El Tratado de Libre Comercio entre EEUU y México excluye a Canadá

Washington y México han anunciado un acuerdo para reemplazar el Nafta por un nuevo acuerdo en el que -de momento- no está Canadá. Tampoco parece que la Casa Blanca tenga demasiado interés en incorporar a Toronto a un acuerdo a tres, sino más bien en llegar a acuerdos bilaterales con cada uno de sus países vecinos. Tratados en los que los intereses norteamericanos tengan mucha mayor primacía.

«Es un gran día para el comercio. Es un gran día para nuestro país», ha dicho un exultante Donald Trump ante las cámaras de televisión, mientras cerraba por teléfono semanas de intensas negociaciones con su todavía homólogo mexicano, el presidente en funciones Enrique Peña Nieto. «Pero librémonos de ese nombre [Nafta]. Lo llamaremos Acuerdo Comercial EEUU-México”.

Hasta ahora, el Tlcan unía una zona de libre comercio de tres países, en la que viven 450 millones de personas y en la que se mueven más de un billón de dólares al año. Pero parece que el actual inquilino de la Casa Blanca prefiere que el acuerdo sea «bis a bis», y los términos del tratado hacen que Canadá no esté cómoda con unos artículos que se han redactado sin su mediación.

Como dice el diario progresista mexicano La Jornada, «No existe certeza alguna de que Canadá apruebe los términos del documento, lo que [significaría el reemplazo del Tlcan] por un instrumento comercial estrictamente bilateral. Tal perspectiva resulta preocupante por cuanto nuestro país dejaría de estar en un trinomio conformado por una economía fuerte, una intermedia y una débil -la nuestra-, con todo lo que eso significa en materia de alianzas coyunturales, de contrapesos y de diversificación de los vínculos comerciales y quedar atrapado en una sociedad con la superpotencia económica en condiciones de evidente asimetría».

Trump llegó a la Casa Blanca tachando al Nafta del “peor acuerdo de la historia” y culpándolo de la deslocalización masiva de fábricas norteamericanas, que llevaban décadas migrando a suelo mexicano buscando la baratura de la mano de obra. Las negociaciones comenzaron hace ahora un año en un ambiente de gran crispación, y no solo por el tema migratorio. Reducir el déficit comercial de 69.000 millones de dólares con México (el segundo más importante, tras China) era absolutamente prioritario para la administración Trump.

Pero curiosamente, las negociaciones se han acelerado tras las elecciones mexicanas. El nuevo presidente López Obrador -cuyos delegados también han estado en el equipo negociador junto a los de Peña Nieto- ha facilitado un acuerdo que -como no podía ser de otra manera tratándose de una negociación con la superpotencia- es asimétrico, y da las principales ventajas a la parte norteamericana. Pero lo cierto es que -al menos de forma inmediata- una interrupción del comercio entre México y EEUU simplemente hundiría la economía azteca: el 80% de las exportaciones mexicanas van a EEUU. México no puede librarse de ese cepo sin antes diversificar sus destinos comerciales.

El principal punto de la negociación ha sido el sector de la automoción, el que más aporta al déficit comercial. El nuevo acuerdo requiere que que el 75% de las partes de los vehículos (y no el 62% como hasta ahora) sean fabricados en EEUU para ser considerados made in USA. El nuevo acuerdo también establece requisitos adicionales, como que el 40%-45% de las partes de un coche sean fabricadas por trabajadores que ganan al menos 16 dólares por hora, lo que desincentiva la deslocalización de la industria del automóvil. Otros puntos importantes fortalecen los derechos de propiedad intelectual estadounidense, o establece 10 años de protección de datos para las patentes farmacéuticas yanquis.

La parte mexicana ha conseguido que se mejoren algunos derechos laborales de negociación colectiva, o algunas mejoras de protección medioambiental. Pero no cabe duda de que este nuevo TLC es una criatura de Washington.

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