El resultado de la segunda vuelta de las elecciones regionales francesas, celebradas a menos de un año de la decisiva cita de las presidenciales (abril de 2022) ofrece varias conclusiones.
La primera es la derrota de la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen. La formación ultra ha sufrido uno de los fracasos más amargos en una década. Ha perdido con claridad la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, la única donde aspiraba a ganar en la segunda vuelta después de un resultado mediocre en la primera, hace una semana.
La razón de este descalabro ultraderechista es doble: por un lado, la desmovilización de buena parte de su electorado, en sintonía con el general aumento de la abstención. Pero la segunda y determinante es un cordón sanitario a la extrema derecha -allí lo llaman «frente republicano»- que en Francia funciona a la perfección. Consiste en concentrar en la segunda vuelta los votos en el candidato que, sea de izquierda o de derecha, puede impedir que los de Le Pen ganen. La retirada del aspirante de la izquierda, Jean-Laurent Félizia, clasificado para la segunda vuelta, y su apoyo al conservador Muselier, permitió aglutinar todo el voto contrario a la ultraderecha y ahuyentar la posibilidad de que el RN conquistase, por primera vez en la historia, una región francesa.
La segunda conclusión es la debilidad de un presidente francés, Emmanuelle Macron, que ya llegó al Elíseo en 2017 sobre un endeble apoyo popular. Entonces en la primera vuelta le votaron 8,6 millones de franceses, y sólo ganó la segunda vuelta contra Marine Le Pen porque entonces -igual que ahora- ha funcionado el mencionado cordón sanitario. El que muchos se han empeñado en mostrarnos como el gran estadista galo siempre ha tenido pies electorales de barro.
El partido de Macron ha sido vapuleado, sus votos son casi residuales en todas las regiones. Su ámbito social, los votantes de derecha o centro-derecha, se han ido a sus rivales por el nicho político, la derecha «clásica» de Los Republicanos, el partido de Chirac y Sarkozy.
Aunque aún queda casi un año, estos resultados ponen en duda lo que hasta hace no mucho se consideraba el escenario más probable: que las presidenciales de 2022 iban a ser una reedición del pulso entre Macron y Le Pen.
Pero la tercera conclusión es que la ganadora de estas elecciones es sin lugar a dudas una altísima abstención, de un 66,7% en la primera vuelta y de un 66% en la segunda. Dos tercios de los franceses han dado la espalda a las urnas, absteniéndose de unos comicios de los que depende buena parte de sus asuntos. Un signo del profundo y creciente malestar de las clases populares galas, ante la degradación de sus condiciones de vida y ante unas opciones políticas que -para muchos- no representan sus intereses ni aspiraciones.
El hastío y la indignación bullen entre las clases populares francesas. No es la primera vez, ni será la última, que el rechazo social ante el deterioro de la vida, ante la degradación de las condiciones materiales de la gente, sale a la superficie en Francia. Muchas veces se ha manifestado en forma de chalecos amarillos, de movimientos como la Nuit Debóut, de grandes huelgas generales o estudiantiles, o incluso de votos a la ultraderecha en regiones especialmente degradadas.
Un polvorín de descontento -generado por la voracidad explotadora de una oligarquía gala que depreda las riquezas del país- que puede volver a estallar en cualquier momento, haciendo trizas cualquier cálculo político.
Carlos tiene 4 pdfs. Alerta nacional dice:
Pero, cómo no va a haber un 66% de abstención, con la historia que tiene Francia? Que si la revolución francesa y la liga de los iguales de Babeuf, la Comuna de París, el Mayo del 68… ahora van a votar a gestores de la banca