Situación en Pakistan

¿Es Pakistán un estado fallido?

Desde el año 2005 Pakistan ha dado pasos de gigante para asemejarse a esta descripción. los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad del Gobierno y los militantes en Baluchistán y la Provincia Fronteriza del Noroeste, la cada vez mayor .

Estado fallido es un término olémico, que califica de esta manera a un Estado débil en el cual el gobierno central tiene poco control práctico sobre su territorio. El término es muy ambiguo e impreciso. Por ejemplo, si se toma de forma literal, un Estado fallido serí­a aquel en el que no hay un gobierno efectivo, al contrario de un gobierno dictatorial que acapara y utiliza todo el poder.Con esto se quiere decir que un paí­s «tiene éxito» si mantiene un monopolio en el uso legí­timo de la fuerza dentro de sus fronteras. Cuando este monopolio está quebrantado (por ejemplo, por la presencia dominante de señores de la guerra, de milicias o de terrorismo), la misma existencia del Estado llega a ser dudosa, y el paí­s se convierte en un Estado que ha fallado o Estado fallido. Las proclamaciones y las leyes de su gobierno pueden no ser tomadas en cuenta, y en algunos casos la acción violenta se puede emprender dentro de las fronteras del «Estado fallido» por agentes de otros paí­ses; tal acción tiene naturalmente una legalidad altamente dudosa.El término también se utiliza en el sentido de un Estado que se ha hecho ineficaz (es decir, tiene control nominal militar y policial sobre su territorio, solamente en el sentido de no tener grupos armados desafiando directamente la autoridad del Estado; en resumen: la visión: «que no haya noticias, es una buena noticia») y no puede hacer cumplir sus leyes uniformemente debido a las altas tasas de criminalidad, corrupción extrema, un extenso mercado informal, burocracia impenetrable, ineficacia judicial, interferencia militar en la polí­tica.Desde el año 2005 Pakistan ha dado pasos de gigante para asemejarse a esta descripción. los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad del Gobierno y los militantes en Baluchistán y la Provincia Fronteriza del Noroeste, la cada vez mayor desavenencia entre el Gobierno del general Pervez Musharraf y el poderoso aparato de seguridad pakistaní­ y los lí­deres religiosos».Continuaron agravándose, a causa, principalmente, del controvertido apoyo del general Musharraf a la guerra contra el terrorismo liderada por Estados Unidos y sus ramificaciones de carácter represivo en Pakistán. Asimismo, las medidas adoptadas por el Gobierno contra los grupos y las escuelas sospechosos de extremismo islámico parecen haber desatado las tensiones con uno de los patrocinadores tradicionales de estos grupos, los servicios de inteligencia pakistaní­es (Inter-Services Intelligence Agency, ISI). Al parecer, el mismo enfoque estricto sobre cuestiones de seguridad interna alienó aún más la legitimidad del Gobierno y su aceptación en las zonas fronterizas con Afganistán, que habí­an disfrutado tradicionalmente de un nivel considerable de autonomí­a del Estado y que ahora se habí­an convertido en el blanco de una creciente militarización, sin los beneficios positivos de una mayor atención por parte del Estado central.Por su parte, el peculiar cambio de enfoque, pasando de «la tradicional amenaza externa del vecino del este, India, a una campaña de contrainsurgencia frente a la amenaza interna de los militantes» en las zonas tribales del oeste de Pakistán, también ha sido bienvenido por Estados Unidos, tal como indicaba el jefe del Comando Central del ejército norteamericano en sus últimas recomendaciones. En este sentido, la espiralde violencia de los últimos meses, en otras palabras, «el aumento en el número de militantes en el valle de Swat, el asesinato de la antigua Primera Ministra Benazir Bhutto y el asedio a la Mezquita Roja de Islamabad» se acercan convenientemente a la frontera occidental.Las fuerzas armadas, en concreto, fueron la apuesta más segura para la supervivencia polí­tica de Musharraf. Un complejo proceso de integración e intercambio de favores recí­procos entre el Presidente y el ejército, que se puso en marcha tras el golpe de 1999, ha dado lugar a un sistema de gobernabilidad en el que este último ejerce un amplio control sobre el Estado pakistaní­ y su economí­a.La ex Primera Ministra de Pakistán Benazir Bhutto fue asesinada en diciembre de 2007, sólo dos meses después de que regresó a su paí­s desde el exilio. Bhutto sobrevivió a otro intento de asesinato en octubre, poco después regresar de un exilio de 8 años. La administración Bush ayudó a lograr un acuerdo para que Bhutto regresara a Pakistán del exilio.Independientemente de quién mató a Butto (aunque todo apunte al servicio secreto militar de Musharraf -ISI-), su asesinato abrió una crisis mayor cuyas dimensiones pueden conducir a una presencia más elevada de los EE.UU. (o la OTAN) en este paí­s. El abandono por el ejército paquistaní­ de las zonas tribales del Waziristán y la Provincia de la Frontera del Noroeste (North-West Frontier o NWF) y la declaración del estado de emergencia convirtieron la ayuda de Musarraf a EEUU en ambigua.Los conflictos abiertos entre el Ejército y la insurgencia talibán en varias áreas del noroeste de Pakistán han causado un éxodo masivo de 450.000 ciudadanos a zonas más seguras del paí­s.»Se trata de una situación muy seria. Creemos que en las próximas semanas el número de desplazados se situará en torno a los 600.000, porque hay mucha gente e en movimiento»,expuso en una entrevista con EFE la portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Pakistán, Ariane Rummery.Pakistán, que actualmente ya acoge a 1,7 millones de refugiados afganos que empezaron a venir hace tres décadas huyendo de las continuas guerras en el paí­s vecino, ha visto cómo la situación de la seguridad en su territorio ha sufrido un severo deterioro en los últimos dos años.Numerosas fuentes estadounidenses están señalando que la mayor amenaza para sus intereses puede encontrarse en Pakistán, y sobre todo en el rumbo que este paí­s tome en el futuro cercano. Lo cierto es que la intervención de Washington ante el que hasta ahora era su aliado estratégico en la región puede variar. Y de paso las relaciones entre ambos actores también pueden seguir rumbos diferentes.Según declaraciones de la administración norteamericana el juego del Ejército paquistaní­ en Cachemira y Afganistán es complejo y mantiene contactos con grupos extremistas. El nuevo presidente debe dejar muy claro al Ejército que este doble juego se debe terminar. Pakistán es el paí­s más peligroso del mundo y su estabilidad crucial, por la existencia en su suelo de bases de Al Qaeda, de armas nucleares, y de un vacilante proceso de democratización con resonancias en el conjunto del mundo musulmán.La redefinición geopolí­tica y militar de la región resulta, para Estados Unidos, mucho más importante que la eterna persecución de un fantasma llamado Osama Bin Laden, o el destino de un pedacito de tierra llamado Cachemira. Sin la mano dura de Musharraf, atacado por un vací­o de poder ascendente, metido en un espiral de crisis económica, y con una escalada imparable de violencia y atentados en las grandes ciudades, Pakistán, un resorte geopolí­tico-militar clave en la estrategia regional de Washington y un aliado invalorable en el marco de la disputa con Rusia e Irán, comienza convertirse en un dilema difí­cil de resolver para EEUUBrzezinski escribí­a en 1997, que «la tarea más urgente para Estados Unidos es garantizar que ningún Estado o grupo de Estados pueda adquirir la capacidad necesaria para expulsar a Estados Unidos de Eurasia o por lo menos reducir considerablemente su decisivo papel de árbitro».Las informaciones oficiosas en Washington señalan que Obama y sus consejeros estudian la extensión de la guerra encubierta (con aviones sin piloto de la CIA) que ya se libra en Pakistán y que desborda las áreas tribales fronterizas para adentrarse en la provincia de Beluchistán, desde donde se supone que los talibanes dirigen las incursiones mortí­feras en el sureste afgano. La situación se parece peligrosamente a la de Vietnam a principios de los años 70, cuando los norteamericanos devastaron el norte en la creencia ilusoria de que podrí­an detener el avance comunista en el sur.

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