El legado de Carmen Alborch: la autenticidad

No solo somos los valencianos y valencianas quienes nos sentimos hoy un poco más huérfanos, lo sentimos también todas las mujeres que veíamos en Carmen una referencia especial, una luz, una brújula, un modo diferente de hacer las cosas, y también lo siente profundamente la cultura, las personas que en ella trabajan y que saben que encontraban en Carmen una bandera de promoción y defensa.

Hablar de la biografía de Carmen y de sus logros es destacar su valentía para ser pionera, pero también su autenticidad para llevar adelante lo que emprendía y, sobre todo, por esa forma tan particular, tan humana, tan empática de establecer las relaciones sociales. No se trataba solo de su arrolladora simpatía, sino de “la empatía”, de la capacidad de comprender a su semejante, y, sin perder sus principios que defendía contundentemente, hacerlo sin ofender al de enfrente.

Porque Carmen tenía muchas cualidades especiales, algunas innatas que ella ha ido desarrollando con educación y sensibilidad. Otras cualidades las ha ido adquiriendo con su manera de vivir. Vitalista, valiente, comprometida, feminista, socialista, y siempre sonriente como la recuerda todo el mundo.

Sus señas de identidad que todos recordamos son: la cultura, el sentido del humor y su compromiso feminista. Con la cultura estaba convencida que podía cambiar el mundo, hacerlo más solidario y justo, más creativo y dinámico, más crítico, más comprometido. Con su gran sentido del humor y su permanente alegría, defendía sus principios contundentes, sus valores sociales, su hacer en política sin desprestigiar ni humillar a nadie, y consciente de que era más útil la amabilidad que la confrontación. Una manera suya muy personal de gestionar. Y con su compromiso feminista defendía que no habían impedimentos para la capacidad de la mujer, que las barreras debían ser eliminadas, que somos “la mitad del cielo”, y que tenemos los mismos derechos, ni más ni menos, y las mismas capacidades. Era fácil ser feminista al lado de Carmen, y no solo las mujeres, sino los hombres que a ella se acercaban y respiraban su natural manera de plantear las injusticias.

Disfrutó de la vida y nos la hizo mucho más amable y creíble. Y “hasta su último suspiro” luchó porque este mundo fuera un poquito mejor, demostrando que la actitud personal, el compromiso vital, la coherencia de lo individual y lo social, los pequeños gestos humanos son capaces de transformar la realidad.

Su legado no se perderá, pero nos hace falta mucho aprendizaje para que esta política de confrontación y estas relaciones tan tensas en nuestras vidas practiquen la enorme generosidad de Carmen Alborch.

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