El doble discurso de Washington

Cuando medio mundo permanece todaví­a hechizado por la diplomacia inteligente de Obama, su discurso multilateralista o las formas tan opuestas a las de su predecesor, la realidad se encarga de mostrar dí­a a dí­a el doble y contradictorio carácter de la nueva polí­tica internacional de EEUU.

Por un lado, en Washington, EEUU y China inauguran el Diálogo Estratégico y Económico, un nuevo mecanismo ideado ara estrechar las relaciones entre ambos países, de las que Obama ha dicho que “darán forma al siglo XXI” y que algunos medios de comunicación occidentales ya se han apresurado a calificar como “un diálogo que pretende una remodelación del mundo acorde con la visión y los intereses de las dos nuevas superpotencias”. Al mismo tiempo que el Congreso norteamericano provee de fondos al organismo encargado de apoyar económica y políticamente a las organizaciones separatistas uigures responsables de unos disturbios que se han cobrado la vida de 180 personas en el noroeste de China.Por el otro, en su reciente viaje de Estado a Nueva Delhi, además de firmar una serie de importantes acuerdos en materia militar, espacial, nuclear y científica dirigidos a redimensionar el peso regional estratégico del emergente gigante hindú frente a su potencia vecina, China; Hillary Clinton ha anunciado que EEUU está dispuesto a crear un “paraguas de seguridad” –al estilo de la OTAN en Europa o el tratado de defensa con Japón en el Extremo Oriente– con sus aliados del Golfo Pérsico, armándolos hasta donde haga falta en caso de que Irán no renuncie a sus aspiraciones nucleares.Mientras Obama vuelve a condenar el golpe militar en Honduras, el Departamento de Estado insiste en un salida dialogada y una misión bipartidista del Congreso norteamericano se entrevista con Micheletti, en los que constituye un reconocimiento, si no formal sí de hecho, del gobierno golpista como un interlocutor valido.En su reciente visita a Moscú, Obama llega a importantes acuerdos de cooperación militar con Rusia. Pero acto seguido, su vicepresidente Joe Biden se presenta en Georgia para manifestar el apoyo a la integridad territorial del país –amenazada por el reconocimiento del Kremlin a la independencia unilateral proclamada por Abjasia y Osetia del Sur– y reafirmar el compromiso político y militar de Washington con el gobierno proyanqui de Tbilisi.Obama reparte sonrisas y gestos amistosos en la última cumbre de presidentes de la Organización de Estados Americanos, pero a continuación se inicia, orquestada desde Washington, una feroz ofensiva propagandística dirigida a involucrar a los gobiernos de Quito y Caracas en el apoyo financiero y militar al narcoterrorismo de las FARC colombianas.Estas oscilaciones en la política exterior de EEUU desde la llegada de Obama a la Casa Blanca no hacen más que poner de manifiesto la aguda contradicción que envuelve a la superpotencia norteamericana. Por una parte se han visto obligados a reconocer los límites de su poder imperial. El catastrófico empantanamiento en Irak, el estallido de la virulenta crisis en el corazón de su sistema financiero y la acelerada irrupción de una serie de potencias emergentes han creado una nueva correlación de fuerzas a escala mundial que hace impensable que EEUU pueda seguir aspirando a gobernar el mundo en exclusiva a través de un orden hegemonista unipolar.Pero por otra parte, EEUU, como única superpotencia, sigue disponiendo de recursos para, ya que no dispone de la capacidad para superar los límites que marcan su declive estratégico, tratar de limitar la expansión del poder y la influencia de los rivales. Los recientes acontecimientos de la región china de Xinjiang –de los que ya nadie duda el papel decisivo que ha jugado la Fundación Nacional para la Democracia, organización teóricamente independiente pero en realidad financiada por el Congreso de los EEUU y de la que se dice en Washington que hace hoy abiertamente lo que hace 25 años “se hacía encubiertamente por la CIA”– son la mejor demostración de hasta dónde están dispuestos a llegar para contener a unos rivales con los que están obligados, dada la realidad del mundo actual, a negociar indefectiblemente una nueva redistribución del poder mundial.En el desarrollo de esta relación contradictoria entre la necesidad de proceder a un reajuste del viejo orden mundial unipolar y el interés de la superpotencia yanqui por retener tanto poder y liderazgo sobre los rivales como le sea posible están las claves de la evolución de la situación internacional en los próximos años. La experiencia histórica enseña que ningún reajuste en la cadena imperialista ha sido posible sin violentas convulsiones y feroces desgarros. Las oscilaciones de Obama invitan a pensar que tampoco esta vez va a ser diferente.

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