En 2006, recurriendo a un viejo y corrupto fantasma de la política peruana, Alan García, Washington consiguió en el último momento, y por los pelos, detener el ascenso de Ollanta Humala. Cinco años después y recurriendo nuevamente a un fantasma corrupto, esta vez el fujimorismo, no han conseguido repetir la jugada. La victoria de Ollanta supone una nueva sacudida geopolítica en la región. Pero esta vez favorable a los pueblos iberoamericanos y contraria a los intereses del Imperio.
En junio de 2006, en estas mismas áginas vaticinamos que Washington estaba quemando sus últimos cartuchos en Perú al tener que recurrir al APRA y a Alan García –prófugo de la justicia peruana tras los múltiples escándalos de corrupción que salpicaron su etapa como presidente entre 1985 y 1990– para frenar el imparable avance de una nueva fuerza política antiimperialista representada por Ollanta Humala. Y esto es, efectivamente, lo que ha ocurrido en las elecciones del pasado domingo. En sus desesperados intentos por impedir la ascensión de un nuevo gobierno de izquierdas y antihegemonista en Iberoamérica, EEUU, ante la ausencia de otras alternativas con posibilidades de victoria, se echó en brazos de lo peor que ellos mismos habían creado para la política peruana en las últimas décadas: el legado de Fujimori representado por su hija, Keiko. El mismo hecho de que Washington no tuviera otra alternativa para tratar de derrotar a Ollanta que echarse en brazos del fujimorismo –un régimen cuya cabeza, Alberto Fujimori, cumple actualmente una condena de 38 años de prisión por los delitos de asesinato con alevosía, secuestro agravado, lesiones graves, allanamiento ilegal de morada y apropiación dolosa de fondos públicos– ha provocada una escisión abierta en el frente fuerzas proimperialistas. Hasta el punto de que el mismo Mario Vargas Llosa (nada sospechoso de antiamericanismo) se vio moralmente obligado a oponerse públicamente a Keiko Fujimori, apoyando así indirectamente la candidatura de Ollanta. El mendigo y el banco de oro En los últimos 10 años, el PIB de Perú ha crecido a una media anual del 5%, gracias en buena medida a las exportaciones de minerales, cuyos precios se han disparado ante la creciente demanda de China. Sin embargo, a pesar de este crecimiento, la frustración popular ante la enorme desigualdad en la distribución de la riqueza ha ido en aumento en todo este tiempo, convirtiéndose en uno de los argumentos clave que ha impulsado la victoria de Ollanta Humala. Mientras las grandes multinacionales mineras norteamericanas y la oligarquía limeña se hacían de oro, basta recorrer los barrios pobres de Lima para comprobar cómo muchas familias carecen de agua potable, sistemas de alcantarillado o viviendas dignas. Más allá, en las regiones andinas de Apurímac, Puno y Cuzco millones de personas han quedado marginadas del enorme crecimiento económico del país, con un porcentaje de personas situadas bajo el umbral de la pobreza situado muy por encima del 50% y con regiones enteras con dos médicos por cada 10.000 habitantes. De los 17 países iberoamericanos, Perú ocupa el puesto 13 en el índice de la ONU que mide la igualdad de oportunidades. Sacudida geopolítica En unos momento en que en Iberoamérica el imperialismo yanqui había pasado a la contraofensiva con inusitada agresividad, llenando la región de bases militares, organizando el golpe de Estado en Honduras contra Zelaya o promoviendo sublevaciones en Bolivia y Ecuador, el triunfo de Ollanta Humala modifica sensiblemente el tablero geopolítico regional en un sentido contrario a los intereses del Imperio. El reaccionario y proimperialista eje Mexico-Bogotá-Lima-Santiago, pacientemente labrado estos últimos años por Washington para asegurar su control sobre Centroamérica, el Pacífico, la Amazonía y la región andina al mismo tiempo que trataba de neutralizar a UNASUR y al ALBA, ha perdido a una de sus piezas vitales.La victoria de Ollanta Humala, por el valor geopolítico (e incluso histórico y simbólico) de Perú en la región marca previsiblemente una nueva fase de ascenso de las fuerzas del frente antihegemonista en Iberoamérica. Tras los pasos de Velasco Alvarado A finales de los años 60, el general Juan Velasco Alvarado protagonizó uno de los intentos más serios de transformación profunda de las arcaicas estructuras económicas y sociales, de defensa de la independencia y la soberanía del país y de construcción de una “vía iberoamericana al socialismo”. De origen mestizo y humilde, el “chino” Velasco lideró el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas de Perú desde 1968 hasta 1975 cuando, envenenado por sus enemigos, fue derrocado por militares golpistas bajo la dirección de EEUU. A mediados de los años 60, el gobierno peruano de Belaúnde Terry había promovido una tímida reforma agraria que fue rechazada por el parlamento, controlado por la oligarquía y los terratenientes peruanos. Al mismo tiempo, salían a la luz la existencia de contratos secretos por los que se entregaba los yacimientos de petróleo a las grandes corporaciones norteamericanas. El conflicto político que se desató a raíz de estos hechos llevó a Velasco Alvarado, junto a ocho generales peruanos, a ejecutar el 3 de octubre de 1968 un golpe de estado de carácter patriótico y progresista. El primer acto del nuevo gobierno de Alvarado fue la expropiación de los campos de petróleo de Talara y la expulsión inmediata de Perú de la Standard Oil de los Rockefeller. A continuación, Velasco nacionalizólas empresas petroleras, las grandes industrias, los bancos, los ferrocarriles y expropió las estratégicas empresas privadas de pesca, minería y telecomunicaciones para fusionarlas en importantes empresas estatales. Lasinversiones extranjeras fueron reguladas estrictamente, mientras se creaban monopolios estatales que prohibieron la actividad privada en las industrias más estratégicas del país. Toda la producción minera, pesquera, petrolera, eléctrica y las comunicaciones pasaron a pertenecer al pueblo peruano y las divisas que se obtuvieron de su explotación pasaron a ser reinvertidas dentro del país. Por primera vez en su historia, el estado peruano se convertía en el principal inversor en Perú, empezando a poner fin al viejo dicho popular que afirmaba que “Perú es un mendigo sentado en un banco de oro”. El gobierno de Velasco alentó el desarrollo de laindustria nacionalperuana mediante la limitación de importaciones de manufacturas, y la inversión del estado en la modernización de ese sector. Se puso en marcha una ambiciosa reforma educativaa nivel nacional, que fue calificada como modelo a seguir por la UNESCO. Velasco amplió elsistema nacional de jubilación. Creó planes de saludy de acceso a medicinas baratas para los pobres. Construyó redes de agua y electricidad para los pueblos jóvenes o barrios pobres de Lima. Defendió los derechos de las mujeresy proclamó el quechuacomo idioma co-oficial junto al español. Promovió la reinversión social y la coparticipación de los trabajadores en la dirección de las industrias y en la propiedad de las empresas estatales. La Reforma Agraria permitió que los agricultores peruanos tuvieran acceso a la propiedad de tierras. Los latifundios y haciendas fueron reemplazados por cooperativas agrarias, comunidades campesinas y propiedades individuales de pequeños productores. Ante los avancesdel gobierno socialista de Velasco, EEUU fomentó la desestabilización interna hasta provocar una auténtica crisis nacional, producto del trabajo conjunto de la derecha oligárquica peruana, con la intervención de la CIA, la financiación del gobierno de Richard Nixon y el apoyo de la dictadura militar de Brasil. La influencia de la revolución socialista peruana de Velasco fue enorme en toda Iberoamérica. Hasta el punto que el propio Hugo Chávez se considera como “hijo ideológico y político” de Velasco Alvarado y a la revolución bolivariana como continuación del proceso revolucionario y socialista iniciado en Perú en 1968.