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España decide en segunda vuelta su papel en el desorden europeo

Comienza la segunda campaña electoral en menos de seis meses. Quince dí­as, probablemente ásperos, confusos y combativos, para encontrar una salida al laberinto del 20 de diciembre. Después de siete años de severa crisis económica, los ciudadanos no quisieron que ningún partido tuviese la mayorí­a absoluta y de ese impulso surgió un Parlamento muy plural, con dificultades para la forja de una mayorí­a estable.

Comienza la segunda campaña electoral en menos de seis meses. Quince días, probablemente ásperos, confusos y combativos, para encontrar una salida al laberinto del 20 de diciembre. Después de siete años de severa crisis económica, los ciudadanos no quisieron que ningún partido tuviese la mayoría absoluta y de ese impulso surgió un Parlamento muy plural, con dificultades para la forja de una mayoría estable.

Seis meses después, hay enojo ante la ausencia de Gobierno , fastidio por un exceso de política politizada –la obsesión por los gestos y la inflación de declaraciones–, una cierta perdida de frescura de los nuevos actores, evidentes deseos de estabilidad, pero ningún dato apunta que la sociedad esté esperando el regreso de una fuerza con mayoría absoluta. La salida al laberinto deberá hallarse desde una compleja dinámica de cuatro o más partidos. Y seguirá siendo difícil.

Durante esos seis meses algunas cosas han cambiado. Las nubes en el horizonte económico se han oscurecido –las previsiones de crecimiento para los próximos dos años se están corrigiendo a la baja– y Europa se ha complicado. La campaña que esta noche comienza tendrá como principal hito internacional el referéndum sobre la continuidad del Reino Unido en la Unión Europea, el 23 de junio. No es probable que la decisión de los británicos influya en el voto de los españoles, pero la continuidad o no del Reino Unido en la Unión puede tener significativas consecuencias para la vida de los españoles dentro de unos años. El marco internacional es importante.

La segunda vuelta de las elecciones generales decidirá, por tanto, el papel objetivo de España en el actual desorden europeo. País medianamente estable en la cadena de naciones europeas en crisis. País sin gobierno, abocado a una inestabilidad crónica, en un momento de acumulación de tensiones y contradicciones en el espacio comunitario. Esa es la primera disyuntiva del 26 de junio. La visita del presidente de Estados Unidos Barack Obama a España, entre el 9 y el 11 de julio, justo dos semanas después de las elecciones generales, más allá de la cortesía, tiene que ver con ese dilema. Una España crónicamente inestable preocupa en Washington, Bruselas y Berlín. El marco internacional es importante, pero en cualquier país las elecciones siempre son domésticas, tremendamente domésticas. El 20 de diciembre pivotaba alrededor de una gran incógnita: el peso real de las dos nuevas fuerzas políticas que pugnaban por entrar en el Parlamento, con un fuerte apoyo generacional: Podemos y Ciudadanos. Los dos nuevos partidos ya son una realidad instalada en el Parlamento. Ya forman parte de la nueva normalidad. Aunque la pugna entre lo nuevo y lo viejo no se ha evaporado, el 26-J estará más determinado por la tradicional tensión entre derecha e izquierda. Durante más de tres décadas, desde la defunción de la UCD de Adolfo Suárez, esa pugna la han monopolizado el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español. Podemos ha abierto cuña en esa dialéctica y Ciudadanos la sobrevuela. El 26 de junio se decidirá qué partido tiene más posibilidades de presidir el Gobierno y también qué formación encabeza la izquierda. No es poco.

Catalunya. El último episodio en el denso espacio nacional catalán, la ruptura de la mayoría parlamentaria independentista, pone a prueba al soberanismo en las urnas de junio –¿volverán a sumar 17 diputados?– y relaja el discurso dramático de que España se está rompiendo. La cuestión de Catalunya pervive, pero pierde intensidad en el catálogo de los miedos.

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