El 25 de enero puede ser el inicio de un cambio en Grecia pero también a la Unión Europea (UE). Por primera vez un partido (Syriza) con un planteamiento claramente contrario a las políticas austericidas puede ganar las elecciones y formar gobierno. La llamada «Coalición de Izquierda Radical» que encabeza Alexis Tsipras defiende una política que pone a la ciudadanía griega como prioridad frente a la dictadura de los mercados. La situación de Grecia es crítica: una deuda cercana al 180% de su PIB, una pérdida del 25% de los salarios y un altísimo nivel de paro, que es del 50% entre los jóvenes. Una situación de imposible retorno de su deuda, fruto de un rescate que ha permitido que la deuda de Grecia con los bancos (franceses y alemanes, que ya han recuperado la mayor parte de sus inversiones) haya pasado a ser con el FMI, la UE y el BCE, es decir con la Troika. La situación de Grecia en este momento no tiene salida con las recetas actuales. El país necesita recuperarse y crecer, y esto es imposible con la imposición del retorno prioritario de la deuda. Hace falta una renegociación, un alargamiento de los plazos, una rebaja de los intereses o incluso una «quita» de la deuda. Sólo una Grecia que se recupere como sociedad, que crezca en ocupación y pueda crear niveles de riqueza nacional será capaz de poder devolver su deuda.
Esto es lo que plantea el programa político de Syriza que sería equivalente al de la socialdemocracia de posguerra, cuando todavía era socialdemocracia. Prioriza el crecimiento y el bienestar social como base para establecer el retorno de la deuda. A la vez plantea la necesidad urgente tanto de crear empleo como de una lucha radical contra el fraude y la evasión fiscal. También propone un programa urgente para paliar las necesidades urgentes de la sociedad y medidas como la mejora del salario mínimo o la recuperación de los convenios colectivos eliminados por las políticas impulsadas por la Troika. Syriza no es contraria ni al euro ni a Europa pero plantea a la UE que tiene que optar por otra política, una política de ayuda a la inversión productiva y dejar un tiempo a la sociedad griega para recuperarse de la actual situación. La relación con Grecia es por otro lado demostrativa de los déficits democráticos de la UE. Por un lado parece que la UE no acepta más que una política: la del «diktat» de la austeridad de Merkel y la Troika, lo cual es contradictoria con la propia esencia de la democracia que se basa en la pluralidad de opciones.
Todavía más contradictorio es el hecho de que la UE prefiera que en Grecia siga con un Gobierno servil, aunque sean los mismos que provocaron la situación del país a partir de la corrupción, el clientelismo, el derroche de recursos e incluso la falsificación de las cuentas estatales. Es incomprensible que la UE sea capaz de preferir políticos corruptos pero obedientes, más que una alternativa democrática que quiere una renovación de la política griega sobre los parámetros de la pulcritud y el desarrollo social. La UE demuestra tener un terrible déficit democrático, no sólo mediante sus políticas que crean sufrimientos en las ciudadanías, sino que las intenta imponer mediante la presión y el chantaje político sobre un país al que quiere impedir una libre elección. La UE muestra su cara más oscura cuando opta, con todo su poder, por el gobierno de unas oligarquías corruptas antes de que por una opción que defiende los intereses generales de la ciudadanía. Grecia es hoy el laboratorio de la posibilidad de cambio en Europa. Syriza no es sólo una alternativa propia para la sociedad griega. Ni tanto sólo es un modelo para otros países del sur de Europa. La victoria de Syriza en Grecia y el comportamiento de los poderes europeos será el termómetro del nivel de la calidad democrática de la Unión. Y la posibilidad de que la actual UE tenga capacidad de regenerarse democráticamente y de aceptar que los intereses de la ciudadanía de los diversos países pueden ser una prioridad por la Unión. Desgraciadamente, todo apunta a que tanto el FMI como la Comisión Europea y la propia cancillería alemana no quieren ser neutrales en las elecciones griegas y ya han empezado, y todo hace prever que continuarán con más intensidad, las presiones para evitar el triunfo de la coalición de Alexis Tsipras. Una UE que no dice nada ante actuaciones antidemocráticas como las de los gobiernos de Hungría en relación con los derechos democráticos, o como el de Estonia, en relación con el trato de «no ciudadanos» a la población rusófona, se cree en la obligación de presionar cuando en Grecia alguien pretende defender a su ciudadanía de las consecuencias nefastas de unas políticas antisociales. En defensa de la pluralidad de opciones políticas y económicas, en defensa en definitiva de la base de la democracia, tenemos que defender el derecho de la sociedad griega a escoger su futuro y presionar para que la UE y sus gobiernos tengan una actitud de neutralidad en el proceso electoral, y de diálogo honesto con el futuro gobierno que pueda decidir el pueblo griego. Ahora que muchos en la UE se exclaman por el resurgimiento de opciones ultras antieuropeas y xenófobas, como el FN en Francia, la UKIP en Gran Bretaña, la AD en Alemania, etcétera, sería mejor que se plantearan qué están haciendo mal. ¿Por qué la idea de la Unión pierde adeptos? Y la razón es que se hace necesario un cambio, la Unión Europea tendrá una razón de ser económica y política si es democrática y está al servicio de sus pueblos, si sólo vela por los intereses económicos de sus oligarquías el regreso al nacionalismo en Europa está servido. Es la hora de ver si el cambio en Europa es posible, y Grecia será su banco de pruebas. Y también será el momento de ver quién está a favor de la libertad democrática y de la defensa del cambio y quién está del lado del «status quo», también aquí en nuestro país.