Arte

El Picasso desconocido en Manhattan

Entre 1962 y 1972 Pablo Ruiz Picasso estaba muy al tanto del sentimiento casi religioso con el que algunos artistas abrazaban el concepto de una Última Gran Fase. Sin embargo, él seguí­a obsesionado con la figura, y la figuración estaba pasada de moda a mediados de los 60. Picasso resolvió esa contradicción a golpes, y se empeñó en nadar a contracorriente incluso en los últimos años de su vida. Su manifiesto desprecio por la abstracción y las obras vací­as de contenido se contempla ahora en la muestra titulada «Mosqueteros», que se exhibe en la galerí­a Gagosian del centro de Nueva York.

John Richardson, biógrafo oficial e íntimo amigo ersonal del pintor malagueño, es el responsable de esta curiosa retrospectiva. El crítico, a sus 86 años, ultima la redacción del cuarto y último volumen de la vida de Picasso, pero ha sido capaz de sacar tiempo para rendir otro homenaje al gran genio, y lo ha hecho rescatando para los espectadores norteamericanos esta última y desconocida etapa picassiana, en la que evidencia su carácter luchador, inquieto e inquebrantable en sus principios –morales y artísticos-.Picasso acusaba a los abstractos de conducir al arte a un callejón muerto. Quería regresar a los clásicos, a la tradición que había nutrido sus obras con el verde veneciano, los platas velazqueños, las brujas de lenta y negra frazada de Goya. Además era consciente del componente reaccionario que el expresionismo abstracto albergaba desde su nacimiento en los años 50, con el artificial encumbramiento de Jackson Pollock, a manos de magnates como Rockefeller, necesitados de un referente cultural que se opusiera a todos los maestros europeos que habían tomado posición por el socialismo, entre los que se encontraba el pintor español.La última etapa de Picasso será doblemente herética o impura. Homenajea el temblor de los clásicos, penetra el retablo del Siglo de Oro, cabalga junto a El Greco, haciendo un corte de mangas aparentemente suicida a las modas. Y renuncia a jugar al noble anciano zen. Él nunca mojaría su pincel en el sopor de quienes al llegar a viejos parecen charlar con Dios cada mañana. Sus cuadros se llenan con mujeres y hombres desnudos, parejas copulando, falos, senos, dedos, ojos, vaginas, confiriéndole a su figuración una dimensión de irreverencia formal, conceptual y estética, que escupía en la cara de quienes pretendían enterrarlo en los libros de la historia pasada.Estados Unidos recoge por primera vez esta muestra, pero sería realmente necesario que España tuviera la posibilidad de contemplar cada mañana un nuevo ejemplo de ese Picasso rebelde hasta la muerte, comunista militante, amante de la tauromaquia y las mejores tradiciones ibéricas, adorador de los clásicos y del Siglo de Oro español, y embajador pionero de lo hispano en el mundo anglosajón. Quizá desde su tumba consiguiera todavía hoy incomodar a los títeres líderes de esa “izquierda” amnésica y reaccionaria.

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