“La satírica transición”

El humor como bisturí

El humor debe ser un bisturí que, sin perdón ni miramientos, y rompiendo los límites impuestos por el poder, fustigue lo que debe ser fustigado. En los últimos años del franquismo y los primeros del nuevo régimen democrático, un puñado de revistas, ya convertidas en auténticos clásicos, abrieron de par en par ventanas de una libertad que exige ser combativa.

Gerardo Vilches, historiador y especialista en cómic, nos ofrece en “La satírica transición. Revistas de humor político en España (1975-1982)” una fotografía del boom de la sátira que estalló en esos años, con cabeceras históricas como “Hermano Lobo”, “Por Favor” o “El Papus”.

¿Qué visión de la transición ofrecieron? ¿Cómo es posible que, en unos momentos donde el ámbito de libertades era menor, o no existía, encontremos un humor más transgresor y revolucionario?

Cuando el humor se tomaba en serio

La primera portada de “Hermano Lobo” fue realizada por Andrés Rábago, antes OPS hoy “El Roto”. Pero si repasamos la nómina de dibujantes que ilustraron esas revistas satíricas de la transición, nos encontramos con un impresionante elenco de lo mejor del humor gráfico español: Chumy Chúmez, Gila, Forges, Manuel Summers, Perich, Ivá…

Y a ellos se añaden algunos de los mejores escritores, que pusieron su pluma al servicio de la sátira. Desde Francisco Umbral a Juan Marsé, desde Vázquez Montalbán a Manuel Vicent, Maruja Torres, Savater, Haro Tecglen, Rosa Montero…

El humor, la sátira, no era algo de segundo orden. Se lo tomaban muy en serio. Allí estaba lo mejor de la cultura.

Era una necesidad. Burlarse del poder era la mejor manera de desmontar sus mentiras y abrir espacios de libertad, tras décadas de fascismo.

Emprendían una aventura de riesgo.

Los secuestros de la edición y los cierres durante varios meses eran moneda corriente. Bajo la espada de Damocles de una ley de prensa, no derogada hasta 1977, que empuñaba la amenaza del “respeto a la moral” como un cajón de sastre que permitía imponer la censura a quien sobrepasaba en exceso los límites.

Pero caminaban a favor de la corriente mayoritaria. La de una sociedad española que ni temía ni respetaba al régimen impuesto a través del terror desde 1939. Y que se rebelaba en todas las ciudades, en todos los pueblos, en todas las universidades, en todos los barrios…

“Hermano Lobo”, “Por Favor” o “El Papus” apenas llevaban publicidad. Se financiaban a través de las ventas, sostenidas por una sociedad ávida de todo lo que supusiera desnudar y cuestionar el poder.

Señalar lo innombrable

La primera portada de “Hermano Lobo”, de 1972, retrataba, con el inconfundible estilo de Andrés Rábago, “El Roto”, a un torero con la mirada perdida y que como muleta llevaba una bandera norteamericana. La superpotencia ocupando uno de los más tradicionales símbolos nacionales. Una efectista y rompedora manera de reflejar la intervención norteamericana en nuestro país.

Bajo otro estilo, “Por favor” llevó a portada un mapa donde bajo el lema “Por Favor cambia el mundo”, EEUU se convierte en España y Canadá en Andorra. Contar la verdad presentándola en un espejo deformado, porque lo que sucede es exactamente lo contrario, es EEUU quien está, con mando en plaza, en España.

Y “El Papus” publicó varios números especiales contra la OTAN, denunciando que se nos encadenara, en plena Guerra Fría, al carro militar de Washington.

Hoy son impensables estos atrevimientos. No porque la presencia norteamericana en España haya disminuido. Todo lo contrario. Lo que sucede es que se ha impuesto que esta cuestión nodular es “lo innombrable”. 

Es un ejemplo de cómo las revistas satíricas durante la transición denunciaron lo que había que denunciar, cuestionaron lo que se debía cuestionar. Sin aceptar límite alguno.

Cada una con su estilo -el humor más negro y elaborado de “Hermano Lobo”, el políticamente más explícito de “Por Favor”, o el salvajemente popular de “El Papus”- se mofaron de Arias Navarro -el presidente que anunció compungido la muerte de Franco- y atacaron sin piedad a Fraga -llegando a dibujarlo como Hitler-. Pero apuntaron más alto, ni más ni menos que a EEUU.

Y ese humor libérrimo no solo se encaró con la derecha, también fustigó a las élites de la izquierda. Las páginas de “El Papus” se llenaron de ácidas críticas a Carrillo o González, que enfrentándose a la voluntad de sus bases cambiaron a cambio de casi nada ruptura por reforma.

Revisar las revistas satíricas de la transición no es un ejercicio de nostalgia. Hoy necesitamos nuevas y actualizadas versiones de “Hermano Lobo”, “Por Favor” o “El Papus”, trasladando al presente esa sátira libérrima, desafiando los límites impuestos y burlándose las mentiras -las “fake news”- del poder.

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