Quizá ni el mismo Orwell hubiera confiado en la continuidad de un formato tan polémico como el del popular programa. La realidad es que el pasado miércoles casi 5 millones de españoles pasaron la noche pendientes del televisor, contemplando como Iván se alzaba con el triunfo, en el controvertido concurso que ya cumple una década.
Un exerimento en el que comprobar las interacciones sociales que realizan personas desconocidas, encerradas meses en una casa, sin contacto con el exterior, y observados por una red de cámaras las 24 horas del día. Esta fue la propuesta televisiva que marcó el cambio de siglo, y que se extendió rápidamente a las televisiones de cada rincón del planeta. En España el éxito de la primera edición marco un antes y un después en la historia de la pequeña pantalla. Pasados 10 años de su énfasis inicial, el concurso sigue manteniendo unos índices de audiencia inalcanzables para sus competidores. Y es que las personas que se introducen en la famosa casa de Guadalix, se introducen al mismo tiempo en la casa de cualquier espectador. Los concursantes de Gran Hermano llegan a la gente con mucha más rapidez que el protagonista de una serie de éxito, el deportista más en forma del momento, o el político de turno. La revolución de los realitys sustituyo en el liderazgo mediático a todos estos personajes “de éxito” en la vida, repletos de ficción en cualquiera de los casos, y colocó en su lugar a nuestros vecinos del barrio. La respuesta del público fue abrumadora. Entre las múltiples opiniones que se han vertido acerca de la ética o la utilidad pública de este tipo de formatos, destaca la del catedrático de filosofía Gustavo Bueno. Después de calificarlo en un primer momento de un “experimento digno de chimpancés”, acepto escribir semanalmente un artículo analizando el comportamiento social de los concursantes. El resultado fue que el propio Bueno rectifico explícitamente su postura, sorprendido por el tipo de reacciones que provocaban los participantes, dedicándose desde aquel momento a realizar un estudio con mucha más profundidad. De este estudio salieron sus dos ensayos “Televisión: Apariencia y Verdad” y “Telebasura y Democracia”. No es de extrañar que continúen proliferando programas en los que el espectador pueda identificarse con la realidad que viven sus semejantes, transmitida en directo y al detalle. ¿O acaso no estamos ya demasiado hartos de la ficción disfrazada de noticia?