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El mundo de Onetti

En «Viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti» (Alfaguara, 2008), Vargas Llosa indaga en la biografí­a y la idiosincrasia de un escritor en cierta forma insólito, que logró evadirse de los estrictos lí­mites en que el costumbrismo y el localismo tení­an encerrada la narrativa hispana, y creó un poderoso universo literario propio anclado en la modernidad. Vargas Llosa disecciona una a una las obras de Onetti (desde «El pozo», de 1939 a «Cuando ya no importe», de 1993) y nos ofrece penetrantes claves para su interpretación.

No es frecuente, en el ámbito hisano, que un escritor rinda un homenaje a otro de la mejor forma que puede hacerlo: leyendo, analizando y dando su visión pormenorizada sobre su obra. E, incluso, reconociendo abiertemente lo que le debe. Máxime si el otro escritor ha sido, durante cierto tiempo, su contemporáneo.Vargas Llosa, que ya había roto este tabú hace muchos años con un magnífico ensayo sobre García Márquez, vuelve a hacerlo ahora con otro escritor hispanoamericano, menos conocido, menos leído, pero no por ello menos trascendental: el uruguayo Juan Carlos Onetti, con quien no sólo Vargas Llosa, sino toda la narrativa en lengua española de la segunda mitad del siglo XX tiene una deuda mucho mayor de la que se reconoce.El bosquejo que Vargas Llosa traza de Onetti en su ensayo no es ni exhaustivo ni hagiográfico, sino sintético y esencial. Se dirige directamente al meollo del asunto.Onetti rompió, de partida, el perfil clásico del escritor hispano. No era universitario (ni siquiera terminó el bachillerato), ni diplomático, ni tenía relación alguna con las élites. Por el contrario, trabajó desde los catorce años en infinidad de oficios y cuando escribió la primera versión de su primera novela –”El pozo”– estaba empleado en Buenos Aires en una fábrica de silos para cooperativas agrarias.Rompió también con el núcleo de referencias literarias y temáticas de la narrativa de su tiempo. Onetti abominaba del localismo, que ahogaba las ficciones costumbristas de la época, y abrió la literatura hispana a ámbitos y referencias nuevas. Antes que Rulfo y que García Márquez, Onetti incorporó los logros narrativos de Faulkner, que acabarían cambiando toda la narrativa hispana. Su Santa María precedió a Comala o a Macondo.Onetti –sostiene Vargas Llosa– introdujo la modernidad en la novela hispana. Los relatos dejaron de estar protagonizados por élites decimonónicas o gauchos pamperos, para dar entrada a personajes urbanos, hombres solitarios y fracasados que vivían sus frustraciones en oficinas y burdeles y buscaban en la ficción una vía de escape a los sinsabores de una existencia acorralada.Los héroes onettianos son ya necesariamente “antihéroes”, hombres y mujeres que han sido “derrotados”, reducidos por la realidad a una pasividad alienante y cuyas únicas iniciativas –dice Vargas Llosa– suelen ser “la huida hacia lo imaginario, por medio de la fantasía, el sexo y el alcohol”. A diferencia de Faulkner, donde aún cabe la acción, el empeño épico e incluso la hazaña individual –como es el caso de Lena, la embarazada que recorre a pie medio Misisipi en busca del padre de su hijo, en “Luz de agosto”–, aunque el “destino” acabe frustrando finalmente sus esfuerzos, en el mundo de Onetti ya no hay más salvación que “la huida a lo imaginario”, el “viaje a la ficción”.No cabe duda que en este, siempre subrayado, “pesimismo” de Onetti interviene –como no deja de reconocer Vargas Llosa– la conciencia de un declive imparable de Hispanoamérica, del que Onetti se convierte en implacable testigo y cronista. No debemos olvidar que en los años 20 y 30 del siglo XX, se hablaba de Uruguay como de “la Suiza de América”, pero ya en los 40 y 50 vive un pronunciado declive, que en los 60 se agrava, para desembocar a mediados de los 70 en un genocidio militar y la definitiva “tercermundización” del país. Los personajes de Onetti no son sino supervivientes precarios y frágiles de ese brutal naufragio. Y el astillero abandonado, desvencijado y en ruinas de Santa María (escenario de alguna de sus mejores novelas) es quizá la mejor metáfora intuitiva y literaria de una Hispanoamérica en vías de liquidación.Onetti –como recuerda acertadamente Vargas Llosa– no era en absoluto un reaccionario. Al contrario. En 1936 intentó alistarse, sin conseguirlo, en las Brigadas Internacionales para venir a España a luchar contra el fascismo. Y en 1974 fue detenido por la dictadura militar uruguaya (¡por formar parte de un jurado literario!) y pasó tres meses encarcelado. Fue liberado gracias a una importante movilización internacional. Vargas Llosa cuenta que “al parecer, el jefe de policía, sobre el que llovían las cartas y telegramas de protesta, exclamó asombrado: ¡Pero quién mierda es este Onetti!”. Tras su liberación, Onetti marchó a España donde vivió hasta su muerte en 1994.

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