Cuando falta un año para las elecciones, Brasil registra una gran agitación política contra su ultraderechista presidente, Jair Bolsonaro. Numerosas y masivas manifestaciones han recorrido las calles y avenidas de todas las grandes ciudades del país. A diferencia de otras jornadas de protesta, en esta se han unido al grito de ¡Fora Bolsonaro!, tanto la izquierda social y política como los partidos de centro y derecha contrarios al mandatario. La posibilidad de que el impeachment contra Bolsonaro salga adelante y que éste no llegue al final de su legislatura cobra fuerza.
Las del 2 de octubre han sido, sin duda, las manifestaciones más grandes en Brasil en lo que llevamos de año. Hasta 317 actos de protesta, en 305 ciudades de todo Brasil, que además tuvieron réplicas en 18 países -en Nueva York, París, Berlín, Roma o México DF, además de en Madrid, Barcelona, Zaragoza o Sevilla- exigieron la destitución por juicio político (impeachment) de Bolsonaro por su genocida y negacionista gestión de la pandemia, por sus continuos ataques a las libertades y derechos civiles, y por sus desastrosas políticas económicas y sociales.
La izquierda brasileña y la «derecha liberal» oligárquica tienen diferencias antagónicas en casi todo, pero las han aparcado para unir fuerzas contra Bolsonaro en una gran campaña de movilización, que podría culminar con la apertura parlamentaria de un juicio político y la destitución del presidente. En la campaña Fora Bolsonaro confluyen hasta 10 centrales sindicales, y los frentes Brasil Popular y Povo Sem Fedo (Pueblo Sin Miedo), pero están también un amplio arco de partidos políticos. Van de desde la izquierda -el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula, el PSOL, los comunistas del PCdoB, así como Rede, PV, Ciudadanía, Solidaridad, PSB y PDT- hasta la «derecha no bolsonarista», un cajón de sastre donde están grandes partidos de la oligarquía carioca -PSDB, MDB, PSD, DEM- y otros como Avante y Podemos.
“En este momento, la suma de estos dos campos es importante, porque necesitamos 342 votos en la Cámara de Diputados para aprobar el juicio político. Por tanto, la unidad es fundamental”, ha declarado el coordinador de la Central de Movimentos Populares (CMP) y del Frente Brasil Popular, Raimundo Bonfim.
En la Cámara de Diputados aguardan más de un centenar de pedidos de juicio político contra Bolsonaro, pero su presidente Arthur Lira, aliado del gobierno, ha dado señales de que no serán tramitados. Sin embargo, el grupo Direitos Já! (¡Derechos ya!) reúne a líderes de 19 bancadas parlamentarias. La enorme afluencia de las movilizaciones y el hecho de que importantes sectores de la clase dominante y las élites políticas brasileñas consideren al trumpista Bolsonaro como «veneno para la taquilla» en su relación con la administración Biden pueden acabar derribando esa barrera.
Sobran razones para el impeachment
Las razones para exigir la destitución de Bolsonaro son muchas, demasiadas. Brasil está a punto de sobrepasar la siniestra marca de las 600.000 muertes a causa de la Covid-19, y en pocos países del mundo como este grado de incidencia tiene un componente político más claro que en Brasil.
Desde el primer día de la pandemia, el ultraderechista se ha comportado como un negacionista. No sólo ha publicitado medicamentos ineficaces y sin base científica, ha minimizado los riesgos del coronavirus o ha desalentado la vacunación y el uso de mascarillas, sino que ha saboteado y boicoteado activamente desde el gobierno todas las medidas de protección de la salud pública que han tomado gobernadores y alcaldes. Ha impedido desde el poder cualquier política que -como los confinamientos, la distancia social o la obligatoriedad de mascarillas en espacios cerrados- fueran, en sus palabras, «en contra de la economía». No se le acusa de una gestión negligente, sino directamente genocida, como si de un vector de transmisión viral se tratara.
Su gestión de la pandemia, además de costar más de medio millón de muertes, ha generado una enorme recesión y una gravísima tragedia social. Con 14.1 millones de desempleados, el país se enfrenta a una de las peores crisis económicas de su historia. El alza de los precios de los alimentos, las privatizaciones y el fracaso de las políticas para generar empleo son otros tantos fracasos estrepitosos de la gestión de Bolsonaro.
Mención aparte merece los permanentes ataques a las libertades y derechos civiles de la ciudadanía del conocido como «Trump» brasileño. Bolsonaro nunca ha ocultado su desprecio -cuando no su racismo- por los indígenas y quilombolas (comunidades afrodescendientes) de la Amazonia, y ha alentado a los terratenientes a seguir deforestando y quemando la selva. Ha exaltado a sus seguidores al extremismo político y religioso a la confrontación contra lo que él considera «anti-Brasil»: izquierdistas, sindicalistas, feministas o la comunidad LGTBI.
Bolsonaro ha trabajado, de forma puramente fascista, por enfrentar y dividir a la población brasileña. Un botón de muestra lo tenemos en estas jornadas de protesta. En Recife, cuando acababa la manifestación, un conductor de coche -a todas luces seguidor de Bolsonaro- apuntó con su arma a los manifestantes, y luego arrolló con su vehículo a una mujer, arrastrándola 100 metros antes de huir. Por no hablar de la implicación directa de los hijos de Bolsonaro en los grupos de escuadrones de la muerte parapoliciales implicados en asesinatos de líderes izquierdistas como Marielle Franco.
No es de extrañar que, a un año de celebrarse elecciones, más del 70% de la población brasileña desapruebe la gestión de Bolsonaro, y que el candidato del Partido de los Trabajadores, el expresidente Lula da Silva vaya favorito en las encuestas. Recientes sondeos dan a Lula un 55% de intención de voto, más de veinticinco puntos por encima de Bolsonaro.