SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

El juego de las sillas entre Berlí­n y Frankfurt

Inmediatamente después de celebradas las elecciones europeas del 25 de mayo, comenzó a circular la teoría de que Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), podría plantearse abandonar el cargo para asumir la presidencia de Italia, ahora en manos de Giorgio Napolitano, un anciano a punto de rebasar la centena. Para algunos, el corolario de la historia era que Luis de Guindos, el ministro español, podía estar entre los candidatos a sustituir al banquero italiano.

Aunque, según otras interpretaciones, también podía tratarse de una cortina de humo para que las negociaciones de Mario Rajoy para asegurar a su ministro la presidencia del Eurogrupo llegaran a buen puerto. También para atajar los rumores de aquellos días que apuntaban a que Guindos podría ser candidato a ocupar una supercomisaría de Economía, opción que cerraría la puerta a las aspiraciones de su compañero exministro de Agricultura y cabeza de lista del Partido Popular, Miguel Arias Cañete, bastante tocado en los ámbitos comunitarios tras sus rancias palabras sobre las mujeres a cuenta de su fallido papel en el debate televisivo con la candidata socialista, Elena Valenciano.

Sin embargo, la tesis de que Draghi podría dejar el poderoso sillón que ocupa en Frankfurt para instalarse en la colina romana del Quirinal circula con fuerza en los círculos políticos europeos. El primer ministro italiano, Matteo Renzi, obtuvo un magnífico resultado en los comicios del pasado mayo, en parte con promesas de reducciones de impuestos, alentando la idea de que su compromiso con la agenda económica de Bruselas y Berlín es más factible que la del desvaído Mario Monti. Si esto fuera cierto, Renzi necesitaría el respaldo de un presidente enérgico y con autoridad. ¿Quién mejor que Draghi?

La diferencia con lo que ha circulado recientemente por Madrid es que el candidato mejor situado para sustituir a Draghi al frente del Banco Central Europeo sería el alemán Jens Weidmann, presidente del Bundesbank. Sería la contrapartida a su apoyo a las últimas decisiones del BCE, muy mal recibidas por la opinión pública alemana, para la que la inflación es una amenaza siempre presente, y tan disgustada con la baja remuneración de sus ahorros como con la subida de los precios de la vivienda en las principales ciudades del país, algo que se atribuye a la laxitud monetaria de Draghi y sus muchachos.

El reciente acuerdo de los Estados de la Unión para proponer a Jean-Claude Juncker como nuevo presidente de la Comisión Europea ha dejado claro que Angela Merkel, la canciller alemana, dirige de facto el Viejo continente, al que ha agrupado hasta aislar por completo al díscolo David Cameron. También que el único límite a su política que reconoce la líder alemana es el que le fija su propia opinión pública. Es la gran ventaja con respecto a sus socios de la eurozona, que en muchos casos han debido subordinar ese criterio básico de política interna a las exigencias del principal acreedor, Alemania.

También que algunas cosas no han cambiado, entre ellas que el socio de Berlín que está por encima de todos los demás es Francia. Ya quedó de manifiesto en las crisis monetarias del pasado, incluida la de los años noventa, cuando el Bundesbank ni pestañeó al dejar caer la libra esterlina pero, en cambio, actuó para salvar al franco francés. En este último debate, el de la elección de Jean-Claude Juncker, la silente Francia de Françoise Hollande, sometida a extrema debilidad, no ha podido más que asentir resignadamente a las propuestas de Merkel.

Volviendo al BCE. El eje Draghi-Merkel es el auténtico gobierno de la eurozona, y por extensión de la Unión Europea, y su última víctima ha sido precisamente el incauto Cameron. El discurso de moda, en Madrid, Berlín o Roma, sobre la integración europea se lo ha llevado por delante, aunque aún está por ver si eso servirá para calmar y ofrecer una perspectiva tranquilizadora a las inquietas ciudadanías que ya han dado la primera señal de alarma en las últimas elecciones. Si esa integración perpetúa el esquema de integración de las economías del sur como suministradoras de mano de obra barata y de productos industriales a buen precio para la plataforma exportadora alemana, el resultado será justo el contrario.

De momento, convertir la designación de Juncker, responsable político de uno de los estados más diminutos de la Unión, amén de paraíso fiscal de alto nivel, en ejemplo de avance democrático, solo puede considerarse una broma de mal gusto.

Mientras, la elección de los nuevos cargos de la futura Comisión Europea y sus órganos asociados servirá para visualizar que los criterios empleados tendrán que encajar con los decididos por Alemania. Y, desde luego, es poco probable que Merkel deje escapar el control del BCE si el puesto queda vacante. Weidmann ha sabido adaptarse a la alta política que implica sentarse en el consejo del banco. Y ahora espera su oportunidad.

Deja una respuesta