Opinión

El otro lado del abismo

La Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón, a partir de una encuesta de Metroscopia, ha elaborado el estudio «Pulso de España 2010», según el cual el 34% de la gente considera que nadie merece la consideración de «buena persona», y el 70% que cualquiera se aprovecharí­a de él. El estudio no aclara los motivos, lo que si deja claro es cuál es su intención, la de la encuesta… sembrar la desconfianza.

Si tuviésemos que contestarnos a la regunta de ¿cuáles son los medios a través de cuales se crean climas de opinión en la sociedad y se condicionan las ideas dominantes?… este estudio es un buen ejemplo. Y en todo caso el uso que los diferentes medios hace de él a la hora de difundirlo. Veamos.   Además del único dato en el que se centran todas las noticias que aparecen sobre «Pulso de España 2010», la desconfianza, muchos son los que forman el estudio que permiten sacar otras conclusiones.   En primer lugar el 75% de la gente se preocupa principalmente del dinero, el tiempo y la salud. La mayorí­a otorga un 86% de confianza a los cientí­ficos y Universidades, pero la mayorí­a desconfí­a con un 35% o menos de los polí­ticos, los bancos y las multinacionales. La prensa y la televisión no supera el 50%. Esto ya nos da una idea de hacia dónde se dirige la desconfianza.   El 82% de los encuestados se consideran bastante felices, sin embargo el 88% afirma tener muchos problemas económicos. Más del 50% no piensa votar al PP ni al PSOE o no sabe a quién votar. El 74% se consideran de izquierdas o centro-izquierda. Y la figura más valorada desde el franquismo con una nota de 9 es Adolfo Suárez, a mucha distancia del resto.   Algunos datos que proporcionan otra fotografí­a absolutamente diferente de nuestra sociedad y de la gente, sobre todo de aquella que se pretende dar afirmando que el 70% considera que cualquiera se aprovecharí­a de uno si pudiera.   Según el presidente del centro demoscópico la desconfianza forma parte de la condición propia de la juventud. Por parte del centro también se afirma que «en la medida en que no están consolidados los procesos de inmersión social, en el ámbito del trabajo, de la vida privada, hay desconfianza», rematando la valoración presuponiendo que «no ayuda demasiado la tradición de España, un paí­s que ha sido siempre desconfiado por su propia historia y en el que las relaciones personales se han desarrollado a menudo en entornos cercanos». El estudio obvia a los millones de españoles que han emigrado y que actualmente recorren el mundo entero o pasan largas temporadas fuera de casa.   En el barómetro de septiembre de 2010 del Centro de Investigaciones Sociológicas los españoles aseguraban que, de precisar ayuda, podrí­an contar con la familia en primer lugar (8,7 sobre 10) y con los amigos en segundo (7,6). Si esta forma de pensar es mayoritaria es de suponer que más del 70% de la gente es de fiar.   Lógicamente lo que plantea el estudio no es que la gente no sea de fiar, sino que es desconfiada. «Los mayores tienen una posición económica más desahogada, ganan más dinero. La de los jóvenes es más dura y se desenvuelven en un entorno más agresivo, lo que les hace más desconfiados». «Parece claro que la gente educada, satisfecha y socialmente integrada tiene mayores probabilidades de confiar. En consecuencia, tanto la confianza como la satisfacción con la propia vida tienden a estar vinculadas a la educación y al estatus social»… pero el 82% de la población afirma ser feliz, aún suspendiendo en confianza a todas las instituciones «democráticas».   El estudio concluye afirmando que «Las personas no son de una u otra manera por culpa de la historia y tradición de un paí­s; de su herencia social o de una crisis. El sistema funciona también a la inversa: cuando los í­ndices de confianza tanto personales como institucionales de un paí­s son altos, la democracia funciona mejor, la economí­a se desarrolla con menos dificultades, las relaciones interpersonales son más sencillas, el asociacionismo altruista crece y los estándares de bienestar son más altos.»   La gente confí­a en lo que conoce y es más cercano, familia y amigos, lógicamente, pero desconfí­a de las instituciones y de la gente que le es más lejana. Y esto último debemos relacionarlo con la última afirmación del párrafo anterior, que no es unilateral, porque aún en ambas direcciones, quien determina es la parte superior de la pirámide, o mejor dicho, el otro lado del abismo. Si se impone competencia salvaje, sálvese el que pueda, y traiciona a tus compañeros o vas a la calle, por hablar de las múltiples denuncias hechas en la pasada huelga general sobre amenazas para romper los acuerdos en las plantillas para ir a la huelga… las conclusiones nos llevan a considerar que la gente confí­a en los suyos, en las relaciones más alejadas de las instituciones, y desconfí­a de aquellas que están sometidas o pasan por las normas de las instituciones, incluido el ámbito laboral.   Una cosa es la gente y otra las relaciones que se imponen «desde arriba». De ahí­ viene toda la desconfianza. Esa si es propia de su naturaleza, no la «desconfianza de la juventud».  

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