Sin desmerecer a los griegos y aunque tengamos problemas comunes, España representa mucho más que Grecia en la partida de póquer que se está jugando en el tablero europeo desde que se produjo el crack financiero y la deuda soberana creció de forma exponencial. A nuestro país le cabe el dudoso honor de haber escalado en poco tiempo un puesto significado en el ranking de los deudores en el que da la impresión que va a permanecer durante décadas, salvo que se produzca la revisión del estado de la deuda en el conjunto de la Unión Monetaria. De momento, ese es el objetivo que se vislumbra en Grecia bien porque llegue Syriza al gobierno o bien porque inevitablemente se produzca un tercer rescate, ya que la situación económica del país certifica la imposibilidad de atender sus compromisos financieros. Por ello, sea una u otra cosa, los españoles, endeudados y semiparalizados económicamente, debemos estar atentos y exigir a nuestros responsables públicos, los actuales o los que les sucedan, que no ignoren el problema del endeudamiento y que trabajen seriamente sobre los escenarios previsibles de la reestructuración de la deuda soberana europea. Escenarios que deberán enmarcarse en los planes de reconstrucción económica e industrial necesarios para superar la parálisis actual, porque ninguna reestructuración de deuda será creíble si no va acompañada del plan de viabilidad correspondiente.
Volver a las andadas en forma low cost
El cese de los bombardeos financieros, aun salpicados de escaramuzas preocupantes como las de éstos primeros días del año, pone de manifiesto que la política de tierra quemada no se puede mantener indefinidamente y que los países más afectados por ella necesitan impulsar planes de desarrollo económico, con un alto contenido industrial, para lograr algo de pulso y de dignidad que son la alternativa al estado de penuria que se intenta consolidar. Naturalmente corresponderá a cada nación establecer sus prioridades y en el caso de España es preocupante observar la tendencia a recuperar el modelo económico tradicional, construcción y servicios, tal como se desprende del conocimiento de los empleos que se van creando lentamente. Pero ese modelo que funcionó gracias a la inflación crediticia, ahora, sin ella, irá a trancas y barrancas, descartándose que pueda absorber el inmenso ejército de parados creado estos años.
Para entendernos, lo que se anuncia es un proyecto low cost de país menesteroso que, si no cambia su guión político y económico, aspira a funcionar con un 25% de pobres y con el resto de menos pobres, cuya demanda y consumo de bienes y servicios estará en consonancia con ello. La ínfima minoría que acumula gran parte de la riqueza en ningún caso es relevante para el funcionamiento de la economía y del consumo nacional; solamente podría serlo en su contribución al esfuerzo fiscal, pero eso es harina de otro costal. Mucho me temo que esto será dificultoso porque, como siempre, la tendencia de los administradores públicos se inclinará por la comodidad de continuar exprimiendo a los menos pobres, es decir, a las clases medias. Referirse al esfuerzo fiscal de los ricos queda bien, aunque hasta el momento nada se conoce de cómo materializarlo en el mundo de las deslocalizaciones fiscales. En fin, ya se nos contará. Por ello, prefiero atenerme a las evidencias y a la historia de las décadas pasadas.
Someter a la UE nuestro plan de reconstrucción nacional
Con los mimbres sociales y educativos que tenemos la tarea de reconstrucción será inevitablemente lenta. Si a ello se añade la decrepitud de las finanzas públicas y privadas, el asunto se las trae, siempre partiendo de la base de que se quiera perpetuar la estructura del Estado hipertrofiado construido en España a partir de los años 80. En caso de acometer el cambio de modelo de Estado, la simplificación del mismo liberaría recursos que, unidos a los resultantes de la revisión del coste de la deuda, permitirían la puesta en marcha de otro modelo de crecimiento español, procurando alentar la iniciativa privada no especulativa para cambiar los usos y costumbres en la materia. Si, por su parte, la Unión Europea decidiera apuntarse al desarrollo de las economías más débiles, el recorrido sería más rápido. Pero sólo hay leves señales de ello y siempre son lentas y excesivamente burocratizadas, con las limitaciones derivadas de la posición de Alemania y sus satélites, cuyo interés por reconstruir el Sur de Europa es perfectamente descriptible. En este sentido, no hay que descartar que sean los germanos los que terminen rompiendo con la pobreza y los problemas del Sur.
Y eso lleva a preguntar si España, que representa más que Grecia en términos de población, de economía y de posición estratégica, no debería hacer valer ese conjunto de activos para presentar en Bruselas sus planes de cambio y salir de dudas acerca de lo que puede esperar del proyecto comunitario europeo, por si hubiera que explorar otras opciones en un marco geopolítico en ebullición. En realidad, una vez que se han destruido los becerros de oro del oropel financiero y que las apisonadoras de los recortes han dejado el solar nacional “limpio”, es imperioso trascender de la presentación de los cuadres contables a las autoridades europeas y proclamar qué pensamos construir en el solar patrio y qué ayudas demandamos para ello, porque lo que hay y lo que se vislumbra en el seno de la UE no conduce a ninguna parte, con independencia de lo que haga o deje de hacer Grecia. Por tanto, no nos distraigamos con los griegos y trabajemos en pro de un porvenir distinto al que se nos ofrece.