SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Francia establece un precedente arriesgado en las relaciones económicas de Europa con EEUU

Las últimas horas han sido literalmente de infarto para los principales actores de la telenovela político-financiera-industrial montada desde hace una semana en París, en torno al futuro del grupo Alstom, que concentra desde hace un siglo el «genio industrial» francés. El presidente y director general (PDG) de Alstom, Patrick Kron, que llevaba varios meses negociando la venta del grupo al gigante norteamericano General Electric (GE), sin preocuparse mucho de informar el gobierno de París sobre el contenido y la evolución de las negociaciones, tenía previsto el desenlace final para la tarde del pasado domingo. Su plan quedó hecho añicos ante el anuncio de una eventual contraoferta de Siemens que no es nada del agrado del PDG de Alstom pero que tiene el apoyo del máximo responsable del Ministerio de Economía francés, Arnaud Montebourg. Lo que hizo el gobierno galo fue poner al consejo de Alston 48 horas de plazo para una «reflexión estratégica», con vista a alguna solución alternativa que no ponga en peligro tanto el nivel actual de empleo como el futuro del centro de decisión del grupo en Francia.

De hecho, las intenciones de François Hollande no dejan lugar a dudas. El domingo trató el tema directamente en el Palacio del Eliseo con el PDG de GE Jeffrey Immelt, y este lunes volvió a hacerlo con el PDG de Siemens, Joe Kaeser, y también con el industrial Martin Bouygues, que además de ser el principal accionista de Alstom con un 29,4% del capital es un hombre cercano al presidente francés. Así, aunque el PDG de GE insista en que el diálogo que mantuvo en el Eliseo fue «abierto, amistoso y productivo», François Hollande puso claramente sobre la mesa la alternativa que maneja el gobierno: una alianza estratégica con el alemán Siemens, con vista a la creación de dos gigantes europeos en la energía (generación y transporte de electricidad) y en el transporte ferroviario (construcción de trenes de alta velocidad), y que si fuera necesario el Estado hasta podría hacerse «temporalmente» con la participación de Bouygues en Alstom.

Por lo tanto, Hollande estaría dispuesto a hacer todo lo que le pidan Siemens y Alstom, no solo por une cuestión de «interés nacional» (impedir principalmente que el «centro de decisión» de la actividad energética de Alstom, la única que interesa a GE, sea transferido de Francia a los Estados Unidos), sino también por una cuestión de imagen. De hecho, el presidente socialista buscará cualquier salida que no sea la venta a un gigante como GE. Ocurre que no es ya la primera vez que Alstom vive momentos difíciles y que ve seriamente en peligro si no su supervivencia, por lo menos su independencia. Lo mismo pasó a mediados de la década 2010, salvándose in extremis, gracias a la intervención de Nicolás Sarkozy, entonces al frente del Ministerio de la Economía. Permitir ahora que Alstom pase a manos de GE, pasaría factura a Hollande, que en las próximas presidenciales podrá volver a enfrentarse a Sarkozy.

En todo caso, aunque la oposición acuse a François Hollande de intervenir en este asunto a la manera de un «bombero pirómano», lo único que intenta ahora es seguir los mismos pasos que dio Sarkozy cuando fue llamado a evitar la «caída» de Alstom: en 2004, como ministro de la Economía, hizo que el Estado inyectara 720 millones de euros de capital en el grupo, haciéndose con una participación del 21,4%, que solo volvió a manos privadas en el 2006, cuando Sarkozy ya ocupaba la presidencia. Para conseguir que Bruselas aprobara dicha inyección de capital público en un grupo privado como Alstom, Paris tuvo que hacer entonces dos concesiones importantes: la empresa tuvo que desprenderse de activos que representaban el 10% de sus ingresos, y el Estado se comprometió a mantener su participación hasta el 2008, que fue lo que hizo cuando puso a Bouygues como principal accionista del grupo.

Un grupo que según Arnaud Montebourg quedará ahora, al menos por un plazo de 48 horas, bajo «vigilancia patriótica». O sea un grupo cuyo futuro no tendría que pasar por GE, sino más bien que debería facilitar una gran operación industrial europea tanto en la energía como en el transporte ferroviario. La idea que baraja Paris es que Siemens y Alston lleguen a acuerdo para crear conjuntamente dos polos industriales de «dimensión mundial», uno en la energía y otro en la construcción de trenes de alta velocidad, que quedarían bajo la responsabilidad directa respectivamente de Siemens y de Alstom, lo que implicaría también un intercambio de los respectivos centros de decisión en Francia y en Alemania. Sería pues únicamente para facilitar la operación que el Estado podría volver a hacerse provisionalmente con el 29,4% de Alstom en manos de Bouygues, que tras la venta de SFR (móvil) también quiere salir de Alstom, para concentrarse principalmente en el BTP y en la producción de contenidos para Internet.

Escaso futuro

Sin embargo, son muchos los analistas que no ven ningún futuro en esta salida: consideran que Siemens no sería un socio ideal para Alstom, por la sencilla razón de que ambos grupos no tendrían nada que ganar con esta solución, porque ya desarrollan las mismas actividades y no tienen nada que aportar el uno al otro. Esa fue claramente la conclusión que condujo a Patrick Kron a negociar la venta de Alstom al gigante americano GE, que puso sobre la mesa 12.000 millones de euros. La oferta americana es únicamente por el negocio eléctrico, que es el más rentable y el más importante de Alstom, representando el 70% de los ingresos globales y la mitad de los 18.000 empleados que el grupo industrial galo tiene en Francia. Sobre el contenido de la propuesta de Siemens solo será comunicada al mercado al término de las «cuarenta y ocho horas de reflexión estratégica» impuestas por François Hollande.

Además del serio riesgo de salir malparado ante la opinión publica, que podrá comparar las soluciones encontradas en 2004, en 2006 y ahora para salvar de la pérdida de un «símbolo del poder y del genio industrial francés» como Alstom, ocurre igualmente que los responsables franceses llevan tiempo preocupados por el fenómeno de la «mundialización» y la creciente deslocalización de los «centros de decisión» hacia otros países. Pasó recientemente con la histórica cementera Lafarge, que tras la fusión con Holcim recibe órdenes de la sede instalada en Suiza; con el gigante de la publicidad Publicis, que bajo control del americano Omnicon tiene ahora la sede en Holanda «por cuestiones de optimización fiscal»; de Fagor Brandt, que al verse abandonado por Mondragón cayó en los brazos del grupo argelino Cevital; sin olvidar el constructor PSA Peugeot Citroën, que tiene al chino Dongpeng como accionista de referencia, con una participación del 14% situase al mismo nivel del Estado francés y de la familia Peugeot.

Lo cierto es que aunque sea considerado y protegido como un símbolo del genio industrial francés, tanto por el desarrollo de ambiciosos proyectos energéticos como por el gran éxito cosechado en todo el mundo por la tecnología francesa de alta velocidad ferroviaria (TGV), el «gigante» Alstom es solo un «enano» al lado de GE y Siemens: su plantilla mundial es de 93.000 empleados y el volumen de ingresos se situa en torno a los 20.000 millones de euros, de los cuales 15.000 millones corresponden a la actividad eléctrica, que emplea a 18.000 personas en Francia. GE gana de largo la partida en ingresos, con 146.000 millones de euros, frente a los 76.000 millones de Siemens, pero el alemán tiene más empleados (360.000) que el norteamericano (305.000). Para el mercado, la apuesta está clara: tras el anuncio de la propuesta de GE, que puso sobre la mesa un precio un 25% superior al valor bursátil de Alstom, la acción del grupo galo, cuya cotización quedó suspendida, cambió drásticamente de trayectoria, ganando casi un 15%,

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