Literatura

El sueño del Pijoaparte

Cuando uno crea un personaje literario tan poderoso, vivo y emblemático como el Pijoaparte, es inevitable vivir ya el resto de la vida bajo su hechizo y su magia, no se puede escapar nunca a él. A Conan Doyle le estuvieron escribiendo a su casa toda la vida cartas dirigidas a Sherlock Holmes, rogándole que les ayudara a resolver algún caso. Muchos habitantes de La Mancha consideran a don Quijote como su más ilustre antepasado. Y a Marsé le pasa y le va a pasar lo mismo: nunca podrá escapar ya al embrujo de su personaje ni, por supuesto, a sus célebres fantasí­as, cuando «sueña» que cosas imposibles se hacen realidad en su imaginación, que hay un terremoto y él llega en el último momento y salva a la chica y… Pues bien su última fantasí­a es la que sigue.

Veintitrés de abril, festividad de San Jorge, natalicio de Cervantes, día del Libro. Las élites olíticas y culturales del país se han reunido para hacerle entrega nada más y nada menos que del Premio Cervantes, el galardón más prestigioso de las letras españolas, un premio que, según ha leído por ahí, en uno de esos periódicos que dan gratis en el metro, sólo reciben los peces gorgos de la literatura, unos tipos con unos nombres muy raros (Onetti, Borges, Vargas Llosa, Ferlosio), que ni siquiera han nacido en España.Va a ser el primer premiado que ha nacido en El Carmel, bueno, no, criado en El Carmel, ahora se acuerda de que es un charnego, que nació en Ronda, y que llegó a Barcelona siendo un muchacho que solo llevaba lo puesto, pero que ha sido capaz de sobrevivir a todo (al hundimiento del Carmel incluso). Pero el ya es un catalán, desde luego, un charnego catalán por supuesto, de Ronda y del Carmel, y murciano, un español, vamos… "¡Vaya merdel identitario que nos están liando estos de ahora! Yo, el Pijoaparte, soy catalán y español y jamás le he visto problema a eso. Y hablo español porque en Ronda y el Carmel se hablaba español, pero me gusta el sonido del catalán, un sonido que no he dejado de oír desde que llegué aquí".Lo jodido es que, en español o en catalán, va a tener que leer un discursillo de esos que todos escuchan con mucho silencio y respeto y a él, al Pijoaparte, leer discursos no se le da nada bien, se pone nervioso, no es lo mismo que echar un piropo o susurrar al oído de Maruja o de Teresa un embrujo de amor antes de… Pero peor aún es lo anterior, tenerse que vestir con ese traje de pingüino que se ponen los ricos cuando van de cosas oficiales, de recibir a reyes y personajes de esa calaña. ¡Menos mal que los alquilan para la ocasión, que si no! Da gusto ver el respeto que le tienen a uno cuando sube a un estrado. Antes de empezar a leer lo que lleva escrito en unas cuantas cuartillas, el Pijoaparte echa una ojeada abajo y no se lo cree: el rey, la reina, el presidente del gobierno, ministras, académicos, escritores, todos muy bien vestidos y todos calladitos, allí sentados, esperando que hable el Pijoaparte. Cuando llega a este punto de su fantasía, no puede evitar una sonrisa canalla.¿Y de qué habla? Bueno, de la literatura que le gusta leer, de que haya buenos personajes, buenas historias, y de que el escritor no se dedique a mirarse el ombligo. De lo dura y jodida que fue la vida allá por los cuarenta y de lo jodido que nos lo hicieron pasar los que entonces mandaban. De la imaginación que hay que echarle a este oficio, que me lo digan a mí, con lo que yo fantaseo. Que no soy un anormal por escribir en castellano en Cataluña, excepto para unos cuantos truhanes que quieren hacer de eso un mal negocio. De lo jodidamente mala que es la tele. O de cómo leyó a los 16 años el Quijote, después de haberlo comprado, claro, a plazos y de segunda (o quinta) mano, quién sabe. Ese Cervantes, ¡vaya imaginación que tenía el tío!Termina el discurso, terminan los sudores fríos, y mientras los demás siguen y siguen hablando, un discurso tras otro, el Pijoaparte se puede concentrar por fin en lo suyo, en mirar y tocar esa espléndida medalla ¡de oro, de oro puro! que le han colgado alrededor del cuello y que, no sabe bien por qué, pero en su fuero interno considera muy bien ganada, muy bien merecida. Ya sólo un pensamiento turba su frente: la que se va a armar mañana en el Carmel cuando los periódicos y la tele digan lo suyo.Pero, ay, las fantasías son eso, fantasías. Al día siguiente no se lo podía creer: en toda la prensa, en todos los diarios,en todas las portadas, aparecía un tal Juan Marsé usurpando su sitio, con su medalla al cuello, fotografiado con los Reyes. ¿Quién mierda es este Marsé?, masculló entre dientes, mientras miraba de reojo una flamante Bultaco aparcada en la esquina. "¡Hay que joderse!".

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