Hasta el año 2012 no se tipificó en México el delito de feminicidio. Pese a que la frecuencia con que se asesinaba a mujeres en México era escalofriante, todavía se calificaba a ese delito como “crímenes de pasión”. Entre la ironía y la rabia, Cristina dice que a ese crimen: “Se le llamó andaba en malos pasos. Se le llamó ¿para qué se viste así? Se le llamó una mujer siempre tiene que darse su lugar. Se le llamó algo debió haber hecho para acabar de esta forma. Se le llamó sus padres la descuidaron. Se le llamó la chica que tomó una mala decisión. Se le llamó, incluso, se lo merecía”. De una u otra forma, la víctima siempre aparecía como culpable. De ahí la sacrosanta e indignante impunidad con la que se acogían estos crímenes. Impunidad avalada policial y judicialmente, ya que prácticamente ninguna denuncia acababa en un proceso y una condena. En el caso del asesinato de Liliana Rivera Garza se sabía prácticamente con absoluta y total certeza quién había sido el asesino. Pero ni la policía ni la justicia hicieron nada.
Sobre el feminicidio en México se fue creando desde hace ya casi dos décadas todo un arsenal de material literario, cultural, artístico, ensayístico… incluidas crónicas, investigaciones periodísticas, reportajes, cortometrajes, programas de radio y TV, etc., no sólo para dar cuenta de un fenómeno que superaba los umbrales de lo inaceptable, sino también, y sobre todo, para provocar un cambio, primero en la sociedad y luego en los poderes públicos (empezando por el ejecutivo y el legislativo, y acabando en el policial y el judicial) que comenzara a cambiar las cosas, a llamarlas por su nombre, y a la vez a tomar medidas para parar una sangría desbordada que se vivía día a día en la más completa impunidad.
Ya en “2666”, la gigantesca obra de Roberto Bolaño, considerada una de las 5 mejores novelas escritas en español en el el siglo XXI, el feminicidio de Ciudad Juárez ocupaba un lugar central en el relato. Durante casi 400 páginas, el escritor chileno, que vivió sus impetuosos años de juventud en el DF, antes de recalar en Barcelona, Bolaño narraba uno a uno cientos de casos de mujeres (la mayoría jóvenes trabajadoras de las “maquilas”) asesinadas salvajemente, sin que se llevara a cabo ningún tipo de investigación consecuente ni se hiciera prácticamente nada por erradicar esa violencia sistemática. Era abrumador y exasperante el efecto acumulativo que Bolaño lograba darle al relato, produciendo sin duda el efecto deseado en el lector: una toma de conciencia que ya nunca podría olvidar.
Ribera Garza recupera la memoria de su hermana Liliana, víctima de un feminicidio en 1990

Cristina Rivera Garza, casi 20 años después, sigue el camino opuesto a Bolaño. A diferencia de aquel, que hacía funcionar la denuncia por multiplicación, la autora mexicana la “individualiza”, centrándola en el caso particular de su hermana Liliana, asesinada el 16 de julio de 1990. Y aunque la estrategia narrativa es, por tanto, muy diferente, el libro de Cristina Rivera Garza hay que reconocer, y aún subrayar, con total admiración, que alcanza una intensidad narrativa similar, y resulta tan potente, conmovedor, ilustrativo y radical como aquel. Además, al descender a los detalles que rodean al crimen y a los testimonios que dejó su hermana, se comprenden mucho mejor las circunstancias y motivos que rodean a este tipo de violencia machista y criminal.
Además, el libro de Cristina sobre el asesinato de su hermana, persigue y logra acentuar lo execrable del crimen y la trágica y repulsiva impunidad de las autoridades, al poner en valor la personalidad vivaz y creativa de su hermana Liliana y recuperar la memoria de una joven de la que cualquier lector con un mínimo de sensibilidad acaba “enamorándose”. “Era una muchacha de veinte años, estudiante de arquitectura. Tenía años tratando de terminar su relación con un novio de la preparatoria que insistía en no dejarla ir. Unas cuantas semanas antes de la tragedia, Liliana tomó por fin una decisión definitiva: en lo más profundo del invierno había descubierto que en ella, como bien lo había dicho Albert Camus, había un invencible verano. Lo dejaría atrás. Empezaría una nueva vida. Haría una maestría y después un doctorado; viajaría a Londres. La decisión de él fue que ella no tendría una vida sin él”.
El libro obtuvo en 2024 el Premio Pulitzer de Memorias.
30 años después de aquel crimen impune, la escritora siente la imperiosa necesidad de reabrir el caso y encontrar justicia. De ello nace este libro, este impresionante testimonio, en el que se narran las vicisitudes de la autora por el laberinto burocrático mexicano, al tiempo que se reconstruye con gran fidelidad y viveza el último verano de Liliana, con las cartas y testimonios que ella dejó y con los testimonios de sus amigos y conocidos. Todo un puzzle en cuyo centro está la figura intensa, compleja, brillante, audaz, seductora y libre de Liliana, incapaz de detectar la amenaza que se cierne sobre ella precisamente por todo ello. Cristina insiste en que en aquel momento no existía “el lenguaje” necesario para poder detectar la amenaza, y su hermana fue víctima de ello. Y remacha en la necesidad de disponer de ese lenguaje “para identificar, denunciar y luchas contra la violencia sexista y el terrorismo de pareja que caracteriza tantas relaciones patriarcales”.
El invencible verano de Liliana ha sido galardonado con los premios José Donoso de Letras 2021, Nuevo León Alfonso Reyes, Xavier Villaurrutia 2021, Mazatlán de Literatura 2022, Rodolfo Walsh 2022 y Pulitzer de Memorias 2024.