Las embajadas catalanas en el extranjero cuestan 2,2 millones de euros

El costoso delirio soberanista

En tiempos de crisis, es necesario recortar los gastos superfluo, apretarse el cinturón y renunciar a lo que no es esencial. A pesar de estar sufriendo un estrago de EREs que está corroyendo su tenido industrial, el gobierno catalán, de la mano de Carod Rovira, no parece querer renunciar a una delirante polí­cita exterior que dilapida millones en mantener embajadas catalanas en el extranjero.

La Generalitat, además de las 38 oficinas comerciales deslegadas por todo el mundo desde hace años, ha inaugurado en los últimos dos ejercicios cinco delegaciones políticas en París, Londres, Berlín, Bruselas y Nueva York. Las seguirán otras en Buenos Aires, Casablanca, México y en una capital asiática. No son embajadas, porque sólo los Estados pueden acreditar embajadores, pero sí son embajadas, en tanto que asumen funciones de representación política. La de Bruselas tiene una larga tradición y unas funciones precisas e indiscutibles. Anna Terrón es la delegada de la Generalitat ante la Unión Europea. La oficina tiene su origen en el Patronat Català Pro Europa, que en la etapa de Pujol presidió el eurodiputado de CiU Carles Gasòliba. La socialista Terrón, eurodiputada entre 1994 y 2004, es una gran conocedora del tejido institucional europeo. La de París tiene como objetivo meter a Cataluña en la Unesco, organismo internacional donde podría tener la condición de "miembro asociado", aunque para ello debe primero conseguir que el Gobierno español lo proponga Berlín, es una incógnita. En tiempos de Jordi Pujol, Alemania, y más concretamente algunos länder como el de Baden-Württemberg, ocupaban un espacio referencial. El espejo bávaro, por más que en realidad el estatuto de Baviera no se diferencie en nada del de los demás Estados federales, siempre ha sido utilizado como reclamo. El coste de estas delegaciones, sobre todo la de Nueva York, no se conoce en su detalle. En los presupuestos hay consignados 2,2 millones de euros para este año, lo que incluye los locales y los gastos de mantenimiento. Los sueldos van aparte. En ellas trabajan entre cinco y diez personas además del delegado, que tiene rango de director general y cobra 87.500 euros anuales. Josep Lluís Carod Rovira considera plenamente justificado el gasto. La crisis económica no justifica, en su opinión, el repliegue. "Ningún país cierra embajadas en momentos de crisis económica", repite en contra de las evidencias cada vez que sus planes son cuestionados. Carod mantiene que con las delegaciones se ahorrarán costes, pues ayudarán a unificar oficinas ahora dispersas de organismos comerciales como el Copca o el Cidem y del Instituto de Industrias Culturales. Cataluña es la comunidad con más oficinas en el extranjero, pero otras no se quedan atrás, algunas de ellas gobernadas por el Partido Popular. La Comunidad Valenciana, por ejemplo, tiene 31 oficinas comerciales y una quincena de agentes repartidos por todo el mundo; Castilla y León también tiene una quincena de oficinas. En la órbita del PSOE, Andalucía tiene 24 oficinas. Eso sí, todas estas comunidades se desmarcan del proyecto político de Carod Rovira. Ibarretxe y Carod Rovira han afirmado públicamente que el objetivo de estas embajadas es establecer una relación bilateral, al margen del gobierno español, con países extranjeros, entre ellos las potencias mundiales más importantes. Fue con la llegada de del actual lehendakari a Ajuria Enea, con el impulso a un proyecto de fragmentación cuyo máximo exponente fue el Plan Ibarretxe, cuando se impulsó la constitución de embajadas, pasando de una a ocho. En Cataluña la posibilidad de constituir embajadas en el extranjero fue uno de los puntos incluidos en el nuevo estatut -expresión de la “vía dulce hacia la desintegracion”-. Y su dirección se reservó a Carod Rovira y ERC, batallón de choque del tripartito para la fragmentación. Todos los “embajadores de Cataluña” en el extranjero son reconocidos independentistas. Cataluña ahora dispone de una embajada en Berlín. Las “relaciones bilaterales”, al margen de Madrid, entre Barcelona y Alemania traen muy malos recuerdos, como la negociación durante la guerra civil de Josep Dencás -representante de un sector filofascista de ERC- para que Hitler ofreciera un lugar en el nuevo orden nazi a una Cataluña independiente. Al inaugurar la embajada en Londres, Carod Rovira anunció la intención de mantener contactos directos con el Foreign Office. La última vez que tal cosa ocurrió, también durante la guerra civil, el protagonista era Carles Pi i Sunyer, ofreciendo la rendición de la España republicana a cambio del respaldo de Londres a la independencia catalana. Para eso quieren Ibarretxe o Carod Rovira las embajadas en el extranjero. Para poder separarse de España, están dispuestos a convertirse en el embajador de Gibraltar en Londres, entregando a Cataluña o Euskadi a la potencia de turno que haga posible la independencia. En el plan Ibarretxe se hablaba de Euskadi como de un “Estado Libre Asociado”, exactamente los mismos términos con que EEUU disfraza su ocupación de Puerto Rico. Y Carod Rovira, responsable de la política exterior de la Generalitat, declaró aspirar “al mismo grado de independencia que Luxemburgo”, una colonia financiera cuya autonomía termina en algún despacho secundario de un ministerio alemán.

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