentes e impedir que queden áreas vacías que los talibanes aprovechan para ganar terreno a las tropas gubernamentales. Pero el recrudecimiento de los combates aleja la posibilidad -que estaba siendo explorada por Obama- de que los sectores más moderados de los talibanes acepten sentarse en la mesa de negociaciones para resolver el conflicto. Cuando el Pentágono entra en tromba, el Departamento de Estado ve como sus esfuerzos se van por el retrete.

La apuesta decidida de la linea Trump por el fortalecimiento del brazo militar de EEUU se va confirmando una vez más. Después de haber incrementado en casi un 10% el presupuesto militar -54.000 millones de dólares adicionales a los 524.000 millones solicitados por el Pentágono para 2017- y de exigir con voz marcial a los miembros de la OTAN que eleven sus presupuestos de guerra hasta el 2% del PIB, EEUU despliega una cada vez más frenética actividad militar, tomando posiciones en el área del Asia Pacífico y buscando recuperar terreno perdido en Oriente Medio y Asia Central. Un cambio de orientación respecto a lo prometido por Trump en la campaña electoral cuyo punto de inflexión podemos situar en el lanzamiento en abril del GBU-43 -apodada MOAB, «la madre de todas las bombas»- la mayor arma no nuclear del arsenal norteamericano, sobre Afganistán. Washington ha dejado claro al mundo que cuanto más declina su poder, más peligroso y agresivo se va a volver su dominio.

One thought on “¿Hacia una escalada militar en Siria y Afganistán?”

  • el madero flipao dice:

    Halaaaaa!!! a la guerra se vayan todos los soldaditos españoles,halaaa,mata mata(que es lo único que saben hacer) y así tomamos el poder con tranquilidad.Que se vayan todos y no vuelvan(incluso la cabra de la Legión)

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