Victoria electoral de Lula, el fruto de la organización y lucha del pueblo brasileño

Ganar, caer, volver a levantarse: veinte años de lucha popular en Brasil

La historia del retorno de Lula a la presidencia de Brasil es la historia de varias décadas de lucha popular. Una historia llena de avances y retrocesos, de triunfos y derrotas, en las que las clases populares -mediante la organización y la lucha- han encontrado la forma de vencer a las fuerzas reaccionarias

El 8 de abril de 2018 Lula da Silva -víctima de la ‘Lava Jato’, una fraudulenta y prevaricadora trama política-judicial- ingresaba en la prisión de Curitiba, donde habría de pasar 580 días.

Pero 4 años, 6 meses, y 22 días después, el histórico líder de la izquierda brasileña, un obrero metalúrgico curtido en la lucha contra la dictadura militar, ha ganado de nuevo las elecciones en el país más poblado de Iberoamérica.

La historia del auge, caída, resistencia y vuelta a la cumbre de la izquierda brasileña no sólo es la historia del PT o de Lula. Es la épica historia de la organización y lucha de todo un pueblo.

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Desde las catacumbas de la Dictadura a la banda presidencial

El 1 de enero de 2003, por primera vez en la historia de Brasil, un obrero metalúrgico de Caetés (un pequeño municipio de Pernambuco) era investido con la banda presidencial. El Partido de los Trabajadores (PT) llegaba al gobierno de la nación más poblada del continente iberoamericano.

Pero muchas cosas habían ocurrido antes de llegar a ese momento. Como tantos millones de luchadores brasileños, Lula comenzó su andadura en la clandestinidad, en medio de la tenebrosa dictadura militar (1964-1985). El mismo Lula confiesa que era un obrero sin conciencia política, hasta que su hermano mayor -afiliado al ilegal Partido Comunista- fue torturado por los militares. Elegido por sus compañeros en 1975 como presidente del Sindicato Metalúrgico de São Bernardo do Campo y Diadema, Lula ganó proyección nacional al liderar una serie de exitosas huelgas de más de 300.000 obreros a finales de la década. En 1980, fue arrestado y juzgado por la Dictadura, y pasó un mes en la cárcel. Pero poco antes, Lula se había convertido en uno de los fundadores del Partido de los Trabajadores (PT), y poco después de salir de prisión, fue elegido como primer presidente del partido.

Lula en 1980, al salir de su primer periodo en la cárcel durante la dictadura militar.

En los años posteriores, ya con la dictadura en plena descomposición por el empuje de la fuerza popular, Lula se presentó a las elecciones, logrando en 1986 un escaño como diputado constituyente. Después el PT lanzó a Lula como candidato presidencial en 1989, donde llegó a la segunda vuelta, sacando el 47% de los votos. Lula quedó segundo en las elecciones de 1994 y 1998.

Entonces, en las elecciones de 2002, el largo proceso de organización y alianzas del PT con los movimientos sociales (especialmente los sindicatos obreros y el Movimiento de los Sin Tierra) y con los intelectuales dio su fruto. Lula arrasaba, consiguiendo el 46% de los votos en la primera vuelta y un contundente 61,2% en la segunda.

Como tantos millones de luchadores brasileños, Lula comenzó su andadura en la clandestinidad, en medio de la tenebrosa dictadura militar

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La década (y media) prodigiosa de Lula y el PT

Comenzaban quince años que cambiarían el rostro de Brasil, así como su papel en América Latina y en el mundo.

Cuando Lula llegó a la presidencia, el país era el “enfermo crónico de América Latina”, un gigante demográfico en los que las bolsas de pobreza y miseria eran igualmente gigantescas. Cincuenta millones de personas vivían bajo el umbral de la pobreza, sobreviviendo con menos de un dólar al día.

Uno de las grandes políticas redistributivas de la riqueza del PT, el programa Bolsa Familia, benefició a 11 millones de familias (unos 44 millones de brasileños)

En tres legislaturas, bajo la presidencia de Lula y Dilma Rousseff, las políticas de redistribución de la riqueza arrancaron a 35 millones de brasileños de las fauces de la pobreza. La mortalidad infantil por desnutrición fue exterminada hasta prácticamente el cero en muchas de las regiones más deprimidas. El analfabetismo fue duramente golpeado, y el acceso a la salud se hizo prácticamente universal. De encabezar las listas de la miseria en América Latina, el Brasil del PT pasó a encabezar los Objetivos del Milenio marcados por la ONU y a ser un referente mundial en la lucha contra el hambre y la miseria.

El PT tomó una economía débil, híper endeudada con el FMI y el capital extranjero, y colocó a Brasil como el motor económico de América Latina y como miembro del prestigioso club de los BRICS, las potencias emergentes del mundo. El PT recuperó cotas de soberanía nacional impensables para Brasil y se alineó con el resto de países progresistas del continente para formar un auténtico frente antihegemonista latinoamericano que trabajaba firmemente por la integración regional y por desafiar las agresiones e injerencias de la superpotencia del Norte.

Bajo la presidencia de Lula y Dilma Rousseff, las políticas de redistribución de la riqueza arrancaron a 35 millones de brasileños de las fauces de la pobreza.

No es de extrañar que cuando Lula -al que le detectaron un cáncer- decidió entregar el testigo a Dilma Rousseff como candidata a la presidencia de Brasil, su enorme prestigio se cifrara en que un 85% de los brasileños -incluidos muchos de los que no habían votado por él- valoraran positivamente su acción de gobierno.

Pero ni la superpotencia norteamericana, ni los sectores más reaccionarios y vendepatrias de la oligarquía carioca, estaban dispuestos a tolerar esto. Y fueron urdiendo la forma de derribar a un PT imbatible en las urnas, tensando su control profundo de los aparatos de Estado, sentando las bases de una intervención golpista… bajo la forma de una implacable «guerra mediática y judicial contra la corrupción».

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«Lava Jato»: lawfare e impeachment “made in USA”

La contraofensiva de los centros de poder hegemonistas y de los núcleos más reaccionarios y vendepatrias de la oligarquía y aparatos de Estado comenzó en 2013. Antes (2009) la superpotencia norteamericana había instigado un golpe militar en Honduras contra Manuel Zelaya, había maniobrado para hacer caer al gobierno progresista de Fernando Lugo en Paraguay (2012) y había torpedeado la estabilidad del gobierno kirchnerista en Argentina. En Brasil, como en su país vecino, la trama desestabilizadora seguiría el guion del «golpe blando», usando todos los resortes del «soft power» en los aparatos de Estado brasileños para desgastar y hacer caer al gobierno de Dilma Rousseff.

El dibujante brasileño Carlos Latuff sobre la prevaricadora trama de Lava Jato que encarceló a Lula

Como una orquesta tocando la melodía de la «lucha contra la corrupción», un «golpe blando» -la utilización combinada de medios de comunicación (todos en manos de la oligarquía) de movimientos de “protesta civil” y de jueces, fiscales y policía (convertidos en instrumento inquisitorial) arreció sin tregua, asediando al PT y al gobierno de Dilma.

Para Washington, recuperar el control político de Brasil era la pieza clave de su ofensiva general, a través de la estrategia de los “golpes blandos”, en América Latina. Y finalmente ocurrió: en septiembre de 2016, los que habían sido socios de gobierno de Dilma, el derechista PMDB del vicepresidente Michel Temer, cobraron sus 30 monedas de plata y se unieron al juicio político contra Rousseff. Sin aportar ni una sola prueba de la participación de la presidenta petista en ningún escándalo de corrupción, Temer llegaba al Palacio de Planalto.

Para Washington, recuperar el control político de Brasil era la pieza clave de su ofensiva general, a través de la estrategia de los “golpes blandos”, en América Latina.

Dentro de todas las tramas de este golpe blando, una destacó por encima de las demás. Un magistrado llamado Sergio Moro se convertía en la pesadilla de Lula da Silva, condenándolo finalmente por el «caso Lava Jato», el supuesto cobro de sobornos a una constructora. Pero no había ni una sola prueba contra el expresidente: la principal declaración incriminatoria era la del dueño de la constructora, Leo Pinheiro, un reo que ha cambiado de declaración tres veces, y que finalmente aceptó una delación premiada por Moro a cambio de una reducción de pena.

Una chapuza judicial, un flagrante caso de prevaricación, cuyas vergüenzas fueron reveladas años después por la exhaustiva del Premio Pulitzer Glenn Greenwald, que publicó decenas de conversaciones privadas del juez Moro -que luego sería premiado por sus «servicios prestados» siendo nombrado Ministro de Justicia de Bolsonaro- con el fiscal del caso Lava Jato, Deltan Dallagnol, en los que ambos ponían en común su estrategia para llevar a Lula a la cárcel.

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Temer y Bolsonaro: siete años de gobiernos antipopulares al servicio de Washington

Los siete años de Temer y Bolsonaro supusieron un enorme bache económico para Brasil, pero sobre todo un gigantesco retroceso en materia de condiciones de vida y de trabajo y de libertades y derechos democráticos para las clases populares y trabajadoras.

En sus primeros meses de gobierno, Temer ya había dado un giro de 180º respecto a las políticas redistributivas de la riqueza del PT, alineándose con los dictados de Washington y del FMI. Lanzó dos antipopulares leyes -una reforma de las pensiones y una reforma laboral- cada una de las cuales era una declaración de guerra para los trabajadores.

Jair Bolsonaro y Michel Temer, en la ceremonia de investidura del primero.

La contestación en las calles fue igualmente contundente, con varias y gigantescas Huelgas Generales, acompañadas de movilizaciones sindicales, estudiantiles, de los campesinos e indígenas, de las feministas y LGTBI… Luchas que no sólo exigían el derribo de las políticas ultra-neoliberales de Temer, sino la convocatoria inmediata de elecciones para poder derrotar a un gobierno «golpista» salido de un impeachment fraudulento e ilegítimo, y que las urnas no habían puesto ahí. Finalmente, el periodo legal de gobierno de Temer llegó a su fin y se convocaron elecciones en 2018.

Pero la guerra sucia político-judicial había seguido su curso, mandando a Lula a la cárcel para impedir a toda costa que el histórico líder izquierdista -con su enorme prestigio y tirón electoral- se pudiera presentar a las elecciones. Toda la propaganda tóxica vertida contra el PT cristalizó en una opción que muchos consideraron «imposible» en aquel momento para Brasil, pero que se inspiraba en otra opción «improbable» pero que había ganado las elecciones en EEUU: Donald Trump. Bolsonaro, un furibundo ultraderechista y declarado seguidor del norteamericano, logró la presidencia con el 55% de los votos en las elecciones de 2018.

Un gigantesco retroceso en materia de condiciones de vida y de trabajo y de libertades y derechos democráticos para las clases populares y trabajadoras.

Superando la derrota y apartando sus diferencias, los distintos partidos de izquierdas -el PT, el PSOL y otros- junto a las organizaciones sociales, sindicales, estudiantiles, campesinas, indígenas, feministas y LGTBI comenzaron de nuevo a encontrarse, a debatir, a confluir… al tiempo que en las calles la lucha contra el gobierno ultrareaccionario de Bolsonaro se hacía más intensa aún que contra Temer.

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Lula fuera de la cárcel: la cuenta atrás hacia una nueva victoria

Entonces la lucha popular se cobró una importante y significativa victoria. Tras haber quedado completamente desacreditada la prevaricadora trama de la «Lava Jato», en noviembre de 2019 la Corte Suprema de Brasil dejaba en libertad al expresidente Lula, y posteriormente invalidaba las sentencias en su contra. 

Pero entonces la pandemia golpeó duramente a Brasil en 2020. El coronavirus supuso una enorme crisis humanitaria, sanitaria y social, con más de 688.000 muertes hasta la fecha. Un virus que tuvo como aliado a un negacionista gobierno de Bolsonaro que no sólo se negó a tomar medidas de protección de la salud pública ante un virus que calificaba de «gripecilla», sino que sistemáticamente vetaba y saboteaba las medidas que tomaban los gobernadores y alcaldes contra la pandemia. La criminal y genocida gestión anti-sanitaria del ultraderechista convenció a más y más capas de la población -e incluso a sectores de la clase dominante que habían participado en el acoso y derribo del PT- de la necesidad de echar a Bolsonaro del gobierno.

Tras lo peor del Covid y la vuelta de cierta normalidad a Brasil, con un gobierno Bolsonaro claramente desgastado y denostado -en caída libre en las encuestas- y con una izquierda y unos movimientos sociales cada vez más organizados, movilizados y unidos, estos últimos meses se saboreaba la posibilidad de una gran victoria electoral de Lula.

En la cuenta atrás de las elecciones de 2022, Lula y el PT han sabido construir un Frente Amplio de Unidad para derrotar al bolsonarismo

En la cuenta atrás de las elecciones de 2022, Lula y el PT han sabido construir un Frente Amplio de Unidad para derrotar a un bolsonarismo que -a pesar del desgaste- cuenta con una considerable base social, con el apoyo de buena parte de las iglesias evangélicas de Brasil, y que ha lanzado todo tipo de amenazas y agresiones -incluyendo asesinatos de líderes del PT- en la campaña electoral.

El Partido de los Trabajadores ha conseguido unirse al otro gran partido de la izquierda brasileña -los anticapitalistas del PSOL- e incluso al que fuera antiguo rival de Lula, Geraldo Alckmin, histórico dirigente del PSDB, el Partido de la Socialdemocracia Brasileña, y ex gobernador de Sao Paulo, que es su candidato a vicepresidente. Un Frente Unido que va desde la extrema izquierda hasta representantes moderados de oligarquía brasileña, para desbancar al «Trump tropical».

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Una larga lucha, una gran victoria

Y así lo han logrado. A pesar de la intervención del hegemonismo y de las cloacas más hediondas del Estado brasileño, la lucha de las clases populares, de la izquierda y los movimientos sociales ha logrado dar la vuelta a la situación.

Esta enorme victoria

le pertenece a las clases populares. Redoblaron sus esfuerzos para aumentar su grado de organización y su poder de movilización, creando las condiciones para derrotar la ofensiva oligárquica-imperialista.

Ahora se abre un nuevo periodo en la historia de Brasil. No exento de problemas, de riesgos y peligros, pero preñado de posibilidades.

Impulsado y aupado por  la lucha de millones de personas, Lula vuelve a hacer historia, volviendo a colocar a Brasil en la senda de la soberanía y la independencia frente a las potencias imperialistas, en el camino de la redistribución de la riqueza, del progreso y del bienestar para la inmensa mayoría del pueblo brasileño.

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