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Los centros de poder -tanto los irlandeses como la troika- consiguen evitar así que el primer ministro Kenny tenga que negociar con la pléyade de fuerzas antiausteridad, a cambio de concesiones, dando marcha atrás en sus políticas de recortes.
Más allá del desenlace final -que garantiza que la política de recortes contra la castigada población celta seguirá- las elecciones irlandesas se han vivido, como las españolas, como un examen a la gestión de los años posteriores al rescate financiero al que el país se vio sometido en 2010. Desde entonces, el Gobierno de Kenny, una coalición de su partido, el Fine Gael, con los laboristas, ha aplicado a rajatabla las recetas del FMI y de Bruselas.
Irlanda es el alumno más aventajado de la troika de toda la UE, y las elecciones han castigado a los ejecutores de sus recetas. El Fine Gael ganó las elecciones, pero bajó de 76 a 50 escaños. El Fianna Fáil, en la oposición tras gobernar hasta 2011, subió de 20 a 43 escaños, y el Sinn Féin de 14 a 23. El auténtico perdedor ha sido el Partido Laborista, al que sus electores no le perdonan el colaboracionismo total en las políticas antisociales de Kenny: de 37 diputados pasan a 7.
La suma de Fine Gael y laboristas no daba, y -descartada la posibilidad de gobernar con el Sinn Féin, un anatema- una posibilidad era recurrir a los variopintos partidos antiausteridad a cambio de suavizar las políticas dictadas por la troika. Todos los centros de poder han presionado para impedir este extremo.
Tras dos meses de arduas negociaciones, el bipartidismo irlandés ha decidido gobernar a la alemana. Sus porcentajes de votos (36% frente al 33%) y sus programas no difieren en lo sustancial, pero tras décadas de aparentar antagonismo han necesitado de un teatral deshielo. En el pacto, Fianna Fáil se abstendrá en las votaciones clave, permitiendo al Ejecutivo de Kenny aprobar la legislación. Enfrente tendrán a un pueblo irlandés que bulle contra Kenny: el 65% de los encuestados no quieren que repita como Primer Ministro.