Islandia dijo NO a pagar las deudas bancarias

Fuego en el cuerpo

En enero de 2008, un informe de la ONU identificaba a Islandia como el mejor lugar del mundo para vivir. Un año después, en enero de 2009, el gobierno islandés presentaba en bloque su dimisión, arrastrado por la bancarrota del paí­s y enfrentado a las movilizaciones populares más importantes en 7 décadas. Apenas 12 meses más tarde, en marzo de este año, el pueblo islandés decí­a no a pagar con su dinero la deuda de los bancos. Unos meses después del referéndum, Islandia recuperaba la senda del crecimiento económico.

La crisis financiera desatada or la caída de Lehman Brothers actuó como un devastador tsunami para Islandia, un pequeño país perdido en la inmensidad del Atlántico Norte y creado por la actividad volcánica submarina. Los jubilados veían, de la noche a la mañana, desaparecer sus ahorros de toda la vida. Los padres de familia se encontraron en la disyuntiva de pagar la hipoteca o dar de comer a sus hijos. A las parejas de licenciados no les quedaba más alternativa que devolver sus pisos recién comprados. De una tasa de paro inexistente pasaron a un 6% de la población desempleada. Hasta entonces habían recibido inmigrantes de los países bálticos vecinos. Ahora se veían obligados a emigrar en busca de trabajo y de futuro. Los tres principales bancos del país, en la bancarrota total, tuvieron que ser nacionalizados, la Bolsa acumuló en un sólo año un 70% de caídas, la inflación se disparó al 20% y la moneda nacional cayó por los suelos. Mientras, el Banco Central se veía obligado a mendigar al FMI un plan de rescate de 2.500 millones de dólares, como si se tratara de un desahuciado país africano. En el centro de la quiebra, un sistema bancario dedicado durante años a atraer capital extranjero, endeudándose hasta un total de 120.000 millones de euros (lo que es equivalente a que la banca española lo hubiera hecho por más de10 billones de euros). El reclamo de unos intereses del 15% –cuando el Banco Central Europeo los tenía al 2,5%– atrajeron a los capitales que les permitirían expandirse comprando grandes empresas alemanas, danesas, norteamericanas o británicas. De manera insólita, banqueros y magnates de un país cuyo PIB es la mitad que el de Extremadura se dedicaban a comprar empresas eléctricas de Alemania, cadenas de tiendas de lujo europeas o clubes ingleses de la Premier League. Paralelamente, los mismos bancos que atraían al capital extranjero instaban a sus ciudadanos a hipotecarse o invertir sus fondos de pensiones en moneda extranjera, para obtener préstamos más baratos y rendimientos más elevados. Al arreciar la crisis, los inversores extranjeros comenzaron a reclamar su dinero depositado en los bancos islandeses. Sólo que en éstos no había nada que devolver. Por días, el agujero se convirtió en sima y “el mejor lugar del mundo para vivir” se reveló como un auténtico corralito ártico. El gobierno británico aplicó la ley antiterrorista a los bancos islandeses para inmovilizar los depósitos de sus sucursales en el Reino Unido y evitar que se repatriaran. La medida provocó instantáneamente la quiebra de todo el sistema financiero islandés. La corona islandesa cayó de golpe un 75% y los hipotecados vieron subir en esta proporción el precio de sus viviendas, puesto que cobraban sus salarios en coronas, pero pagaban la hipoteca en euros. Exactamente lo mismo –pero a la inversa– que los pensionistas, cuyas ahorros en coronas habían sido invertidos por los bancos en el exterior, y que ahora valían la cuarta parte que una semana antes. Y pasaron a recibir, en consecuencia, un 25% de su antigua pensión. La verdadera dimensión de la quiebra de Islandia la daba su condición de anticipo de lo que estaba a punto de ocurrirle a otros países a los que la avidez de sus oligarquías bancarias les había llevado también a una insostenible situación de endeudamiento nacional con las potencias imperialistas más poderosas y depredadoras. A finales de 2008, Islandia fue la primera en caer. Menos de dos años después, Grecia e Irlanda han seguido su camino al infierno. Y otros, como España, Portugal y ya veremos si Bélgica e Italia, esperan su turno. Ni en sus peores sueños el pueblo islandés pudo jamás imaginar una pesadilla así. El dinero del plan de rescate del FMI fue únicamente concedido, en palabras de Dominique Strauss-Kahn, porque “Islandia ha diseñado un programa económico ambicioso, cuya meta es restablecer la confianza en el sistema bancario, estabilizar la corona mediante políticas macroeconómicas enérgicas y ayudar al país a lograr la consolidación fiscal a medio plazo tras el colapso del sistema bancario". El FMI tuvo en cuenta el programa de austeridad del gobierno, el sistema bancario, las subidas de impuestos y recortes de gasto público,… Pero no al pueblo islandés. Voces del Pueblo Aunque las protestas contra las autoridades se habían sucedido en la capital, Reykiavik, desde el mismo instante del estallido de la crisis en octubre 2008, cuando la bolsa se desplomó un 77%, fue a comienzos de 2009 cuando se intensificaron, registrándose violentos enfrentamientos entre la policía y los manifestantes, algo nunca visto en un país que carece de ejército y cuyos índices de delincuencia han sido históricamente mínimos. Fue entonces cuando un grupo de intelectuales y personalidades de la cultura se pusieron a la cabeza de crear un movimiento de lucha al que denominaron Voces del Pueblo. Uno de sus fundadores, Niklas Svensson, un autor de formación marxista, escribió un artículo entonces que resumía la declaración de principios del movimiento: “la deuda externa de Islandia no la ha contraído la población islandesa. La deuda no es el resultado de comprar automóviles de lujo o invertir en servicios públicos. Es el resultado de la especulación de una minúscula camarilla dentro de la población, que ahora huye del país a sus lujosas casas en el extranjero”. Contra las deudas privadas de banqueros y magnates que pretendían liquidarlas utilizando el dinero de sus impuestos, contra las imposiciones de los bancos que colapsaron (Kaupthing, Landsbanki y Glitnir), contra la falta de transparencia del sistema financiero y el servilismo hacia él de la clase política, los islandeses empezaron a agruparse. Primero fueron unos pocos cientos. Más tarde un par de miles. Y en las últimas movilizaciones, las más grandes, llegaron a reunir cinco mil personas. Un número impresionante si se tiene en cuenta la población del país. Su equivalente en España sería que 5 millones de personas hubieran salido a las calles. Los miembros de Voces del Pueblo bloquearon el Congreso, se manifestaron día y noche, se enfrentaron con la policía y se ganaron la simpatía de los trabajadores islandeses que, históricamente, han sido la base social y electoral de los socialdemócratas. No al pago de la deuda La expansión de uno de los tres grandes bancos islandeses se había producido mediante la captación de depósitos por Internet, ofreciendo suculentos intereses, principalmente en Reino Unido y Holanda. Al quebrar, los gobiernos británico y holandés devolvieron el dinero depositado por los clientes de sus países, que ascendían a una suma total de 3.700 millones de euros. El FMI y la UE mantuvieron desde el principio que ese era un dinero que Islandia, el Estado islandés, debía a Inglaterra y Holanda. Recibir el dinero del rescate implicaba devolverlo. El Gobierno islandés negoció entonces un acuerdo para pagarlo con dinero público en 15 años, a un interés del 5,75%, lo que suponía que a cada familia islandesa le correspondía asumir el pago de 40.000 euros por la deuda de sus bancos. Nada más conocerse el acuerdo que su gobierno estaba a punto de firmar, comenzó la movilización por la exigencia de un referéndum. En un tiempo brevísimo se recogieron casi 60.000 firmas (cerca de un 25% del censo electoral) dirigidas al presidente de la república, instándole a que se negara a ratificar el acuerdo. Ante tal presión popular, el presidente, Olafur Grimsson, se negó a sancionar el pacto, obligando al Gobierno a convocar un referéndum para que el pueblo decidiera si asumía o no el pago de una deuda que no era suya. Mientras tanto, el FMI y la UE amenazaban al pueblo islandés congelando el paquete de ayudas contempladas en el plan de rescate. Pero ni las presiones y chantajes del FMI y la UE, ni la provocadora actuación del gobierno –la primera ministra, la socialdemócrata Jóhanna Sigurdardóttir llegó a decir que “esta consulta no tiene realmente ningún propósito”, ordenando a sus ministros que se abstuvieran de ir a votar– iban a doblegar la voluntad del pueblo islandés. En marzo de 2010, los islandeses rechazaban abrumadoramente el acuerdo, con un 93,1% de noes y apenas un 1,6% de síes. Resultado que todas las encuestas venían pronosticando de antemano, y que ya había llevado a los gobiernos de Holanda y el Reino Unido a presentar, unos días antes de la votación, una oferta de pago de la deuda cualitativamente más reducida. Con su radical e inequívoca posición en el referéndum, los islandeses decidían, en primer lugar, negarse a pagar con su dinero las deudas contraídas por sus bancos. Y, en segundo lugar, desembarazarse del pesadísimo lastre económico que les hubiera causado pagar la deuda con los acreedores ingleses y holandeses. Cuando a comienzos de 2009 Islandia quebró, en estas mismas páginas dijimos “cuando las barbas de tu vecino veas pelar,…”. Casi dos años después podríamos decir lo mismo, pero en un sentido totalmente opuesto. Si un pequeño país como Islandia ha sido capaz de ejercitar su soberanía, defender su independencia y proteger sus propios intereses, ¿por qué nosotros que somos el cuarto país de Europa en población, territorio y riqueza no vamos a poder hacerlo también? Si 300.000 islandeses han dicho NO y han frenado la voracidad y el saqueo de las potencias imperialistas, ¿quién ha dicho que 47 millones de españoles no podemos hacer lo mismo? Islandia e Irlanda: dos caminos En 2009, en la City londinense corría un chiste que decía que la única diferencia económica entre Islandia (Iceland) e Irlanda (Ireland) era una letra. Y es que, en efecto, ambos países padecían del mismo mal: un sistema bancario hipertrofiado en el que los activos de sus bancos representaban aproximadamente el 900% del PIB. La deuda exterior que ambos sistemas bancarios habían acumulado sobrepasaba varias veces su PIB. Cuando los bancos quebraron, ambos Estados se apresuraron a inyectarles dinero público para rescatarlos. Pero sencillamente resultó imposible. Cada uno de ellos tenía una dimensión varias veces superior al país. Sin embargo, desde entonces, los caminos que han seguido uno y otro han sido totalmente opuestos. Mientras Reykiavik está saliendo, y de forma acelerada, de la crisis, Irlanda se hunde cada día un poco más en el abismo. El movimiento Voces del Pueblo no ha sido, en última instancia, sino la expresión de una amplia lucha popular en defensa de la democracia y la soberanía islandesa. Un movimiento de unidad popular y nacional que ha impuesto en los hechos que en Islandia no se hace necesariamente lo que dictan sus grandes bancos, su gobierno ni, mucho menos, las potencias extranjeras o el FMI. A medida que este movimiento ganaba en fuerza, el gobierno se iba viendo obligado a tomar medidas “heterodoxas” respecto a las que dictan los grandes centros de poder financiero mundiales. Impuso controles a la salida de capitales y devaluó la corona un 35% frente al euro. Después de la arrasadora victoria del no en el referéndum, los acreedores de los bancos islandeses ya saben que se van a tener que conformar con recibir, como mucho, entre un 15 y un 20% del dinero invertido. Mientras que los intereses todavía están en discusión. O eso o nada, así de simple. El resultado de todo ello es que, según el propio FMI, “la recesión de Islandia ha sido más superficial de lo esperado”. La corona se ha estabilizado a un nivel competitivo para asegurar los mercados de exportación y la aportación de sector exterior al crecimiento. La inflación ha caído en casi dos tercios del máximo que alcanzó a principios de 2009. Y el coste de asegurar la deuda pública ha retrocedido todavía más, desde los 1.000 a los 300 puntos básicos (aproximadamente el mismo que ahora tiene España, y muy inferior a Grecia, Irlanda o Portugal). El déficit exterior se ha reducido, y las reservas de divisas se han recuperado. La devaluación de la corona y las quitas de las deudas bancarias han reducido la deuda externa en un 70%. La recuperación económica basada en la inversión ha empezado ya en el tercer trimestre de 2010, con un crecimiento del PIB del 1,2% y las previsiones apuntan a un incremento del PIB en 2011de alrededor del 3%. Por contra, lo que está haciendo Irlanda es completamente diferente a lo que ha hecho Islandia. De entrada, Irlanda no puede devaluar su moneda porque está en el euro, y ahí mandan los intereses de Berlín, no los de Dublín (o los de Madrid).Y su Gobierno, tras las atroces presiones de la UE y el FMI, se ha comprometido, tras nacionalizar su bancos también quebrados, a pagar hasta el último euro de lo que éstos debían a sus acreedores, la banca alemana y británica principalmente. Un dinero que, lógicamente, sólo puede salir de las espaldas de los trabajadores y los bolsillos de los contribuyentes. Lo que a su vez, al empobrecer a la población y reducir su poder adquisitivo, frena el consumo e impide la recuperación y el crecimiento de la economía. ¿Quién diría usted que ha escogido el mejor camino?

Deja una respuesta