El Observatorio

El otro Sastre

El reciente asesinato de Eduardo Puelles a manos de la banda terrorista ETA nos ha dejado algunos gestos y declaraciones dignos de recuerdo. La firmeza del nueva lehendakari, Patxi López, llamando a la ví­ctima «héroe de la lucha por la libertad». La valentí­a de su viuda, recordando a todos que los etarras son «asesinos» y no polí­ticos, y que no vencerán. La mendacidad de algunos jelkides nacionalistas, que censuraron que las «ví­ctimas» hablen y digan lo que piensan. Y, por último, la reacción de quien parece haberse convertido, tras las últimas elecciones europeas, en el último portavoz del «mundo etarra», el dramaturgo Alfonso Sastre, promotor de la fracasada lista de «Iniciativa Internacionalista», que, sin condenar el crimen, volvió a reclamar «la negociación del Estado con ETA», porque si no, amenazó, vendrán tiempos de «mucho dolor»: si no se «resuelve el conflicto», dijo, «¡pobres de nosotros, pero también de ustedes!».

Que ETA ha tenido, y aún conserva, cierto redicamento y cierta connivencia entre determinados sectores procedentes de la antigua “extrema izquierda” o “izquierda revolucionaria” de los años sesenta y setenta del siglo pasado, no es ningún misterio. Ni debe causar tanta extrañeza. Ni, por supuesto, debe llevar a nadie a la confusión.En aquella “izquierda revolucionaria” anidaban ya, entre ciertos sectores, un conjunto de ideas y concepciones de la “revolución” y de la “praxis revolucionaria” más cercanas al fascismo y al socialfascismo (de corte e inspiración soviética) que a cualquier otra concepción política. Aunque se reclamaban deudores del “marxismo” y del “leninismo”, a la hora de la verdad sus posiciones ideológicas y políticas no podían estas más alejadas del uno y del otro. No hay ni un solo texto de Marx o de Lenin en el que se justifiquen el terrorismo o el tiro en la nuca. Certeramente, Lenin consideraba el “terrorismo” como un instrumento propio de “sectores pequeño-burgueses” normalmente al servicio del imperialismo (un perfecto retrato de la ETA actual), que nada tenía que ver con los proyectos revolucionarios de la clase obrera. Y, de la misma forma, consideraba el “nacionalismo étnico” como un elemento reaccionario, ajeno completamente al internacionalismo proletario.La idea de que ETA ha sido y sigue siendo la única fuerza “revolucionaria” que se sigue enfrentando realmente al Estado, porque lo desafía con “la lucha armada”, es ya una quimera tan difícil de mantener a estas alturas que ciertamente resulta difícil explicarse que gente de una supuesta “talla intelectual” las pueda seguir manteniendo. Pero es así, y en ciertos casos, es probable que eso ya no vaya a cambiar: todavía quedan en España, “nostálgicos de la URSS” que creen que aquello era el paraíso del proletariado y ni siquiera lo que pudieron ver tras la caída del muro de Berlín, hace ahora veinte años, los ha despertado de aquella pesadilla.Bien. No le vamos a pedir a nadie que despierte de sus pesadillas. Ni vamos a confundir al abogado de los terroristas con los terroristas mismos.Pero si ese “abogado” decide convertirse en su portavoz político, en su mentor social y en su coartada, debe saber que, sea quien sea, se enfrenta al anhelo y a la aspiración de más del 90% de la sociedad española de poner fin al terror de ETA y de liberarse completamente de ese ominoso instrumento de “intervención exterior” sobre la vida política vasca y española.Que sea un conocido dramaturgo no valida en nada su defensa de una causa criminal e ignominiosa, que lleva inscritos en sus terribles y míticos símbolos del hacha y la serpiente los emblemas de la muerte y del fascismo.

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