«Si la administración no actúa, el Congreso por sí mismo sólo puede considerar la obligatoriedad de algunos aranceles. Lo cual estaría muy bien y debería haberse hecho hace mucho tiempo, pero el Congreso debe realmente hacer más. Mientras que se celebran las audiencias, ¿qué tal convocar a algunos de Wall Street para poner presión a las empresas estadounidenses que construyen industrias en China, donde nuevas fábricas están siendo subvencionadas y los trabajadores son baratos? ¿O nuestra incapacidad para competir con los chinos en industrias de vanguardia como las energías alternativas?»
Políticamente, el úblico estadounidense apoya claramente las políticas que impulsen la industria estadounidense y reduzcan la deslocalización. Una encuesta preguntó a los estadounidenses que eligieran una de tres opciones. El treinta y seis por ciento apoyó un programa que instituya aranceles sobre las importaciones y sancione a las empresas por deslocalizar puestos de trabajo. El treinta y dos por ciento apoyó programas gubernamentales para ayudar a las industrias nacionales estratégicas. Sólo un 23 por ciento apoya una economía de laissez-faire, las políticas de libre comercio. (THE WASHINGTON POST) DIARIO DEL PUEBLO- Aunque los líderes japoneses albergan la esperanza de que el contencioso por el pesquero sea considerado un incidente independiente, es imposible que la protesta de China se limite al terreno verbal. El modo en que Japón maneja el caso es visto como un desafío directo a la soberanía de China sobre las islas en disputa. En atención a las décadas de construcción de relaciones después de la Segunda Guerra Mundial, no es probable que China recurra a la fuerza para resolver este incidente. Pero si las protestas del Gobierno y público chinos no hacen que los japoneses cambien de opinión tras llegar al punto de la ruptura diplomática, Beijing deberá considerar medidas de represalia más fuertes. Japón podría no ser consciente sobre cuánto tiene que perder debido a sus acciones.EEUU. The Washington Post Es hora de enfrentar la política comercial de China Harold Meyerson Esta semana, los comités de ambos lados del Capitolio llegarán al enigma de la manipulación de la moneda china. El enigma no es si –o por qué– China está manipulando su moneda: dada su infravaloración, China es capaz de aplicar sistemáticamente precios más bajos en sus exportaciones, poniendo los productos de América (y de otras naciones) en una desventaja significativa. El enigma es por qué diablos Estados Unidos no está haciendo nada al respecto. El secretario del Tesoro, Timothy Geithner, irá al Capitolio para explicar la posición de la administración, que, gracias a una presión creciente para la acción, puede ser cada vez más exigente. Ciertamente hay un montón de senadores y congresistas –y de gente corriente estadounidense– a quienes les gustaría ver a la Casa Blanca poner algunos aranceles sobre las subvaluadas importaciones chinas. Si la administración no actúa, el Congreso por sí mismo sólo puede considerar la obligatoriedad de algunos aranceles. Lo cual estaría muy bien y debería haberse hecho hace mucho tiempo, pero el Congreso debe realmente hacer más. Mientras que se celebran las audiencias, ¿qué tal convocar a algunos de Wall Street para poner presión a las empresas estadounidenses que construyen industrias en China, donde nuevas fábricas están siendo subvencionadas y los trabajadores son baratos? ¿O nuestra incapacidad para competir con los chinos en industrias de vanguardia como las energías alternativas? El Congreso podría comenzar por profundizar en la denuncia de 5.800 páginas que el sindicato United Steelworkers presentó el jueves pasado a funcionarios de comercio de EEUU, documentando todo tipo de violaciones chinas a las normas de la OMC. A medida que el mercado mundial de la tecnología verde ha crecido, los chinos han respondido con enormes subsidios a sus turbinas eólicas y los fabricantes de paneles solares. La administración debe pronunciarse antes de las elecciones de noviembre sobre si habrá de tomar en consideración la denuncia de la trabajadores de la siderurgia a la OMC. En cuanto al fondo del asunto, y como cuestión de política práctica, no debería ser tan difícil un toque de atención. Hay poca discusión de que el gobierno chino controla tales industrias estratégicas de energía alternativa y que subvenciona esta industria masivamente, en una clara violación de las normas de la OMC. Políticamente, el público estadounidense apoya claramente las políticas que impulsen la industria estadounidense y reduzcan la deslocalización. Una encuesta de Monitor de Heartland, patrocinado por Allstate Insurance y el National Journal, publicado la semana pasada, preguntó a los estadounidenses que eligieran una de tres opciones en que Estados Unidos debería ocuparse de la economía mundial. El treinta y seis por ciento apoyó un programa que instituya aranceles sobre las importaciones y sancione a las empresas por deslocalizar puestos de trabajo. El treinta y dos por ciento apoyó programas gubernamentales para ayudar a las industrias nacionales estratégicas. Sólo un 23 por ciento apoya una economía de laissez-faire, las políticas de libre comercio. Pero no hay nada de laissez-faire en nuestra competencia con China, lo que plantea una pregunta a los conservadores estadounidenses: Ya que se oponen a la ayuda estatal para las industrias, ¿no deberían volver sobre la denuncia de los trabajadores del acero? No puede ser creíble que denuncien lo que ven como un creciente papel del gobierno en el sector privado de la economía de EEUU y permanezcan sin preocuparse por el ostensible control gubernamental total del sector privado de nuestros competidores en China. Un grupo del que, hasta hace poco, lo que se esperaría es la acumulación de denuncias del tipo de los trabajadores del acero son los fabricantes americanos. Pero las grandes empresas estadounidenses están completamente intimidadas por China. Nuestros principales fabricantes y minoristas que hacen, compran o venden muchos de sus productos allí no se atreven a ofender al gobierno chino. Esto no sólo explica por qué los trabajadores del acero presentaron la queja por sí mismos, sino también por qué el sindicato ha ocupado un papel habitualmente ocupado por los empresarios estadounidenses. En agosto, los trabajadores del acero anunciaron un acuerdo con el Grupo Shenyang Power, que se traducirá en la construcción de una fábrica de turbinas eólicas de Shenyang en Estados Unidos (probablemente en Nevada). La génesis del acuerdo fue la revelación, el año pasado, de que en la concesión de subvenciones para un parque eólico en Texas (el tipo de subsidios que no infringen las normas de la OMC), el Departamento de Energía de EEUU hizo un provisión de fondos para un proyecto que daría empleo a 30 trabajadores americanos – utilizando turbinas de viento construidas en China por varios miles de trabajadores chinos. El acuerdo pone de manifiesto la falta de lógica de una política energética nacional que ignora la cuestión de dónde es construida la tecnología. El gobierno respondió proponiendo la ampliación de un programa, ya excesivo, de solicitudes de créditos fiscales a los fabricantes nacionales verdes. (La expansión ha sido bloqueada, por supuesto, por los republicanos en el Congreso.) Y como los trabajadores del acero continuaron para conseguir apoyo para la restricción de las importaciones subvencionadas de China, la industria energética china, en palabras de Derek Scissors, de la Fundación Heritage, “estuvo dispuesta a llegar a un acuerdo para mantener su acceso a los mercados de EEUU”. Considere lo que esto dice sobre el capitalismo norteamericano contemporáneo. Las grandes empresas de Estados Unidos tienen sus inversiones tan inextricablemente unidas a China que no van a defender o promover la fabricación con sede en América. Esas tareas han caído en manos de nuestro sindicato de trabajadores manufactureros más grande. Desde cualquier punto de vista desapasionado, es nuestro movimiento obrero, y no nuestros principales empresarios, los que merecen el término "americano". THE WASHINGTON POST. 15-9-2010 China. Diario del Pueblo Más contramedidas contra Japón Una tripulación de 14 pescadores chinos apresados por la Guardia Costera japonesa finalmente regresó a casa. Pero su capitán todavía está bajo custodia, pendiente del fallo de un tribunal japonés, según se informa. Sin el capitán, la aparente concesión de Japón, que se produjo tras las reiteradas protestas del Gobierno chino, contribuirá poco a resolver la cada vez más complicada situación. Para Beijing ésa sería la gota que colmaría la copa, en caso de que Japón insista en juzgar al capitán chino por faenar cerca de las islas Diaoyu, en el mar de China la China Oriental. Aunque los líderes japoneses albergan la esperanza de que el contencioso por el pesquero sea considerado un incidente independiente y no perjudique las relaciones normales entre ambos países, es imposible que la protesta de China se limite al terreno verbal. El modo en que Japón maneja el caso es visto como un desafío directo a la soberanía de China sobre las islas en disputa. La suspensión de las negociaciones sobre el yacimiento gasífero del mar de la China Oriental, programado para mediados de septiembre, es el primer paso de contrataque chino. En atención a las décadas de construcción de relaciones después de la Segunda Guerra Mundial, no es probable que China recurra a la fuerza para resolver este incidente. Pero si las protestas del Gobierno y público chinos no hacen que los japoneses cambien de opinión tras llegar al punto de la ruptura diplomática, Beijing deberá considerar medidas de represalia más fuertes. Japón podría no ser consciente sobre cuánto tiene que perder debido a sus acciones. Como mayor mercado de Japón, China absorbió 18,9 por ciento de las exportaciones niponas del primer semestre de este año, 4 por ciento más de lo que EEUU importó de Japón durante el mismo lapso. El volumen comercial entre China y Japón en el mismo período también alcanzó un récord de $138.300 millones, para un alza interanual del 34,5 por ciento. La recuperación de la largamente estancada economía japonesa tendrá que descansar en gran medida en el poder adquisitivo cada vez mayor de China, no sólo en productos de consumo, como son los electrónicos, sino también en materias industriales, incluyendo la maquinaria pesada. Incluso una disminución leve de las importaciones de productos japoneses significará pérdidas enormes para su golpeada economía. En otras áreas, tales como la seguridad regional de Asia Oriental, la cooperación energética, la no proliferación nuclear y la protección del medio ambiente, Japón depende de la cooperación con China. La posibilidad de que Japón consiga un mayor papel en el Consejo de Seguridad de la ONU dependerá en gran medida de la actitud de China. El Partido Democrático de Japón elegirá hoy a un nuevo líder, que se convertirá en primer ministro. El líder titular, Naoto Kan, podría no atreverse a hacer nuevas concesiones a Beijing, por miedo a perder votos de sus miembros más recalcitrantes. Su oponente, Ichiro Ozawa, parece ser por amplio consenso el hombre dispuesto a mejorar las relaciones del país con China. No importa quién triunfe, el próximo líder japonés tendrá que admitir el hecho de que Japón no puede intimidar o ponerse contra China sin que hayan consecuencias serias.DIARIO DEL PUEBLO. 15-9-2010