SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Es hora de pasar factura a los responsables de la situación

Los españoles vamos a tener este domingo la oportunidad de introducir de nuevo nuestro voto en una urna, y lo vamos a hacer con el país braceando en el séptimo año de una crisis sin precedentes, crisis que, lo hemos dicho muchas veces, es económica pero sobre todo es política, crisis de agotamiento de un modelo que ha llegado hasta aquí tironeado por una corrupción, económica y moral, galopante. La responsabilidad primera en lo ocurrido hay que buscarla en los dos grandes partidos dinásticos, PP y PSOE, que se han repartido el poder en las últimas décadas, junto con los nacionalistas burgueses catalanes y vascos, y el beneplácito de la Corona en la cúspide del sistema, todo ello ungido por el apoyo mayoritario de los ciudadanos, porque, a pesar de las reservas fundadas sobre las normas electorales vigentes, su poder ha tenido un origen democrático indudable.

Es una evidencia, sin embargo, que el ejercicio del mismo se ha ido viciando legislatura tras legislatura con las peores lacras de la política: clientelismo, corrupción e incompetencia, una suma de desgracias que ha conducido a España al callejón sin salida en el que hoy se halla, una tesitura que condena a las jóvenes generaciones a vivir peor que sus mayores y a desenvolverse en un clima laboral y social precario, mientras las clases medias, sempiterno motor económico y garantía de la estabilidad política y social, están siendo proletarizadas a marchas forzadas. El resumen es la descapitalización humana del país, que se añade a la económica y financiera.

Pero si el futuro económico es sombrío a pesar de los tímidos signos de recuperación en curso, más negro aún, más preocupante, es el horizonte de esa crisis política que está aguas arriba de la mayoría de los males del sistema y que nuestra clase política se niega en redondo a abordar, temerosa de alterar un statu quo que, mal que bien, les ha permitido ir trampeando en el usufructo del poder. Crisis política que se resume en la necesidad imperiosa de regenerar en profundidad una democracia de tan baja calidad como la nuestra, mediante la oportuna reforma de la Constitución de 1978. Esas son, muy resumidas, las obras completas, en lo económico y en lo político, de los que han ejercido el poder los últimos 35 años.

Lo expuesto sería motivo suficiente para retirar la confianza a los responsables de lo ocurrido. Su falta de autocrítica y de explicaciones sobre el agujero negro de una corrupción que tiene carcomido el andamiaje institucional entero son, además, razones añadidas que fortalecen el rechazo del que se han hecho acreedores. Las esperanzas puestas por algunos en la mayoría absoluta del PP pronto se vieron defraudadas con el incumplimiento del programa y el hedor de una corrupción cuyos exponentes máximos son Gürtel y Bárcenas, dos casos que deambulan por los procelosos mares de la justicia, como lo hacen los ERES andaluces de esa sedicente alternativa llamada PSOE, asunto capital, el de la corrupción, del que poco o nada se está hablando en esta campaña.

No a PP y a PSOE

Lo dicho hasta aquí nos coloca de lleno ante el espejo de confrontar nuestro ideario liberal con la realidad de ese voto al que estamos llamados este domingo. Pensamos que los lectores de Vozpópuli tienen derecho a la claridad y, sobre todo, a reclamar la coherencia debida a quienes en este diario venimos haciendo gala de independencia de criterio desde nuestro nacimiento, razón de más para no pasar de puntillas y mucho menos emboscarnos en la ambigüedad de quienes acostumbran a nadar y guardar la ropa. La inminencia de esta convocatoria electoral que, aunque para el Parlamento europeo, los propios protagonistas han planteado en clave nacional -en parte por su pobreza de ideas sobre el proyecto europeo o quizá por huir de la mala imagen que ese proyecto tiene ahora entre los ciudadanos- brinda a los españoles la oportunidad de pasar factura a los responsables del actual estado de cosas, PP y PSOE, negándoles taxativamente el voto, en la esperanza de que ese castigo sirva de punto de ruptura capaz de alumbrar, bien una problemática regeneración desde dentro de ambas formaciones, bien un mapa político nuevo del que pueda surgir ese impulso regenerador que reclaman tantos millones de españoles.

A partir de esa recomendación, cada elector deberá calibrar el sentido de su voto en el supuesto de que no decida, en uso de su libertad, engrosar la abstención. Somos conscientes del conservadurismo en los comportamientos electorales de tantos compatriotas, y del sentimiento de orfandad que dar la espalda a las dos grandes formaciones políticas del sistema puede provocar en muchos, sentimiento capaz de inducir a no pocos de ellos a refugiarse en la práctica inveterada de elegir el mal menor. Nos parecería un error. La situación del país reclama incluir en el frontispicio del interés nacional la vieja expresión de que “a grandes males, grandes remedios”. Urge romper la columna vertebral de esos intereses creados que impiden el cambio hacia una España más abierta, más libre, más rica y menos corrupta, sumando voluntades en pro de esa regeneración democrática a la que los dueños del sistema vienen dando la espalda. Ojalá acertemos entre todos con libertad.

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