La prensa desvincula a Washington del Golpe de Estado

El coro y los gorilas

El coro ya tiene un nuevo tema: `la administración Obama no tiene nada que ver con el Golpe de Estado en Honduras. í‰sas son cosas de Bush, no del nuevo Washington post-imperial, el renovado faro de libertad y democracia para el planeta. Obama apoya a Zelaya, y todo lo demás son maledicencias de mala fé de populistas antinorteamericanos´. Todos los principales medios de comunicación occidentales se han sumado a repetir estas tesis, apoyándose en las declaraciones del presidente norteamericano. Pero ¿pueden los militares hondureños haberse atrevido a dar una asonada sin el apoyo -o cuanto menos el permiso- de los centros de poder norteamericanos?

Todos los climas de oinión –por falsos que luego demuestren ser- han de apoyarse sobre una base de realidad. Y ciertamente la Casa Blanca se he esmerado en distanciarse del Golpe de Estado, en mostrar su rechazo a la asonada y su respaldo al retorno de Zelaya a Honduras. "Creemos que el golpe no fue legal y que el presidente Zelaya sigue siendo el presidente de Honduras, el presidente democráticamente electo allá", afirmó el presidente norteamericano, añadiendo que "sería un terrible precedente si comenzamos a retroceder a una era en la que vemos los golpes militares como una forma de transición política, en lugar de elecciones democráticas". “La postura del presidente Obama contrasta con la del presidente Bush ante el golpe de Venezuela en 2002”, ha repetido la prensa internacional. Y –como en tantos otros temas, como la actuación en Irak o los presos de Guantánamo- la comparación con la anterior administración norteamericana y su línea de dictadura terrorista mundial parece funcionar como un magnífico talismán, que eleva cualquier declaración de la actual Casa Blanca a la categoría de democrática, tranquilizadora y post-imperial.Pero ha sido su propia Secretaria de Estado, Hillary Clinton, la que ha maculado las intachables declaraciones de Obama y ha sembrado la sombra de la duda. Clinton ha matizado que EEUU aún no ha calificado la asonada como “Golpe de Estado”, lo cual crearía inmediatamente un problema al gobierno. La designación de “golpistas” a las autoridades hondureñas obligaría a la Casa Blanca a suspender la “ayuda” que EEUU presta a Honduras: por ley, no se puede brindar asistencia a un país cuyo jefe de Gobierno electo ha sido derrocado por un golpe militar, aunque se trate de una medida “para impulsar la democracia”. EEUU prefiere utilizar el término “derrocamiento”. Pero no ha sido el único testimonio que nos pone sobre la pista de lo sucedido. "Teníamos indicios de que se iban a producir movimientos contra Zelaya", declaró bajo anonimato una garganta profunda del Departamento de Estado a algunos periódicos estadounidenses. "Dejamos muy claro de que era algo que no íbamos a respaldar y que cualquier solución al conflicto en Honduras debía ser democrático y constitucional". Y efectivamente, se conoce casi con toda seguridad además, que el primer conato de golpe de Estado –el del viernes 26 de junio- fue abortado por el propio embajador norteamericano en Tegucigalpa, Pedro Llorens, en vísperas de un comunicado de la OEA –encabezado por Washington- pidiendo un respeto por el orden institucional en Honduras. Un levantamiento militar ese día hubiera hecho demasiado evidente la intervención –sea del tipo que sea- del gigante del norte. Hay quien apunta a que Llorens, un embajador puesto por Bush que ha colaborado estrechamente con Otto Reich – subsecretario para América Latina de la administración republicana y uno de los ingenieros del golpe venezolano de 2002- podría tener vínculos especiales con el sector de la clase dominante norteamericana opuesto a la línea Obama, y el golpe de Honduras ser una forma de iniciar una dinámica que fuerce a la Casa Blanca a cambiar su política en el continente. Y tal hipótesis no carece de verosimilitud, pero lo cierto es que Llorens, después de poner tierra de por medio y se largarse del país durante un día, recibió instrucciones del departamento de Estado y retornó rápidamente a su puesto en la víspera del golpe del domingo. Si queda claro –como ellos mismos reconocen- que el gobierno norteamericano conocía en tiempo real los preparativos del golpe (tanto que podían abortarlo sobre la marcha como hicieron el día 26), ¿alguien puede dudar de que podían haberlo detenido el domingo también de haberlo querido?. Es importante recordar que en Honduras –en toda Centroamérica, pero especialmente en Honduras, base de operaciones para los genocidios contra Nicaragua, Guatemala o El Salvador en los 80- el grado de control, intervención y vinculación que Washington posee sobre los aparatos de Estado es inmenso. En especial sobre el Ejército, remodelado y con mandos formados en la Escuela de las Américas. ¿Un golpe en Honduras sin el consentimiento de Washington?. El poder de los medios para ocultar esta evidencia –o subvertirla- es grande, pero los pueblos latinoamericanos tienen literalmente gravado a fuego en la memoria histórica de dónde han venido en última instancia en el último siglo las órdenes de todos los gorilas.

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