Europa frente a la «amenaza china»

La política comercial de la Unión Europea ha decidido ponerse dura con Pekín, tomando medidas para proteger de las inversiones chinas sectores estratégicos y redes de comunicaciones y asegurar que las empresas compitan en igualdad de condiciones. Pero mientras Berlín y París levantan barreras contra el gigante asiático, son las draconianas exigencias y dictados de la administración Trump -en lo económico y comercial, pero también en lo político y militar- los que tienden a sumir a Europa en una profunda crisis, marginándola cada vez más en el concierto internacional.

Las autoridades europeas, y en especial las alemanas y francesas, hace tiempo que miran con recelo hacia el lejano Oriente. La emergencia china -que ya ha pasado en lo comercial al terreno de la alta tecnología 5G- se presenta como una seria competidora para sus empresas monopolistas. El anuncio por parte de Italia -socio fundador de la UE y miembro del G-7- de que se suma a la Ruta de la Seda promovida por Pekín ha inquietado sobremanera en los despachos de Bruselas, Berlín y París. No es el primer país de la UE en llegar a un acuerdo similar con China -ya lo habían hecho Portugal, Grecia y hasta 11 países del Este-, pero que se sume Italia es otra cosa. 

Por eso, el mismo día que Xi Jinping aterrizaba en Roma para firmar los acuerdos, los líderes europeos se reunían para aprobar un documento que califica a China de «rival sistémico» de la UE, que alarma ante el hecho de que cada país de la UE vaya por libre «cerrando acuerdos bilaterales» con el gigante asiático, que propugna medidas para castigar en las contrataciones públicas a las compañías de países que cierran sus mercados a las europeas, y que lanza dudas sobre el despliegue de la tecnología 5G made in China, haciéndose eco de los temores lanzados por Washington sobre Huawei.

“El tiempo de la ingenuidad se ha acabado”, ha declarado desafiante el presidente francés, Emmanuel Macron, en referencia a China. El galo insiste en que Europa debe ser «la tercera voz de un mundo crecientemente dominado por Washington y Pekín». Pero una cosa es querer, y otra, poder.

Hace ya muchos años que el orden mundial está en un proceso de profundos e inexorables cambios. La unipolaridad del orden mundial con EEUU como único gendarme está dando paso a un orden multipolar donde el centro ya no está en el Atlántico, sino en Asia-Pacífico. La cada vez más marginal posición de las viejas potencias europeas en el plano internacional es una consecuencia en cierto modo inevitable del desarrollo desigual y del inexorable crecimiento de las potencias emergentes: de China, pero también de India o de países como Turquía o Sudáfrica.

Pero sobre todo, es necesario recordar quién está golpeando a Europa, quién está promoviendo sus desestabilizadoras e incluso desgarradoras turbulencias (por ejemplo el Brexit).

Son los EEUU de Trump los que han pasado a maltratar la relación transatlántica, imponiendo a sus aliados europeos -y marcadamente a Alemania- una recategorización a la baja. Es Donald Trump el que ha alentado, animado y azuzado el Brexit, antes, durante y después de la celebración del referéndum. Es Trump -y su antiguo asesor Steve Bannon- el que alienta y promueve a las formaciones de extrema derecha anti-UE, fomentando una Europa dividida y con las costuras abiertas, lista para ser más fácilmente intervenida y más intensamente saqueada.

Es la Casa Blanca la que ha roto los acuerdos en materia comercial e iniciado una guerra comercial con la UE que se ha saldado con una rendición de Bruselas y la aceptación de nuevas trabas arancelarias beneficiosas para Washington. Es Trump quien ha ordenado de forma marcial e imperiosa, en varias cumbres de la OTAN, a sus vasallos europeos, que debían elevar de una maldita vez sus presupuestos militares hasta el 2% de sus PIB o que se atuvieran a las consecuencias.

Mientras la UE trata de levantar barreras en sus puertas orientales, los golpes y las fisuras le entran por el Atlántico. ¿Qué decía usted de ingenuidad, señor Macron?

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