«Si me pidieran resumir mi vida, diría que consistió en ir de bar en bar y cosas parecidas». Así hablaba Bacon de sí mismo, de forma totalmente superficial. Bacon luchó a contracorriente por mantener vivas las vanguardias del siglo XX, frente a su decadencia. Renunció al vacío de la abstracción que se imponía y continuó el estilo del Picasso al que creció admirando. Se estremeció con Velazquez, al que no se cansó de rendir homenaje. Su periplo por el mundo hizo que se detuviera en Madrid y quedara atrapado por la magnificencia del museo del Prado. Allí se recordara durante un mes la mejor selección de su obra.
Bacon hablaba siemre de forma negativa de su niñez. “Si hubiera sido feliz pintaría flores”, afirmaba en relación a la temática de su obra. Lo cierto es que la obsesiva relación de Bacon con la representación del cuerpo, entrañaba un profundo interés por desnudar el alma humana. Sus deformaciones y las lúgubres paletas de colores retrataban más allá de lo que se ve a simple vista.Aún alcanzado un estilo propio y un reconocimiento, durante la segunda mitad del siglo XX, Bacon se dedicó a reivindicar en su temática, las preguntas planteadas por Dalí, los surrealistas y los cubistas, principalmente. Francis Bacon se opuso en su pintura al intencionado abandono de estos manifiestos, sustituidos por el expresionismo abstracto norte-americano, encabezado por Jackson Pollock, y financiado por Rockefeller para contrarrestar el impacto de los artistas de tendencia socialista.Unas ideas a contracorriente en algunas ocasiones van acompañadas de una vida a contracorriente. De ahí la figura de artista pasional, vividor, y en ocasiones atormentado, que se da de Francis Bacon. Su relación con Madrid, vino marcada por su amor al arte de los españoles, pero también por el amor a un español, con el que mantuvo una tormentosa relación. Una vida de contrastes que transcurría entre la soledad de su estudio, y el bullicio de los bares madrileños, en los que se sentía como pez en el agua. Un hombre, según cuentan sus amigos, atraído constantemente por el riesgo y el cambio, que vivía excesivamente en todos los sentidos. Visitó el Museo del Prado por primera vez en 1956, y quedo prendado de las obras de Velázquez, dicen que corría emocionado como un niño cada vez que visitaba el museo a puerta cerrada. En el centenario de su nacimiento, el prado se vestirá de gala para recibirle de nuevo, y pagarle una deuda que tenía con él.