Fin de curso polí­tico

La irrupción de la crisis en la agenda polí­tica ha invalidado una de las principales estrategias del Ejecutivo, consistente en marcar las diferencias con el PP en asuntos de fuerte contenido ideológico, como la separación entre Iglesia y Estado, la memoria histórica o leyes como la del aborto. También ha puesto en entredicho la relevancia concedida en La Moncloa a las cuestiones de imagen. La crisis exige intervenir sobre la realidad, no presentarla de otra manera.

La manera en la que gestionen la agenda a la vuelta del verano resultará determinante ara la consolidación, o no, del giro electoral que apuntan los sondeos. El Ejecutivo se enfrenta a la aprobación de unos presupuestos de crisis, a la eventual reanudación del diálogo social, a la presidencia de turno de la Unión Europea y a unos Ayuntamientos sin financiación. Los populares confían en que esta agenda, por sí sola, acabará derrotando al Gobierno. No obtienen nuevos apoyos, pero contemplan sin moverse cómo los socialistas pierden los suyos. Editorial. El País FIN DE CURSO POLÍTICO El curso político se ha cerrado esta semana con preocupación para el Gobierno y alivio para el Partido Popular, a tenor del barómetro de julio del Centro de Investigaciones Sociológicas, que no ha hecho sino confirmar la tendencia observada por la mayor parte de los últimos sondeos. Por primera vez desde las elecciones de 2004, los populares aventajan a los socialistas en las preferencias electorales de los ciudadanos. Y, por primera vez también, la totalidad del Ejecutivo, incluido su presidente, no alcanza el aprobado en su gestión. Tampoco los líderes de los dos grandes partidos salen bien parados: Mariano Rajoy sigue sin generar confianza entre los encuestados y la credibilidad de Zapatero, aunque mayor que la del líder del PP, parece encontrarse en imparable caída. La irrupción de la crisis económica en la agenda política ha invalidado una de las principales estrategias del Ejecutivo durante los últimos años, consistente en marcar las diferencias con el PP en asuntos de fuerte contenido ideológico, como la separación entre Iglesia y Estado, la memoria histórica o leyes como la del aborto. También ha puesto en entredicho la relevancia concedida en La Moncloa a las cuestiones de imagen, superior en muchos casos a la solvencia técnica o la eficacia de las iniciativas económicas. La crisis exige intervenir sobre la realidad, no presentarla de otra manera, y es ahí donde el Gobierno arrastra un pesado lastre desde que trató de minimizar e, incluso, negar la recesión. El PP, por su parte, ha actuado como si pretendiera trasladar a los sondeos la capacidad exculpatoria para los casos de corrupción que antes sólo atribuía a las victorias electorales. Una cosa es, así, que los ciudadanos no castiguen a los populares por el caso Gürtel y otra distinta dejar manos libres a los imputados para seguir en sus puestos o no. Bárcenas se ha ido, pero Camps mantiene el doble discurso de proclamar su deseo de explicarse ante los jueces y evitar hacerlo por todos los medios. Los tribunales de justicia han considerado que los indicios son suficientes para imputar a algunos cargos electos del PP. Con la negativa a exigirles responsabilidades, el PP sostiene que su evaluación es diferente. Sólo que no le corresponde al PP evaluar indicios, sino dar una respuesta política a la decisión de imputar que han adoptado los tribunales. La manera en la que Gobierno y oposición gestionen la agenda a la vuelta del verano resultará determinante para la consolidación, o no, del giro electoral que apuntan los sondeos. El Ejecutivo se enfrenta a la aprobación de unos presupuestos de crisis, a la eventual reanudación del diálogo social, a la presidencia de turno de la Unión Europea y a unos Ayuntamientos sin financiación. Los populares confían en que esta agenda, por sí sola, acabará derrotando al Gobierno. De ahí que no ofrezcan alternativas ni sean rigurosos contra la corrupción. No obtienen nuevos apoyos, pero contemplan sin moverse cómo los socialistas pierden los suyos. EL PAÍS. 2-8-2009 Opinión. El Mundo ZPAATERO PASA DE LA NADA AL TODO CON EEUU ZAPATERO ha pasado de la nada al todo en su relación con EEUU. En una entrevista publicada por The New York Times, el presidente del Gobierno afirma que está dispuesto a que los 450 soldados que fueron de forma provisional a Afganistán en abril se queden de forma permanente. «Si hay necesidad de sostener una presencia más numerosa, estamos dispuestos a hacerlo», dice Zapatero. El presidente subraya «que las cosas han cambiado una barbaridad» y concluye que la cuestión «no es lo que Obama puede hacer por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros por Obama». Hemos sido los primeros en celebrar el restablecimiento de unas buenas relaciones con la Administración de EEUU, pero ello no significa que haya que decir a todo que sí. Habría que sopesar muy mucho si esos 450 soldados se deben quedar en unos momentos en los que Afganistán está sumido en una peligrosa espiral bélica. EL MUNDO. 31-7-2009 Opinión. El Periódico LA POLÍTICA MEDITERRÁNEA SE ATASCA Sami Nair El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, tenía razón al plantear la cuestión del futuro de las relaciones euromediterráneas desde el mismo momento de la toma de posesión de su cargo. Lanzó, por razones confesables (aumento de las desigualdades comerciales y económicas entre las dos orillas) o inconfesables (adecuación de un espacio geoeconómico para ubicar a Turquía, a la que no quiere en Europa), la idea de una Unión por el Mediterráneo asociada y unida a Europa de forma original, es decir sin llegar a la integración. Ya conocemos las vicisitudes que Francia ha tenido que vencer para que se entendiera esta idea: recelo legítimo de España, sorprendida por no haber sido consultada sobre un asunto que había asumido desde los Acuerdos de Barcelona (1995); recelos de Italia, que nunca ha apreciado que otros hicieran en el Mediterráneo lo que ella es incapaz de hacer por sí misma; oposición clara de Alemania, que prefiere financiar, y eso cuesta caro, la integración de los países del Este. En resumen, geopolítica y financieramente, el asunto se presentaba bastante mal. Y lo que es más grave todavía: el proyecto francés estaba mal concebido, sin una verdadera estructura estratégica, y parecía más una idea generosa que un programa elaborado. Finalmente, la idea fue aceptada, pero completamente reinterpretada en la dinámica europea bajo vigilancia alemana: creación de una copresidencia euromediterránea, ubicación de la sede del secretariado en Barcelona (excelente decisión) y una declaración de buenas intenciones durante la reunión, el mes de noviembre del 2008 en Marsella, de puesta en marcha en la práctica de esta nueva política. Ahora bien, los proyectos de cooperación regional en torno al desarrollo sostenible precisan, según el Banco Europeo de Inversiones, de unos 200.000 millones de euros. Pero la reunión ministerial del 26 de junio solo ha previsto una dotación de 23.000 millones de euros y únicamente ha puesto en marcha cinco proyectos para los que solo se han destinado 1.000 millones. Es inútil precisar que todo esto está muy lejos de responder a las necesidades mediterráneas. Y el cuadro sería todavía más sombrío si añadiéramos los efectos que la crisis económica mundial va a tener en la ribera sur del Mediterráneo. En resumidas cuentas, dos años después de haberse dado a conocer la propuesta francesa, todo parece acontecer como si la maquinaria europea la estuviera enterrando. En realidad, esta situación recuerda curiosamente al pasado, con la puesta en marcha de una estructura burocrática suplementaria que sin duda proporcionará buenos dividendos a algunos de los estados implicados en el Proceso de Barcelona, pero el conjunto corre el riesgo de girar con monotonía en torno a proyectos muy técnicos y reuniones institucionales. En cualquier caso, no se percibe que aparezca ninguna actuación de envergadura. La política mediterránea se atasca. Ahora bien, los retos siguen siendo igual de apremiantes: políticos (cuestión palestino-israelí y democratización de la orilla sur), económicos (desarrollo de los países del sur dificultado, entre otros motivos, por la dominación exclusiva de la zona euro y las dificultades de acceso al mercado agrícola), sociales (problema de la circulación de personas entre las dos riberas), culturales y religiosos (representaciones adversas que resucitan, en ambos lados, las oposiciones explosivas entre el islam, el cristianismo y el judaísmo). ¿Cómo salir de esta situación? De hecho, el principal bloqueo procede de los conflictos crecientes en el seno del eje franco-alemán. Para Berlín, el Mediterráneo no es una prioridad; para París, el Mediterráneo es un barril de pólvora. El resto de los países (esencialmente España e Italia) saben que no pueden impulsar una gran estrategia mediterránea sin el acuerdo de los franceses y los alemanes. Naturalmente, no hay solución mágica alguna. Pero Europa no conseguirá salir del atasco si no se dota de un marco estratégico para una política mediterránea elaborada de manera concertada con los países del sur. Este ambicioso proyecto depende de dos condiciones indispensables: en primer lugar, de una alianza según el principio previsto por el Tratado de Niza sobre la intensificación de la cooperación —entre Francia, España, Italia, Grecia y Portugal— para que la Europa mediterránea pueda ser un interlocutor coherente frente a los países del sur; seguidamente, last but not least, del nombramiento, en el seno de la Comisión de Bruselas, de un comisario a cargo de la política mediterránea. Recordemos que la presencia de Manuel Marín en este cargo, en 1995, contribuyó en gran medida a poner en marcha el Proceso de Barcelona. En la actualidad, es evidente que la creación de tal estructura tendría un impacto simbólico considerable: Europa enviaría así un mensaje claro de su voluntad de actuación. Y también sería una manera útil de apoyar la estrategia de paz que el presidente Obama intenta hacer prevalecer en Oriente Próximo. EL PERIÓDICO. 2-8-2009

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