Cinco años del accidente de Fukushima

Fukushima: genocidio por negligencia monopolista

El 11 de marzo de 2011 un violento terremoto de 9 grados en la escala de Ritcher -y un posterior tsunami que barrió la costa nororiental- causó estragos en Japón. La avanzada nación oriental -erigida en una archipiélago volcánico sobre una fosa de subducción, una de las zonas geológicamente más inestables y complejas del planeta- dedica ingentes cantidades de recursos a prepararse ante estas inevitables catástrofes naturales y a minimizar sus daños. Pero en esta ocasión, el seismo y el maremoto subsecuente provocaron el peor accidente nuclear de la historia tras el de Chernóbil, en 1986. El mundo supo, perplejo, que en el paí­s que habí­a conocido el horror atómico de Hiroshima y Nagasaki, la clase dominante nipona habí­a erigido un modelo energético basado en la energí­a nuclear. ¿Fukushima fue un accidente… o un genocidio por negligencia?

El pueblo japones llora, 5 años después, las 15.893 víctimas mortales -más 2.567 desaparecidos- de una de las peores catástrofes naturales de la historia nipona y mundial. Los 9,0 grados en la escala de Ritcher del terremoto del 11 de marzo de 2011 lo convierten en el 5º más potente jamás registrado, y liberaron la energía equivalente a 600 bombas atómicas, llegando incluso a alterar el eje de rotación planetario. «Poner en sus manos -en la de los grupos monopolistas y las potencias imperialistas – la energía nuclear, es un riesgo que la humanidad no podemos correr.»

El tsunami provocado por este movimiento sísmico cruzó todo el Pacífico afectando a la costa de Sudamérica.Pero ninguna catástrofe natural es la responsable de lo que ocurrió después en la central nuclear de Fukushima. Fueron hombres -dirigentes de grandes corporaciones eléctricas y élites políticas a su servicio- los que decidieron que -en un país que ha conocido el horror sin nombre de la muerte atómica, erigido sobre una de las zonas geológicamente más inestables de nuestro planeta- el modelo energético debía descansar -hasta en un 30% antes del suceso- en 54 centrales nucleares distribuídas por todo lo ancho del país.

Las medidas de seguridad fallaron en la central de Fukushima el 11 de marzo de 2011 ante la llegada de un tsunami con olas de más de 20-40 metros de altura, provocando la fusión parcial del núcleo y diversas explosiones que ocasionaron gravísimas fugas radioactivas. El “accidente” podría haber sido mucho peor si no lo hubieran intervenido los “Héroes de Fukushima”, los trabajadores de la central nuclear y el personal de emergencias que lograron contener el siniestro, metiéndose en un infierno de radiación sabiendo que estaban yendo a la muerte. Los ejecutivos de la compañía japonesa Tepco -dueña de la central- tambien lloraron esos días, pero sólo al ver como sus acciones también se volvían radioactivas.

Hasta hoy, los seis municipios circundantes siguen inhabitables por los altos niveles de radiación, con decenas de miles de personas desplazadas. Aunque la rápida evacuación evitó las peores consecuencias sobre la salud, la radioactividad es sibilina: los menores que viven cerca de la central nuclear han recibido diagnósticos de cáncer de tiroides en una proporción entre 20 y 50 veces mayor que los de otros sitios.

Limpiar la zona se prolongará cuatro décadas, a lo que se suma el problema de contener los residuos de agua radiactiva y de retirar y almacenar el combustible nuclear gastado. También en Japón se hacen chapuzas, y hace unos meses se denunciaron 3.100 toneladas de residuos radiactivos -fruto de las labores de limpieza y descontaminación de la zonaque no habían sido registrados adecuadamente y que se han acumulado en diversos puntos del centro y nordeste de Japón.

La opinión pública japonesa -como es natural- se ha transformado en una firme detractora de la energía nuclear, así lo indican todas las encuestas. Pero el gobierno nipón ha vuelto a poner en marcha de nuevo los reactores nucleares, sometidos a un parón después del accidente, sometidos ahora “a nuevos estándares de seguridad”.

Las eléctricas del país y el ejecutivo de Tokio, ante el incremento de costes para producir electricidad mediante fuentes fósiles (las cuales Japón debe importar en su práctica totalidad), han vuelto a poner en una balanza dos necesidades. La seguridad de sus ciudadanos y del medio ambiente, en un platillo. Los criterios de rentabilidad económica, en el otro.

Adivinen que se les ha antojado que pesa más. Poner en sus manos -en la de los grupos monopolistas y las potencias imperialistas – la energía nuclear, es un riesgo que la humanidad no podemos correr.

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