A diferencia de lo ocurrido durante la era Bush, el objetivo de la nueva estrategia del bisturí es actuar mediante operaciones a una escala mucho más pequeña, de preferencia a nivel local. Según el congresista Adam Smith, miembro del Comité de Inteligencia de las Fuerzas Armadas en la Cámara, «por primera vez en nuestra historia, una entidad [en referencia a al Qaeda] ha declarado una guerra encubierta contra nosotros. Y estamos utilizando elementos similares del poder estadounidense para responder a este tipo de guerra encubierta».
Algunos ven en ello un claro aralelismo con la guerra fría, cuando Estados Unidos se basaba abundantemente en operaciones encubiertas, al enfrentarse en una serie de batallas delegadas y por poderes con la Unión Soviética. Incluso algunos de los actores centrales de aquel período han vuelto a primera línea del frente, asumiendo importantes funciones de apoyo para la guerra en las sombras. Michael G. Vickers, uno de los artífices materiales de la campaña de la CIA para canalizar armas y dinero a los muyahidines de Afganistán en los años 80, ha sido ahora contratado como alto funcionario del Pentágono para supervisar las tropas de Operaciones Especiales en todo el mundo. Duane R. Clarridge, ex oficial de la CIA que dirigió las operaciones en Centroamérica y fue acusado en el escándalo Irán-contra (la financiación mediante el trafico ilegal de armas con Irán de la guerrilla contrarrevolucionaria de Nicaragua), ha sido fichado este año para ayudar al Pentágono a manejar la financiación de operaciones privadas de espionaje de Pakistán. El campo de pruebas de Yemen Si como dice Brennan la estrategia de guerras ocultas se asemeja a la utilización de un bisturí, Yemen está siendo la principal “mesa de operaciones” donde se ensaya de forma práctica sobre un “paciente”. La excusa perfecta para la utilización de Yemen como banco de pruebas de la nueva guerra en las sombras, la proporcionó el intento de atentado a bordo de un avión el pasado día de Navidad. Lo que no se dijo entonces, sin embargo, es que el intento de atentado se producía justo una semana después de que un buque de la US Navy en alta mar hubiera disparado un misil de crucero cargado de bombas de racimo, según un informe de Amnistía Internacional, que ocasionó la muerte de 41 civiles de dos familias que vivían en los alrededores de lo que los militares norteamericanos consideraron un refugio de al Qaeda en Yemen. Al usar bombas de racimo, prohibidas por el derecho internacional, que dispersan municiones pequeñas algunas de las cuales no estallan inmediatamente, al menos otros 12 civiles más murieron o resultaron heridos los días siguientes. Fuentes militares consultadas por el New York Times para el reportaje coincidieron en que la utilización de misiles lanzados desde alta mar (mucho menos precisos) fue debido a que todos los aviones armados no tripulados (drones en el argot militar) de la CIA estaban esos días actuando en la frontera de Pakistán. Lo que a su vez ha abierto un debate que plantea una cuestión más amplia: ¿quién debe ejecutar la guerra en las sombras? Según el Times, en la Casa Blanca se discute si debe ser la CIA la que se haga cargo de la campaña de Yemen como una “acción encubierta”. La ventaja de ello es que permitiría a Estados Unidos llevar a cabo operaciones incluso sin la aprobación del gobierno de Yemen. Sin embargo, al mismo tiempo, la ley norteamericana también establece que los programas de acción encubierta requieren la autorización presidencial y la notificación formal a los comités de inteligencia del Congreso. Por el contrario, no exige que medidas similares de control se apliquen a lo que los militares autodenominan “Programas Especiales Autorizados”, como el ataque de Yemen. Una guerra muy arriesgada Los sucesivos fracasos de las cuatro grandes operaciones lanzadas en Yemen (dos en diciembre de 2009, otra en marzo y la última en mayo) donde han perecido muchos más civiles e incluso funcionarios del gobierno yemení que militantes de al Qaeda, pone sobre el tapete otro de los riesgos inevitables a los que se enfrenta la nueva guerra en las sombras de Obama: la necesidad de depender de poderes locales, que pueden ser poco fiables o corruptos, o cuyos objetivos se diferencian sensiblemente de los de Estados Unidos. Algo que si está ocurriendo en Pakistán, cuyas fuerzas armadas llevan décadas trabajando con y para Washington, se multiplica hasta el infinito en países como Yemen. Su presidente, Alí Abdullah Saleh, es un astuto superviviente político dado a cultivar la amistad con los clérigos radicales a la hora de las elecciones y con un largo historial de tratos y alianzas con los grupos yihadistas. Sólo la posibilidad de una alianza entre los líderes de la intermitente rebelión armada que sufre el país desde 2004 con los grupos de Al Qaeda en la región, ha convertido la lucha contra al Qaeda en una prioridad para el gobierno de Saleh. Gobierno que, por otra parte, es profundamente impopular en las remotas provincias rebeldes, donde los militantes islamistas radicales han buscado refugio. Y en esas zonas, las tribus no tienden a cambiar con facilidad de bando, lo que dificulta aún más depender de ellas para obtener información acerca de Al Qaeda. “Mi Estado es cualquier persona que me llena el bolsillo con dinero” dice un viejo refrán tribal. A pesar de que tanto el Pentágono como la CIA han aumentado silenciosamente el número de sus agentes en la embajada de Sanaa, la capital de Yemen, en el último año, establecer mecanismos fiables de inteligencia e intervención en el interior del país es una tarea que puede llevar años. Y mientras tanto, las acciones de guerra encubierta no sólo no parecen estar debilitando a la dirección de al Qaeda en la península arábiga o el norte de África, sino más bien al contrario, reforzando la penetración de su propaganda, su activismo y sus actividades de reclutamiento. Lo que a su vez no hace sino poner de manifiesto los puntos débiles de la nueva estrategia de guerras encubiertas. ¿Los éxitos en las operaciones selectivas hacen a Estados Unidos más seguro, al eliminar la cabeza de los grupos terroristas? ¿O por el contrario ayudan a la expansión de las redes terroristas, creando un marco donde su lucha aparece como un combate piadoso y heroico contra la agresión norteamericana, permitiéndoles reclutar nuevas fuerzas, como parece estar ocurriendo ahora mismo en todos los escenarios, desde el sudoeste asiático y el Asia Central hasta el Magreb y el Sahel, pasando por la península arábiga y el cuerno de África? Cada nuevo ataque selectivo, cada nuevo episodio de guerra encubierta, cada daño “colateral” provocado por éstas es explotado incansablemente por al Qaeda, hasta el punto de que el grupo de Anwar al-Awlaki, el clérigo nacido en Estados Unidos ahora escondido en el Yemen, se ha convertido uno de los adversarios ideológicos más sofisticados a los que se ha enfrentado Estados Unidos desde 2001. ”Si George W. Bush será recordado por conseguir que EEUU se empantanara en Afganistán e Irak, Obama está buscando ser recordado como el presidente que llevó a Estados Unidos a quedar atrapado en Yemen”, dijo el clérigo en un discurso por el nuevo portal en inglés abierto por su organización en Internet al poco de producirse los primeros ataques en diciembre. De acuerdo con los analistas locales, a pesar de que la mayoría de los yemeníes tienen poca simpatía por Al Qaeda, han observado los ataques estadounidenses con “indignación pasiva”. En su opinión, todos los ataques de esta guerra en la sombra han sido contraproducentes, en la medida que tienden a crear las condiciones para que un número creciente de yemeníes pasen del estado de “indignación pasiva” al de “rebelión activa”.