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El Lazo Blanco y La Palma de Oro

Han sido dí­as de sol, «glamour» y estrellas desfilando por la alfombra roja del festival de cine más importante del mundo. Pero al final de tanto envoltorio, el ganador ha sido una vez más el propio cine, y la crí­tica ha premiado una pelí­cula cruda, sin artificios, pegada al suelo y que reflexiona sobre los agujeros negros que se esconden tras los gestos cotidianos. Algo que es una constante en el cine de este director austriaco licenciado en psicologí­a, obsesionado con retratar las angustias personales que alberga el ser humano. «El video de Benny», la exitosa «Funny Games» o la polémica «La Pianista», eran algunas de las pelí­culas que hasta ahora habí­an definido el cine de un autor que no ceja en su empeño de dar duros golpes a la conciencia, y huye de la superficialidad. Con «Das Weisse Band» (El Lazo Blanco), persiste en esa temática, aunque trasladándonos a los difí­ciles tiempos de la Primera Guerra Mundial.

Haneke acostumbra a remitirse a un lenguaje ersonal que se repite en cada una de sus películas. La cámara se detiene a la altura de los ojos. No hay trucos ni artificio, la ficción parece de lo más real, los gestos parecen surgidos de lo más hondo de las entrañas de cada actor al que dirige. Sus personajes evolucionan sin grandes saltos ni giros dramáticos, como con el transcurso natural de la vida. Y de repente, algo extraño, misterioso y brutal se cuela para sentarse al lado del espectador. Todo en el cine de Haneke resulta tan cercano, tan común, tan propio… que asusta.En esta ocasión Haneke retrocede en el tiempo por primera vez en toda su carrera, para introducirnos en un pequeño pueblo alemán en los días previos a la Primera Guerra Mundial. Pero no se engañes, no pretende ofrecernos un discurso histórico sobre las causas del conflicto armado, ni un análisis político sobre sus consecuencias. El Lazo Blanco se desarrolla en un pueblo sencillo, como tantos otros que podríamos encontrar en cualquier rincón del mundo, en el que la gente se ocupa de sus asuntos cotidianos con el lento devenir de los años.En un blanco y negro preciosista, con una estética rigurosa y precisa, Haneke es capaz de mostrarnos la brutalidad de las relaciones cotidianas, con sus fantasmas solapados que luchan por salir a la luz, y el terror se hace más insoportable que presenciando un gran monstruo que ocupe toda la pantalla.El resto del palmarés ha pasado por delante de los ojos de la importante presencia española, que una vez más se ha ido con las manos vacías, pese a los elogios desatados por Almodóvar o la buena acogida del preestreno fuera de competición de la faraónica –nunca mejor dicho- Ágora, de Alejandro Amenabar. Charlotte Gainsbourg fue premiada con el premio a la Mejor Actriz, por su duro papel en Antichrist de Lars Von Trier, sin duda el más difícil de su carrera. Christph Waltz recogió su equivalente masculino por su interpretación de un nazi con toque irónico en Malditos Bastardos, de Quentin Tarantino, eclipsando así al guapo Brad Pitt.Ahora sólo cabe esperar a que todas estas películas, mostradas en exclusiva para los privilegiados que asisten al festival de la Costa Azul, estén pronto proyectándose en nuestras pantallas y dirigiéndose al gran público, que es para quien se hace el cine. Prestaremos especial atención a El Lazo Blanco y, como no, a la superproducción Ágora, que aún promete darnos más alegrías al cine español.

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