¿Era la guerra la única opción tras el 11-S?

«En todos los niveles de la sociedad, los paquistaní­es simpatizan de manera abrumadora con los talibanes afganos, no porque los quieran, sino porque «los talibanes son considerados una fuerza legí­tima de resistencia contra la ocupación extranjera del paí­s», tal como eran percibidos los muyahidines afganos que lucharon contra la ocupación soviética en los años ochenta. Estos sentimientos son compartidos por la jerarquí­a militar de Pakistán»

La sucesión de horrores a través del decenio transcurrido nos lleva a esta regunta: ¿había alternativa a la respuesta de Occidente ante los atentados del 11 de septiembre? El movimiento yihadista, que en su mayoría criticaba a Bin Laden, pudo haberse dividido y socavado después del 11 de septiembre si el “crimen contra la humanidad”, como fueron llamados los ataques con toda justicia, hubiera sido tratado como un crimen, con una operación internacional para aprehender a los sospechosos. Esto se reconoció en su tiempo pero, con las prisas por ir a la guerra, nadie consideró semejante idea. Vale la pena agregar que en buena parte del mundo árabe se condenó a Bin Laden por su participación en los atentado (PÚBLICO) EL PAÍS.- Estados Unidos, que se ha anotado en esta década éxitos cruciales en la lucha contra el terrorismo, parece ahora menos vulnerable de lo que lo fue en aquellas horas que conmovieron al mundo. Pero la superpotencia ha pagado un precio muy alto, moral y político, por su mayor fortaleza. Y en sus libertades. Con la nefanda doctrina de la guerra preventiva, George W. Bush enterró la contención y la disuasión como pilares de la seguridad, y una sociedad que combatía a sus enemigos con medios proporcionados y bajo el imperio de la ley se ha ido acostumbrando a una perversa lógica en la que todo vale, desde la tortura al asesinato. En el camino, Washington ha contaminado con métodos indefendibles la política de aliados incondicionales o débiles EL ECONOMISTA.- El Gobierno alemán se plantea subir la edad de jubilación de los 67 a los 69 años como parte de una estrategia de consolidación financiera, informa el semanario "Focus" en su edición de la próxima semana. La revista se apoya en un informe preparado por expertos del Ministerio de Finanzas que, según "Focus", el titular de la cartera, Wolfgang Schäuble, quiere presentar este mes. Opinión. Público ¿Era la guerra la única opción tras el 11-S? Noam Chomsy Este es el décimo aniversario de las horribles atrocidades del 11 de septiembre de 2001 que, en la opinión general, cambiaron el mundo. No hay duda del efecto de los atentados. Para centrarnos en los tres países más afectados, digamos que Afganistán apenas sobrevive, Irak está devastado y Pakistán se acerca a un desastre que podría ser catastrófico. El 10 de mayo de 2011, el presunto cerebro de ese crimen, Osama bin Laden, fue asesinado en Pakistán. Las consecuencias más inmediatas y significativas también han ocurrido en Pakistán. Se ha hablado mucho del malestar de Washington por que Pakistán no le entregara a Bin Laden. Pero se ha hablado menos de la rabia de los paquistaníes por que EEUU invadiera su territorio para llevar a cabo un asesinato político. El fervor antiestadounidense ya se había intensificado en Pakistán y esos eventos lo atizaron aún más.Uno de los principales especialistas en Pakistán, el historiador militar británico Anatol Lieven, escribió en la edición de febrero de The Nation Interest que la guerra en Afganistán estaba “desestabilizando y radicalizando Pakistán, lo que podría causar una catástrofe política para EEUU –y el mundo entero– que empequeñecería cualquier otra cosa que pudiera suceder en Afganistán”.En todos los niveles de la sociedad, señala Lieven, los paquistaníes simpatizan de manera abrumadora con los talibanes afganos, no porque los quieran, sino porque “los talibanes son considerados una fuerza legítima de resistencia contra la ocupación extranjera del país”, tal como eran percibidos los muyahidines afganos que lucharon contra la ocupación soviética en los años ochenta.Estos sentimientos son compartidos por la jerarquía militar de Pakistán, que resiente amargamente las presiones estadounidenses para que se sacrifique en nombre de la guerra de Washington contra los talibanes. Más amargura les producen los ataques terroristas (la guerra de aviones no tripulados) de EEUU dentro de Pakistán, cuya frecuencia ha aumentado con el presidente Barack Obama, y la exigencia de EEUU de que el Ejército paquistaní lleve la guerra de Washington hacia las zonas tribales de Pakistán, a las que siempre se había dejado en paz, incluso durante el dominio británico.Las fuerzas armadas son una institución estable de Pakistán y mantienen unido al país. Las acciones de EEUU podrían “provocar el amotinamiento de algunos sectores de las fuerzas armadas”, advierte Lieven, en cuyo caso “el Estado paquistaní se derrumbaría efectivamente muy pronto, con todos los desastres que ello implicaría”.Los posibles desastres se refuerzan drásticamente por su arsenal de armas nucleares, enorme y en rápida expansión, y por el sustancial movimiento yihadista que existe en el país.Todo esto es legado del Gobierno de Ronald Reagan. Los funcionarios de esa época pretendieron que no sabían que Zia ul-Haq, el más despiadado de los dictadores militares de Pakistán pero favorito de Washington, estaba desarrollando armas nucleares y realizando un programa de islamización radical de Pakistán con financiación saudí.La catástrofe que acecha en el fondo es que se combinen esas dos herencias y que los yihadistas le pongan la mano encima a los materiales de fisión. Así, podríamos ver armas nucleares, muy probablemente bombas sucias, explotando en Londres y Nueva York. Lieven resume: “Soldados estadounidenses y británicos, en efecto, están muriendo en Afganistán a fin de que el mundo sea más peligroso para los pueblos británico y estadounidense”.Con toda seguridad, Washington entiende que las operaciones que realiza en lo que se ha dado en llamar Afpak –Afganistán y Pakistán– podrían desestabilizar y radicalizar a Pakistán. Los documentos de WikiLeaks más significativos que se han publicado hasta ahora son los cables de la embajadora estadounidense en Islamabad Anne Patterson, quien apoya las acciones de EEUU en Afpak, pero advierte que “podrían desestabilizar el Estado paquistaní, ganarse la antipatía tanto del Gobierno civil como de la jerarquía militar y provocar una amplia crisis de gobernabilidad”.Patterson menciona la posibilidad de que “alguien que trabaje en instalaciones [del Gobierno paquistaní] introduzca subrepticiamente el material de fisión necesario para llegar a fabricar un arma”, peligro que se refuerza por “la vulnerabilidad de las armas en tránsito”. Numerosos analistas han observado que Bin Laden se anotó algunos éxitos importantes en su guerra contra EEUU.Como señala Eric S. Margolis en el número de mayo de The American Conservative, Bin Laden “aseveró repetidamente que la única forma de expulsar a EEUU del mundo musulmán y derrotar a sus sátrapas era atraer a los estadounidenses a una serie de guerras pequeñas pero costosas que, a fin de cuentas, los dejaran en la quiebra”.Después de los ataques del 11 de septiembre se hizo evidente que Washington parecía inclinado a cumplir los deseos de Bin Laden.En su libro de 2004 Imperial Hubris, Michael Scheuer –analista senior de la CIA que había rastreado a Osama bin Laden desde 1996– explica: “Bin Laden ha sido muy preciso al decirle a EEUU las razones por las que está librando esta guerra en su contra. Está empeñado en alterar radicalmente las políticas estadounidenses y occidentales hacia el mundo islámico”, y en gran medida logró su objetivo.Continúa: “Las fuerzas armadas y las políticas de EEUU están llevando a cabo la radicalización del mundo islámico, algo que Osama bin Laden ha estado tratando de hacer con éxito sustancial, aunque incompleto, desde principios de los años noventa. En consecuencia, pienso que es justo concluir que los Estados Unidos de América sigue siendo el único aliado indispensable de Bin Laden”. Y podríamos decir que, aun después de su muerte, así siguen siendo las cosas.La sucesión de horrores a través del decenio transcurrido nos lleva a esta pregunta: ¿había alternativa a la respuesta de Occidente ante los atentados del 11 de septiembre?El movimiento yihadista, que en su mayoría criticaba a Bin Laden, pudo haberse dividido y socavado después del 11 de septiembre si el “crimen contra la humanidad”, como fueron llamados los ataques con toda justicia, hubiera sido tratado como un crimen, con una operación internacional para aprehender a los sospechosos. Esto se reconoció en su tiempo pero, con las prisas por ir a la guerra, nadie consideró semejante idea. Vale la pena agregar que en buena parte del mundo árabe se condenó a Bin Laden por su participación en los atentados.En el momento de su muerte, Bin Laden ya era una presencia apagada desde hacía tiempo y, en los meses anteriores, fue eclipsado por la Primavera Árabe. Su papel en el mundo árabe fue captado por el titular de un artículo de Gilles Kepel, especialista en Medio Oriente, publicado en The New York Times: “Bin Laden ya estaba muerto”.Ese titular hubiera podido publicarse mucho antes, si EEUU no hubiera atizado al movimiento yihadista con sus ataques de represalia en Afganistán e Irak.Dentro del movimiento yihadista, Bin Laden sin duda era un símbolo venerado, pero al parecer no desempeñaba un papel muy importante para Al Qaeda, su “red de redes” como la llaman los analistas, que emprendía básicamente operaciones independientes.Incluso los hechos más obvios y elementales sobre este decenio provocan reflexiones sombrías cuando consideramos los ataques del 11 de septiembre, sus consecuencias y lo que presagian para el futuro. PÚBLICO. 11-9-2011 Editorial. El País Diez años después Han transcurrido 10 años desde el desplome de las Torres Gemelas y seguimos viviendo en un mundo perfilado por los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, incluyendo dos guerras no acabadas, en Afganistán e Irak, y por la progresiva adaptación de todos nosotros para convivir con el miedo. Es cierto que han cambiado nombres, rostros y circunstancias, pero la política exterior estadounidense y en gran medida la interior continúan marcadas por las decisiones adoptadas entonces. Y su reflejo impregna hoy una buena parte de las actitudes de los Gobiernos occidentales. Estados Unidos, que se ha anotado en esta década éxitos cruciales en la lucha contra el terrorismo, parece ahora menos vulnerable de lo que lo fue en aquellas horas que conmovieron al mundo. Osama bin Laden ha muerto y Al Qaeda es más débil y está más fragmentada, aunque es capaz todavía, en sus difusas identidad y obediencia, de ensangrentar los escenarios más dispares en nombre del delirio islamista. Los ataques del 11-S han aumentado la eficiencia de míticas agencias de seguridad (CIA, FBI) que se revelaron caóticas e incompetentes antes y después de los históricos atentados. Pero la superpotencia ha pagado un precio muy alto, moral y político, por su mayor fortaleza. Y en sus libertades. Con la nefanda doctrina de la guerra preventiva, George W. Bush enterró la contención y la disuasión como pilares de la seguridad, y una sociedad que combatía a sus enemigos con medios proporcionados y bajo el imperio de la ley se ha ido acostumbrando a una perversa lógica en la que todo vale, desde la tortura al asesinato. En el camino, Washington ha contaminado con métodos indefendibles la política de aliados incondicionales o débiles, cuyos Gobiernos han condonado desde los vuelos clandestinos de la CIA hasta las cárceles secretas. Todavía hoy, la América de Obama, teóricamente en las antípodas de la de su antecesor, sigue manteniendo la infamia de Guantánamo y la detención indefinida sin proceso de sus presos. Y sus aviones no tripulados ejercen en lugares como Pakistán o Afganistán una ciega y mortífera represalia que no distingue culpables o inocentes. Fractura con Europa La imagen exterior de EE UU se ha cuarteado. La infausta invasión de Irak -el más grave y trágico error hijo del 11-S, un ejercicio de unilateralismo a expensas de la legalidad internacional- fracturó las relaciones con los aliados europeos. Todavía hoy no está claro el perfil definitivo de Bagdad, aunque es de temer que acabe acercándose más a Teherán que a Washington. Y en Afganistán, la segunda guerra lanzada por la Casa Blanca, que el doble juego paquistaní hace imposible ganar, las disensiones aliadas no han hecho sino acentuar ese distanciamiento. Lo ilustra el papel que la exhausta Alianza Atlántica libra en el país centroasiático, una batalla por su misma razón de ser. Europa, desarticulada y desbordada por la magnitud de sus propias dificultades (y fustigada por Washington por su incapacidad para proyectarse militarmente, incluso en países tan cercanos como Libia) es renuente a acompañar las expediciones armadas de la superpotencia. La década transcurrida ha visto deteriorarse claramente la posición de EE UU en el mundo. Las prioridades estratégicas desencadenadas por el 11-S han tenido un lamentable efecto anestésico en escenarios cruciales del tablero internacional. El conflicto palestino-israelí, uno de sus ejemplos, ha sido abandonado a su suerte por Washington, pese a las solemnes declaraciones en sentido contrario. La primavera árabe, el fenómeno más alentador de nuestros días, ha estallado sin avisar. El ideal democrático regional que predicara Bush se ha encarnado mucho tiempo después, y su propagación por el norte de África y Oriente Próximo no se debe al papel de Washington o las democracias occidentales, sino a la presión incontenible de las históricas frustraciones y vejaciones sufridas por sus protagonistas. Fin de la inocencia El mundo de septiembre de 2011 no es el de 2001, aunque suframos la densa sombra de unos acontecimientos que liquidaron definitivamente cualquier posible inocencia. Estados Unidos, cuya hegemonía absoluta no podía durar eternamente, asiste a una evidente pérdida de influencia frente a poderes rivales en un tablero que ha dejado de ser por primera vez modelable a su antojo. China emerge como un titán imparable, económico y militar, que aspira a imponer globalmente sus condiciones más temprano que tarde. O India. Las relaciones entre Pekín y Washington no han logrado superar una invencible desconfianza mutua, acrecentada en la Casa Blanca por el desafío que supone para su dominio de un Pacífico convertido en el océano de las oportunidades. Asia es un potente imán para los intereses económicos y estratégicos de un planeta en el que una difusa y disminuida Europa tiene cada vez mayores dificultades para hacerse oír con autoridad. A la postre, el acontecimiento más perdurable de la década, y quizá el de mayor repercusión en el día a día de los estadounidenses, podría no ser el 11-S que comienza a entrar en los libros de historia, sino el terremoto económico gestado en su propio suelo en 2008 y cuyas consecuencias distan de haberse extinguido. Las réplicas de ese monumental colapso financiero tienen y tendrán probablemente más impacto en la vida ordinaria de medio mundo que el iluminado terrorismo con vocación planetaria desatado aquel día de septiembre. Las elecciones presidenciales del año próximo en EE UU, es de esperar, se disputarán en terrenos muy diferentes de la guerra global contra el terror. Tras la experiencia de la última década, y a la luz de su astronómico déficit, Estados Unidos responderá con menos recursos a los futuros desafíos de seguridad, entre los que sería suicida descartar el protagonismo del fanatismo islamista. Pero la lección de los muchos errores y disparates cometidos debe ser aprendida por todos, no solo por Washington. EL PAÍS. 11-9-2011 Eurocrisis. El Economista Berlín se plantea subir la edad de jubilación a los 69 años El Gobierno alemán se plantea subir la edad de jubilación de los 67 a los 69 años como parte de una estrategia de consolidación financiera, informa el semanario "Focus" en su edición de la próxima semana. La revista se apoya en un informe preparado por expertos del Ministerio de Finanzas que, según "Focus", el titular de la cartera, Wolfgang Schäuble, quiere presentar este mes. El informe considera que los riesgos para las finanzas públicas han aumentado considerablemente debido a la crisis financiera y económica internacional y a la crisis de la deuda en algunos países de la eurozona. Eso hace necesario, según los expertos, que se empiecen a plantear medidas para enfrentar esos riesgos. Entre las medidas propuestas está el aumento de la edad de jubilación, así como el fomento de la inmigración. EL ECONOMISTA. 11-9-2011

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