Rebelión de las jerarquí­as eclesiásticas vascas contra el nombramiento de un obispo no nacionalista

El motí­n de Setién

«¡Iglesia independiente vasca, ya! Y ponemos de Papa a Arzallus». Con esta nota de humor contestaba un internauta en el blog del periódico «El Correo» a la rebelión de las jerarquí­as eclesiásticas vascas contra el nombramiento de un obispo de San Sebastián opuesto al etnicismo. Y conviene afrontar irónicamente la reaparición de esta carlistada religiosa, esta especie de «Motí­n de Setién» al que estamos asistiendo. Más allá de ridí­culas interpretaciones -como la de otorgar a Uriarte o Setién un carácter «progresista» frente al «conservadurismo» de Rouco Varela-, lo que está en juego es una importante batalla polí­tica. Si la iglesia va a seguir siendo la muleta del nacionalismo étnico, o por el contrario se adhiere al cambio por la libertad que ya es imparable en Euskadi. Setién y compañí­a ha reaccionado virulentamente porque saben que están perdiendo la partida. Y esta es una buena noticia para todos.

Hemos asado de un obispo de San Sebastián -José María Uriarte- que se permitió reclamar el acercamiento de los presos de ETA en el funeral de López de Lacalle, militante de Basta Ya asesinado por los terroristas, a un obispo que tuvo que salir hace años de Euskadi por su frontal oposición al etnicismo. El cambio es absolutamente radical, y no es de extrañar las profundas convulsiones que la decisión del Vaticano está provocando en la Iglesia vasca. La oposición al nombramiento de Munilla entre las jerarquías y el clero vasco -íntimamente vinculado al nacionalismo más etnicista- ha sido total. Uriarte declara que “el perfil de Munilla no es conveniente para la diócesis”. Y el 75% de los curas guipuzcoanos, militarizados por Setién y que han salido a la batalla a toque de corneta, presentan un manifiesto público donde se enfrentan, rompiendo la jerarquía dentro de la iglesia, a una decisión avalada por el Papa. Conviene primero desmontar las mentiras y confusiones, cada vez más ridículas, vertidas sobre este tema. En una entrevista a la televisión vasca, Urkullu, presidente del PNV, hablaba de la contradicción entre “una línea pastoral y de doctrina como la que ha llevado la Iglesia de San Sebastián y el País Vasco, en línea con el Concilio Vatiano II de justicia social” y “el conservadurismo de Rouco Varela”. Una tesis de la que participan algunos sectores de la izquierda, tan antireligiosos cuando miran hacia Madrid y tan piadosos cuando se refieren a la iglesia vasca. No cabe duda de que el ideario de Rouco es absolutamente retrógrado en el terreno moral. Pero mucho más reaccionario que Rouco es Setién y su línea de una santa cruzada etnicista bendecida por la iglesia. La iglesia vasca ha sido centro difusor del nacionalismo étnico desde hace 150 años. El aranismo nació con el auxilio de la iglesia, y este se ha mantenido incólume hasta hoy. El “motín de Setién” no es otra cosa que la rebelión del nacionalismo étnico para no perder poder en uno de sus aparatos principales, la iglesia vasca. Algo más que un cambio de obispoProbablemente no existe una organización con finezza política del Vaticano, aquilatada a lo largo de casi dos milenios de existencia al lado del poder. Por eso, la decisión del Vaticano de designar como obispo de San Sebastián a José Ignacio Munilla -antagónicamente enfrentado a cualquier colaboración con el nacionalismo étnico- tiene una profunda significación política. El hecho de que Roma -cuyas deferencias hacia la iglesia vasca han sido ilimitadas- tome esta decisión, es quizá el mejor termómetro del calado del cambio político que colocó en Ajuria Enea a un lehendakari no nacionalista. Las reacciones ante el nombramiento de Munilla -una apuesta personal del presidente de la Conferencia Episcopal Rouco Varela- como obispo de San Sebastián no se han hecho esperar. Los clanes más etnicistas del nacionalismo ha puesto, nunca mejor dicho,el grito en el cielo. Joseba Eguibar, heredero político del defenestrado Ibarretxe, ha exclamado que el Vaticano pretende “so pretexto de universalizar, desarraigar y desafectar la Iglesia vasca, porque tiene excesiva personalidad”. La maquinaria de la iglesia guipuzcoana, engrasada en la sombra por el “mulah” Setien se ha puesto en funcionamiento con la carta de los párrocos contra el nuevo obispo. ¿Qué tiene Munilla, que tanto inquieta al nacionalismo étnico? El nuevo obispo de San Sebastián nació en Euskadi, habla un perfecto euskera y comenzó su carrera eclesiástica en la muy vasca localidad de Zumárraga. Pero tiene un pequeño problema. Desde su mismo nombramiento como sacerdote, se opuso a la línea etnicista encabezada por el entonces obispo de San Sebastián, José Maria Setién, más tarde asesor aúlico de Ibarretxe.El enfrentamiento entre Setién y Munilla se saldó con el exilio por elevación de éste último, al ser ordenado obispo de Palencia. Desde su nuevo puesto de privilegio en la jerarquía eclesiástica, Munilla se ha destacado como una de las más beligerantes voces de oposición a la orientación filonacionalista de la iglesia vasca. Su nombramiento como obispo de San Sebastián, que ostenta el rango oficioso de cabeza de la iglesia vasca, es una auténtica revolución. Desde el obispado donostiarra, Setién se erigió en un auténtico mulá etnicista. Su sucesor, José María Uriarte, se adaptó rápidamente, apoyando públicamente el plan Ibarretxe. Con Munilla, el Vaticano ha dado un giro de 180º a su posición respecto al “problema vasco”. La iglesia ha sido un auténtico pulmón artificial del régimen etnicista de los Arzallus e Ibarretxe. Y Roma se ha cuidado muy mucho de nombrar obispos cercanos al nacionalismo que protegieran su influencia en Euskadi. Pero los tiempos han cambiado, y el Vaticano, mucho más pragmático de lo que piensan algunos de sus detractores, ha movido ficha en consecuencia. El histórico cambio político que le costó al PNV el gobierno es expresión de un terremoto social mucho más profundo, cuyo epicentro se remonta a las movilizaciones de Ermua. Hoy, los vientos en Euskadi soplan en contra del nacionalismo étnico, que hasta hace muy pocos años pensaba que su hegemonía iba a ser eterna. Con su “cambio de estrategia”, el Vaticano no hace sino confirmar el declive del nacionalismo étnico. Y, con su proverbial oportunismo político, intenta tomar posiciones cuanto antes en el nuevo escenario político. Por mucho que les pese a los Eguibar de turno. Es el signo de los nuevos -y buenos- tiempos. Un régimen bajo palio Franco gustaba de aparecer bajo palio, expresión del maridaje entre las jerarquías eclesiásticas y la dictadura. Llegó la democracia, pero en España todavía existe un régimen que vive, como Franco, “bajo palio”. Y no es otro que el etnicismo de los Arzallus, Eguibar e Ibarretxe. A lo largo de la historia, se ha creado un matrimonio de intereses en Euskadi entre el nacionalismo étnico y la Iglesia, hasta el punto de que ésta -como se está manifestando estos días con la rebelión ante el nombramiento de Munilla- se ha convertido en uno de los principales pilares del régimen etnicista. El apoyo de la jerarquía eclesiástica vasca a la camarilla de los Arzallus, Ibarretxe y Eguibar se mantiene prácticamente sin fisuras aún tras la pérdida del gobierno vasco, hasta el punto que cabe hablar de que se ha convertido en su verdadero «pulmón artificial». Heredera de las viejas tradiciones de los curas trabucaires carlistas –cuyo grito de guerra, y no por casualidad, era el de «Viva la Santa Inquisición»– la jerarquía eclesiástica vasca ha hecho suyo el más preciado principio de los Torquemada de todos los tiempos: «qué importa que tu cuerpo se queme en la hoguera, si ello sirve para salvar tu alma». Para los Setién de hoy, tampoco importa cuántos vascos mueren, son perseguidos, amenazados o silenciados por el terror si ello permite salvar el alma de Euskadi. Este verdadero nazismo apostólico que domina la Iglesia vasca, ha hecho suyo el papel de ser unos postulantes activos, de llevar adelante un apostolado militante, defensor y difusor del fascismo étnico e ideológico que trata de adueñarse de Euskadi. El vivero de cuadros y prebendas que el proyecto nazifascista promete asegurar a la Iglesia, ha creado esta Santa Alianza entre la camarilla de Arzallus y la milicia jesuítica incrustada en la jerarquía eclesiástica vasca. Mientras no existe un solo sector social de Euskadi –incluido, por supuesto, el PNV-– que, en mayor o menor grado, no se haya levantado contra la dictadura del terror impuesta por esta camarilla, la Iglesia vasca se mantiene impertérrita como uno de los últimos alientos del etnicismo. Y el nacionalismo étnico está dispuesto a utilizar todos los resortes de poder que todavía tiene para boicotear al primer gobierno no nacionalista. La rebelión de las jerarquías de la iglesia vasca ante el nombramiento de Munilla es una de esas palancas. Si el nacionalismo étnico pierde también el “pulmón artificial” de la iglesia se le habrá despojado de uno de sus principales batallones de choque.

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