Tras cinco años de infructuosos intentos, finalmente, el pasado 13 de octubre Zapatero era recibido en el Despacho oval de la Casa Blanca para mantener una breve reunión de media hora con Barack Obama. Ha habido práctica unanimidad, a derecha e izquierda, en los círculos políticos y mediáticos, en considerar el hecho como algo enormemente positivo, como la reparación inevitable de un desafortunado desencuentro momentáneo. España y EEUU, desde esta óptica, están condenados a entenderse. ¿Por qué?
La reunión entre Zaatero y Obama ha sido presentada como la ‘normalización’ de unas relaciones que nunca debieron dejarse enfriar hasta tal punto. Y que si lo hicieron fue a causa de la unilateralidad y la arrogancia imperial de Bush para unos, mientras que para otros se debió a la imprudencia de Zapatero al retirarse precipitadamente de Irak.Tanto una como otra visión, en apariencia tan dispares, coinciden sin embargo en un punto sustancial: España, para poder aspirar a jugar algún papel –aunque sea pequeño– en el mundo, necesita mantenerse en buenas relaciones con EEUU. Pero, ¿qué se está diciendo cuando se habla de “mantenerse en buenas relaciones con EEUU”?Porque en realidad, las relaciones hispano-norteamericanas desde los años 50 son, en sustancia, la historia de una dependencia. La dependencia política, militar y, en menor medida en las últimas décadas, económica a la que ha estado sometido nuestro país en estos últimos 50 años y la capacidad que esta relación de dependencia ha dado en todo este tiempo a Washington para conducir –o reconducir, por las buenas o por las malas– el rumbo político y el destino de España hacia la órbita de sus intereses estratégicos.La historia de esta dependencia comienza en 1953, con la firma de los primeros Tratados de Amistad Hispano-Norteamericanos con los que se abre paso, por primera en nuestra historia moderna, a la presencia de tropas y bases militares extranjeras en nuestro suelo. Años 50: la instalación de las bases Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el régimen de Franco, que a los ojos de la opinión pública mundial aparece estrechamente vinculado y aliado con las potencias nazifascistas, se enfrenta a una resolución de la recién creada ONU por la que España queda excluida de todos sus organismos, se recomienda a los países miembros de la ONU que retiren a sus embajadores de Madrid y emplaza al Consejo de Seguridad a estudiar las medidas que debían adoptarse en caso de que “al cabo de un plazo razonable, España continúe teniendo un gobierno que carezca del consentimiento popular”.La resolución, presentada por Polonia y aprobada a instancias de los países del Este que han quedado bajo la órbita de Moscú tras la guerra, pese a su radical apariencia, supuso en los hechos un balón de oxígeno para Franco. Por un lado porque el veto anglo-norteamericano impidió que en la resolución se tomaran medidas económicas contra el régimen. Por el otro porque la resolución implicaba, a su vez, el no reconocimiento por parte de la ONU del gobierno republicano en el exilio.Por otra parte, el “aislamiento” del régimen franquista no iba a durar mucho. En fecha tan temprana como octubre de 1947 distintos acontecimientos encadenados se precipitan.Un informe secreto del Pentágono evalúa las ventajas de poseer bases aéreas en España equipadas para alojar a los bombarderos más pesados. Un grupo de tres senadores y ocho congresistas norteamericanos hacen escala en España, se entrevistan con Franco y regresan a EEUU elogiando su firmeza ante el comunismo. Poco tiempo después, el departamento de Planificación Política de EEUU recomienda al secretario de Estado y al general Marshall la rápida normalización de las relaciones económicas y políticas con España.Apenas dos meses después de esto, el encargado de negocios yanqui en Madrid recibe la orden de adoptar una “actitud cordial hacia España”. En marzo de 1948, el Congreso norteamericano aprueba incluir a España en el plan Marshall porque, en opinión del congresista autor de la propuesta, “la exclusión de España significa satisfacer de forma vergonzosa y estúpida a los rojos de Moscú y a los rojos de nuestros propios departamento de Estado y de Industria y Comercio”. Antes de que acabe ese año, el asunto adquiere velocidad: una misión militar de EEUU encabezada por el presidente del comité de las Fuerzas Armadas del Senado visita Madrid y se entrevista con Franco para sondear la posibilidad de instalación de bases militares.Tras el anuncio del éxito de la explosión de una bomba atómica por la URSS y el triunfo de la revolución china en 1949, el estado Mayor conjunto norteamericano presiona a la Casa Blanca para establecer una alianza con España, a fin de poder utilizar a la península como “la última posición firme en la Europa continental” sin la cual no sería posible la defensa de una Europa atacada por la URSS. Para finales de 1950, la decisión está tomada y en enero del 51 comienzan las negociaciones que culminarán con la firma de los Tratados de Amistad hispano-norteamericanos, la instalación de bases militares yanquis en España, la sujeción de España a los planes estratégicos y la doctrina militar norteamericana y la inclusión de nuestro país bajo la órbita de influencia, intervención y dominio del imperialismo yanqui. Un acontecimiento de una importancia estratégica e histórica.Desde finales del siglo XVII nuestro país se había convertido en objeto de diputa franco-británica. A lo largo de más de 200 años habíamos estado oscilando periódicamente es ser área de influencia del imperialismo inglés, del francés o de ambos; esto es lo que va a cambiar radicalmente con la firma de los tratados hispano-norteamericanos en 1953. A través de ellos, la rancia clase dominante española y su no menos rancio régimen franquista van a buscar la protección y ponerse bajo el cobijo del imperialismo yanqui. Con la firma de los vergonzosos acuerdos, se convierte a España en un peón estratégico de los planes imperialistas de EEUU, permitiendo, por primera vez en nuestra historia, la instalación de una red de bases militares extranjeras permanentes en nuestro suelo. Al mismo tiempo que, con la firma de los tratados, el régimen franquista abría las puertas a una amplia infiltración de la CIA en los aparatos estatales (Ejército, servicios secretos, Brigada Político-social,…) y propiciaba una legislación favorable a la llegada masiva de capital norteamericano que permitió a éste pasar a controlar importantes sectores de la economía nacional. Años 60: la penetración económica Mientras tanto, en el interior del país, el régimen económico de la autarquía, sumido en una crisis irreparable, está dando sus últimas bocanadas. Un grupo de altos tecnócratas del régimen sustituyen a los viejos falangistas en los puestos claves del aparato económico del estado.Mediante el aval del embajador norteamericano en Madrid, John D. Lodge, los nuevos ministros y subsecretarios tecnócratas (Ullastres, Mariano Navarro Rubio, Laureano López Rodó, Luis Ángel Rojo,…) presentan el borrador del Plan de Estabilización de 1959 a las autoridades norteamericanas. Tras el visto bueno de Washington, el plan es aprobado por el gobierno y con él se solicita el ingreso de España, que es rápidamente aceptado, en el FMI, el Banco Mundial y la OCDE.Se produce a partir de ese momento una cuádruple apertura de fronteras: al turismo, a la emigración española, al comercio exterior y al capital extranjero. De esas 4 fuentes provendrá la acumulación de capital necesaria para acometer la industrialización a través de los IV planes de desarrollo que se pondrán en marcha hasta 1974. En esos 13 años, las cifras del llamado “milagro español” en crecimiento del PIB, en producción industrial y en renta per cápita se acercan más al ritmo de crecimiento japonés que al de ningún otro país europeo. Tras el Plan de Estabilización que abría la puerta a la entrada del capital extranjero, el régimen franquista desarrolló una legislación sobre inversiones extranjeras absolutamente favorable a los intereses de los grandes grupos financieros y monopolistas internacionales.A través de distintos mecanismos de control –bien por inversiones directas de capital mayoritario, bien detentando con una inversión minoritaria una posición de dominio, bien a través de la dependencia de a transferencia tecnológica–, en 1970, 156 monopolios yanquis (todos ellos pertenecientes al selecto club de las 300 corporaciones más importantes de EEUU) contaban en España con 387 empresas filiales o subsidiarias. En ese mismo año, el capital de origen norteamericano invertido en España superaba la suma del invertido por las restantes potencias imperialistas, incluidas las del Mercado Común Europeo.Este grado de intervención y control sobre numerosos sectores de la economía española será la base desde la que, a lo largo de los años 60 y 70, Washington irá colocando en puestos claves de la economía y el Estado a sujetos (vinculados a organismos internacionales dependientes de EEUU u organizaciones controladas por ellos) particularmente adictos a sus intereses.Pero además, las innovaciones tecnológicas y la modernización organizativa de las principales empresas españolas que históricamente habían sido enormemente dependientes por su atraso del exterior, desde el momento en que EEUU pasó a convertirse en el principal socio comercial de España y la principal fuente de transferencia tecnológica y patentes, la modernización, expansión y reorganización de los grandes grupos monopolistas adquirió rápidamente una fuerte influencia norteamericana.Una dependencia que iba a provocar a su vez que en las principales regiones económicas del país, en la alta administración del Estado y en los centros de formación de los cuadros de elite de la oligarquía se formaran o consolidaran poderosos círculos pronorteamericanos. De la intervención yanqui sobre estos círculos saldrán los hombres adictos a Washington que irían a lo largo de los años 60 y 70 ocupando puestos claves en la economía, el Estado, los medios de comunicación, la política,… Ocupando el corazón del Estado Pero una vez establecida la dependencia militar y económica, faltaba un tercer pilar, seguramente el más importante, la plena dependencia política. Lo que requería controlar los principales aparatos de Estado y disponer de un régimen político menos hermético que el franquismo y más permeable a la influencia de Washington.En 1970, Nixon visita España para comprobar de primera mano los informes de su embajada en Madrid que valora, literalmente, que “Franco está gagá” y, por lo tanto, es imprescindible intensificar su intervención en la sucesión y en el diseño de la transición que se avecina.Entre la visita de Nixon y el atentado contra Carrero Blanco, apenas 3 años después, los desembarcos en Madrid de piezas claves de la inteligencia y la política exterior norteamericana se suceden (Vernon Walters, Kissinguer,…), mientras la actividad de la embajada americana y la “Estación Madrid” de la CIA se vuelve frenética.Si la visita de Eishower en 1959 había significado la ruptura definitiva del aislamiento internacional del régimen franquista, la visita de Nixon en octubre de 1970 supone el inicio de su definitiva defunción.A partir de la visita de Nixon, todos los mecanismos de intervención interna que el hegemonismo yanqui ha ido tejiendo desde la firma de los tratados se van a poner en marcha en una misma dirección: crear las condiciones para el tránsito ordenado de la dictadura a una democracia tutelada por Washington.El personal de la embajada se multiplica. Se ponen en marcha distintas operaciones que van desde la preparación –a través de la Internacional Socialista– del recambio en la dirección del PSOE o la creación del Partido Liberal (luego integrado en UCD) a la creación de nuevos medios de comunicación (El País, Diario 16), movimientos todos dirigidos por destacados hombres de Washington en España.La presencia de destacados cuadros dirigentes de los servicios secretos y el Estado yanqui en Madrid es constante. Como cuenta Pilar Urbano en su libro sobre el CESID: “A partir del asesinato de Carrero Blanco se detectó una descarada afluencia de agentes de la CIA hacia nuestro país. Aunque la CIA no haya admitido jamás estar operando -espiando, influyendo, vigilando- en España, se llegó a hablar de una presencia -y no precisamente turística- de mil quinientos agentes. Una cifra casi insultante, por mucho que ahí se incluyesen colaboradores, confidentes, patriotas aficionados, longamanus… Y, por supuesto, periodistas a sueldo, como los tenían también los soviéticos (…) Desde la séptima planta del edificio de la embajada americana en la calle Serrano -impenetrable sancta santorum de la Estación CIA en España-, los agentes americanos se sentían capaces de extender sus tentáculos por todas partes. Lo mismo celebraban reuniones con políticos de izquierdas, de derechas y de centro, que invitaban a periodistas a sugestivos viajes de ocio y estudio (…) Con tanta naturalidad como frecuencia, los hombres de la CIA se dejaban caer por las oficinas de la Dirección General de Seguridad, en la Puerta del Sol: (…) y aprovechaban ya el viaje para quedarse curioseando los archivos policiales. Eran muy entrometidos. Muy metiches. Querían estar informados en vivo, en directo y por sí mismos -me comentaba un coronel de aviación que, tiempo atrás, actuando como oficial del CESID tuvo que pararles los pies-, incluso con los comunistas prochinos y los militantes de grupos minoritarios de ultraizquierda. Se tomaron como cosa propia la tarea de auspiciar que aflorase la oposición política socialista o nacionalista vasca; pero se creían con derecho a controlarla ellos(…)