Nos queda la palabra

El variable

Primero querrán saber quien eres, nunca como eres. Lo que tienes, nolo que fuiste, tuviste o has perdido, porque no eres nadie. Absolutamente nadie. Sus piezas las componen esos recién llegados en busca de trabajo.

La cadena se extiendemas allá del autónomo al externalizar un servicio de venta masiva, y es la emresaquien aporta toda su estructura, nominas, gasto telefónico, desgaste empresarial,absentismo y salarios de coordinadores, supervisores y auditores de calidad, puestosque no generan ventas y en consecuencia están forzosamente obligados a mantenersecon las ventas obtenidas por el personal de estructura que trabaja a comisión perocobrando fijo a cargo de la empresa contratante.El cliente ha dejado de ser cliente porque en realidad, lo es la empresa externa,sin embargo, el término como concepto se sigue asumiendo como si lo fuera.-Compañías de seguros-Editoriales-Empresas de telecomunicaciones-Servicios y productos en generalSon las multinacionales que obtienen salvajes beneficios a diario sin arriesgar nada. Ellos continúan facturando y creciendo mientras los “proveedores” arriesgan toda su estructura vendiendo a variable. La misma palabra asusta : VARIABLE, ninguna seguridad, imposible mantener una cifra lógica de facturación mensual, pavor a los meses en los que hay fiestas entre semana, porque impiden trabajar. Son braceros sentados, gestores encubiertos, comisionistas legalizados sobre un gran vacío legal. Trampa. Trampa. Trampa. La “venta presencial” supone la venta directa en la calle. Y la calle es cara. No existe relación laboral mientras un trabajador no este ocho horas sentado en un despacho o dentro de la sede social de la empresa, por tanto, no tiene derecho a cotizar en régimen general (eso que se embolsa la empresa) pero si como autónomo y bajo un contrato mercantil, es decir, papel mojado que no sirve para nada. El vendedor presencial trabaja a comisión y de sus comisiones debe pagar sus autónomos, gasolina y dietas. Todo ello para vender enciclopedias a domicilio, seguros o cualquier producto que nadie quiere y a muy pocos interesa, sobre todo si la venta se realiza irrumpiendo en el domicilio particular de cualquiera y a la hora de comer o de cenar. Semejante explotación se ha asumido desde siempre y parece que para siempre. Eso si, en cuanto les fichan, les sueltan que “entra usted en una gran empresa”, cuando en realidad no entran en ninguna parte excepto para reventar las suelas de los zapatos haciendo calle y soportando presiones incluso vejatorias para alcanzar el objetivo diario de ventas, dirigido por un pringado que se hace llamar “jefe de equipo”, cuyo titulo adquirió vendiendo también en la calle. Esos títulos son como los de la mili: Primero le jodieron a uno y mas tarde ese uno se dedica a joder a todos los demás para cobrar comisiones de su trabajo. La “venta telefónica”, oficio duro donde los haya, supone un riesgo brutal para la empresa subcontratada de marketing telefónico. El trabajo se realiza en la sede social de la compañía, por tanto, cotizan en régimen general y cobran un sueldo fijo, pero la empresa que les paga no recibe honorarios concretos del cliente Los comisionistas se han extendido a las pymes, soportando gastos fortísimos a cambio de una cantidad por venta telefónica cerrada. El mercado laboral, roto hace ya mucho, genera miles de puestos de trabajo en los llamados “calls centers”. Grandes plataformas con teleoperadores que venden y venden obteniendo números de cuenta (nadie que no conozca el sector puede imaginar lo complicado que resulta) con la voz. La voz es el don, la paciencia su virtud, y repetir cientos de veces al día el mismo verso siendo inasequible al desaliento, imprime carácter. Los derechos se vulneran fácilmente, se asumen unas negociaciones que no son tales puesto que no es mas que un trato comisionista de fariseo para convertir en braceros tanto a trabajadores como a pequeñas empresas. Los que ganan, como siempre, son los más grandes. El resto parece vivir condenado a un variable, como el tiempo : Inseguro y a merced del poder.

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