Elecciones EEUU

Ganar perdiendo o la paradoja Trump

¿Ha salido debilitado o fortalecido Trump tras las elecciones legislativas parciales celebradas en EEUU? Esa es la pregunta que más de medio mundo se hace. Porque unos comicios en la única superpotencia dejan de ser “política doméstica” para convertirse en un asunto global.

Muchos comentaristas anuncian que el vuelco en la Cámara de Representantes, que pasará a estar controlada por unos demócratas cada vez más enfrentados al actual presidente, pueden ser el primer paso de la derrota de Trump en las presidenciales de 2020. ¿Es real esa valoración… o a pesar de perder algo de terreno, Trump mantiene la iniciativa política?

Todas las elecciones norteamericanas concentran el interés mundial. Porque el rumbo político de la superpotencia va a afectar, de una u otra manera, a todo el planeta. En estos comicios se sumaba además el deseo lógico de que supusiera un traspiés para Bush, el presidente más odiado dentro y sobre todo fuera de las fronteras estadounidenses.

¿Ha ganado o a perdido posiciones en el flanco interno el gobierno Trump? ¿Tiene ahora mejores o peores cartas para seguir impulsando una política internacional que concita un abrumador rechazo en todo el planeta?

La misma noche electoral en que se confirmaba que su partido, el republicano, perdía, con 33 escaños menos, la mayoría en la Cámara de Representantes, una de las dos en que se divide el congreso norteamericano, Donald Trump calificaba los resultados de “éxito extraordinario”. ¿Una bravuconada más de Trump… o tiene como mínimo una parte de razón?

Trump venía de concentrar un grado de poder político extraordinario. A la presidencia se le unía la mayoría republicana en Congreso y Senado. Una situación que solo se ha producido en momentos excepcionales, con Roosevelt en la IIª Guerra Mundial o con Bush tras el 11-S. Todos sabían que iba a descender, lo que estaba en juego es si esa disminución golpeaba la posición del actual inquilino de la Casa Blanca.

¿Qué saldo ofrecen estas elecciones para la política que Trump representa?

Los republicanos han mantenido, y pueden ampliar, la mayoría en el Senado. Es la cámara principal, la que interviene en el nombramiento de los altos cargos más importantes, y cuyo control permitirá a Trump ampliar la mayoría conservadora en las altas instancias de la judicatura.

Y los 35 escaños perdidos en la Cámara de Representantes entran dentro de la normalidad, en unas elecciones de “medio mandato” que siempre penalizan al partido que detenta la presidencia. Son cifras inferiores a los 63 escaños perdidos por Obama o los 52 que se dejo Clinton. Y a pesar de ello ambos fueron reelegidos.

¿Significa eso que no ha pasado nada? No. Trump ya no tendrá las “manos libres” que hasta ahora ha disfrutado en el plano interno gracias a la mayoría republicana, y que ha aprovechado para impulsar aceleradamente importantes cambios: una nueva agenda internacional, una reforma fiscal favorable al gran capital financiero, un salto en los gastos militares…

Ahora, el control demócrata de la Cámara de Representantes permitirá imponer ciertos límites a la acción de Trump. Se pueden bloquear algunas de sus propuestas más polémicas, como la construcción del muro en la frontera con México o la demolición del “Obamacare” en política sanitaria. Más importante es la potestad de la Cámara de Representantes para impulsar investigaciones que hurguen en puntos sensibles de la administración Trump, como la relación con la actuación rusa en las presidenciales.

Pero en estas elecciones, la “línea Trump” ha demostrado también su fortaleza interna. Sabedores de que difícilmente van a ganar muchos más adeptos, han apostado por mantener su base de masas movilizada, agitando banderas como el “peligro de la inmigración”. Y lo han conseguido. Trump ha conseguido mantener la práctica totalidad de los votos que le auparon a la Casa Blanca. Los cambios han venido de un aumento de la participación, donde sectores contrarios al actual presidente se han movilizado en las urnas.

Pero sería un error pensar que la principal base de apoyo a Trump dentro de los EEUU está en la América rural. En los resultados presentados el último trimestre por el S&P 500, la lista de los 500 mayores bancos y monopolios norteamericanos, sus ganancias se habían incrementado un 29%, la tasa de crecimiento más alta de los últimos ocho años. Una parte importante de la gran burguesía norteamericana están ganando dinero, mucho dinero, gracias a Trump. Por eso muchos centros de poder en EEUU respaldan su reelección.

Esta es la lectura real de estas elecciones norteamericanas. Trump pierde parte del enorme poder político que concentraba, pero lejos de una imagen de debilidad, conserva los principales resortes que le permiten mantener la iniciativa política, dentro y sobre todo fuera de las fronteras norteamericanas.

Lo que estaba en juego

No todo EEUU debe identificarse con Trump, y una parte de la sociedad norteamericana se ha movilizado en las urnas contra las políticas reaccionarias que representa. Por eso se ha producido un importante aumento de la participación, de la que son responsables los hispanos, la juventud, los colectivos feministas…

Pero es una trampa pensar que todos los sectores “anti Trump” representan una “esperanza progresista”. El día antes de las elecciones la agencia Bloomberg, uno de los grandes centros de Wall Street, emitió un comunicado llamando a no votar a los candidatos republicanos. De hecho, en estas elecciones también se ha batido un récord en las donaciones al partido demócrata. No son principalmente “pequeños donantes”, sino grandes bancos y monopolios.

Lo que se nos oculta es que, bajo la pugna entre Trump y los demócratas, hay también una batalla en el seno de las élites norteamericanas, entre dos alternativas de gestión de la hegemonía norteamericana. Una la que representa Trump, otra la que podemos identificar con Obama. Ambas defienden los intereses de la superpotencia frente a los pueblos. Pero difieren en la forma en que éstos deben garantizarse. La correlación de fuerzas entre ambas es lo que se jugaba en estas elecciones.

El resultado es una mayor división, que se traduce en una aguda pelea.

Por ejemplo provocando un nuevo recuento de los votos en Florida, donde todavía está en el aire quien se quedará con los cargos de gobernador y senador. El mismo camino pueden seguir otros Estados como Georgia o Arizona.

O intensificando la “bronca” política. Trump ya ha tomado posiciones, ofreciendo a los demócratas la posibilidad de acuerdos (para aprobar, por ejemplo, un plan de infraestructuras que otorgará enormes ganancias a los grandes monopolios), pero amenazando con represalias si impulsan investigaciones en su contra.

Esa pugna ya se ha cobrado otra cabeza en las altas instancias del Estado. Trump ha destituido al fiscal general, colocando a otro que ha declarado estar dispuesto a hacer todo lo posible por evitar que la investigación de la injerencia rusa en las presidenciales salpique a la actual Casa Blanca.

Hasta las presidenciales de 2020 vamos a asistir a un recrudecimiento de las batallas internas en EEUU. Habrá que ver hasta que punto influyen en la iniciativa internacional de la superpotencia.

Las bazas de Trump

Trump cuenta además con bazas a su favor en el camino hacia la reelección, que tienen que ver con la naturaleza profundamente antidemocrática de la democracia norteamericana.

El celebrado récord de participación en estas elecciones “de medio mandato” supone que en lugar de votar el 40% del censo lo ha hecho entre el 48% y el 51%. Una cifra que en España sería un estrepitoso fracaso, pero que en EEUU es un éxito. Y es que EEUU es uno de los países reconocidos como democracia que mayores dificultades pone para ejercer el derecho a voto, retirándoselo en los hechos a amplios sectores populares.

Al mismo tiempo, la ley electoral está diseñada para sobrevalorar el voto de las zonas más conservadoras. Por poner solo un ejemplo, en la votación al Senado los 600.000 habitantes de Wyoming tienen la misma representación que los casi 40 millones de California. Esto es lo que permitió a Trump ganar la presidencia a pesar de obtener tres millones de votos menos.

Se han publicado ya hagiográficos artículos sobre “las virtudes de la democracia norteamericana”, que ahora imponen límites a Trump. Pero la realidad es exactamente la contraria, las reglas de la “democracia” norteamericana impiden que el rechazo social a lo que Trump significa pueda expresarse realmente, y le permiten gobernar a pesar de perder en las urnas.

Los resultados de las “elecciones de medio mandato” permiten a Trump mantener una iniciativa política que supone un peligro para la paz, la estabilidad y el desarrollo. Al aterrizar en París para celebrar el aniversario del final de la Iª Guerra Mundial, Trump ha reiterado que los europeos “deben pagar más a la OTAN”. Es decir, debemos contribuir con mayores tributos a mantener el mismo aparato militar del Pentágono que nos sojuzga.

Pero la alternativa ante estos peligros no va a venir de la mano del partido demócrata, la “cara B” de la superpotencia. El “pacifista” Obama, presentado como alternativa progresista, fue quien impulsó las guerras en Libia y Siria, o impuso la agenda global de recortes. Definitivamente, el problema no está solo en Trump ni la solución es esperar un “gobierno más benévolo” en la superpotencia. Otro futuro diferente al que representa Trump existe,evidentemente, pero solo llegar de la mano de la lucha de los pueblos contra el dominio norteamericano.

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